Las peores pesadillas se vuelven demasiado reales. El mundo es una máquina gore. La escritora ecuatoriana Gabriela Alemán cultiva una estética de la apropiación y el reciclaje en los diez magníficos cuentos que integran La muerte silba un blues (Literatura Random House). La asimilación narrativa de las técnicas de producción de uno de los directores más singulares de la historia del cine, el español Jess Franco (1930-2013), potencia una sensibilidad que ensambla lo gótico y lo extraño a través de un puñado de personajes que se diseminan en distintos espacios y en diferentes momentos del siglo XX. En Archidona, una pequeña ciudad del Amazonas ecuatoriano, una inmigrante europea arroja un interrogante destinado a perdurar en el tiempo: “¿Cuánta humillación soporta un cuerpo? ¿Se podrá comprobar científicamente?”. “El extraño viaje”, relato inaugural del libro, sucede en Quito, el 12 de febrero de 1949, durante la versión en radioteatro de La guerra de los mundos –la novela de H.G.Wells que narra una invasión marciana–, cuando los límites de la representación se disiparon y los quiteños entraron en pánico ante la inminencia de desaparecer bajo un rayo marciano.

 “Los medios de comunicación sirven para filtrar la ficción en la realidad y acaban creándola”, plantea la escritora ecuatoriana que nació en Río de Janeiro en 1968, autora de los libros de relatos Maldito corazón (1996), Zoom (1997) y Fuga permanente  (2001), y de las novelas Body Time (2003) y Poso Wells (2007), entre otros títulos. “Wells tiene una historia muy extraña porque él nunca fue a Ecuador, pero escribió el cuento ‘El país de los ciegos’, que yo tomé para escribir Poso Wells, mi segunda novela, y partí de la historia de Wells para narrar otra cosa. Luego está la conexión con La guerra de los mundos, que provocó siete muertos en 1949, que se intentó tapar y borrar en la historia real de la radiodifusión en Ecuador –revela la escritora a PáginaI12–. Si uno no tiene el contexto de lo que pasó en el 38 en Nueva York, cree que Ecuador es un país aislado y de gente ingenua que se cree que llegan los marcianos. Pero once años antes, se lo creyó Nueva York con el guión para la radio de Orson Welles. Alcaraz, el chileno que lleva el guión, existió y tiene una historia fascinante; por eso lo pongo de viejo en México en uno de los cuentos porque él huyó de Ecuador por los tejados y cuando llegó a México hizo una película con (Luis) Buñuel, como se cuenta en el libro, y luego acabó siendo el abuelo de todas las  telenovelas mexicanas. En varios cuentos del libro está en juego dónde acaba la realidad y dónde entra la ficción”.

–¿Por qué en Ecuador ese guión con la llegada de los marcianos funcionó?

–Si bien murieron siete personas, en Quito han pasado cosas de las que no se habla demasiado. Eloy Alfaro, el presidente que llevó a cabo la revolución liberal en Ecuador, fue arrastrado por las calles de Quito y asesinado por una turba. Quito es una ciudad que está como muy callada, pero de pronto explota por cosas que no se hablan, que no se dicen. Además está el genio innegable de la persona que hizo el radioteatro que utilizó voces que eran exactas a la del alcalde, a la del arzobispo y a la del ministro de gobierno. Cuando en la radio el arzobispo pide a los párrocos que toquen las campanas y ayuden contra los marcianos, todas las campanas de Quito sonaron. Quién no se lo va a creer en ese punto, ¿no? La realidad se crea a partir de las narraciones y la prensa puede estar jugando a contar una ficción como si fuera real, aunque nunca se dejó de decir que era un radioteatro. Muchos adolescentes no conocían la historia y creen que mi cuento, “El extraño viaje”, es la versión real de lo que pasó (risas).

–¿Cómo contaban en su familia esta historia de la invasión marciana?

–Mi mamá lo vivió de niña y ella y su hermano tenían muy claro que el señor que hacía de alcalde era el que daba las noticias de las seis de la tarde y que el señor que hacía del arzobispo era el señor que relataba los partidos de fútbol. Mi abuela, que hacía ropa, estaba escuchando y se comenzó a asustar, pero mi mamá y mi tío le dijeron que se quedara tranquila. De pronto se oían gritos en la calle y cuando se asomaron al balcón vieron gente corriendo. Hace unos diez años, quise escribir una crónica para una revista y entrevisté más o menos a unas veinte personas que tenían entre 70 y 80 años, que habían sido niños o adolescentes en el 49. Y comencé a investigar. El día después, el 13 de febrero, salió un editorial que hablaba de las fuerzas del mal, de la turba… Nadie daba nombres ni mencionaba qué había ocurrido. Galo Plaza, presidente de Ecuador en el 49, fue director de la OEA en la época en que Welles hizo La guerra de los mundos. Como en la radio el ministro de gobierno pedía a las tropas que fueran a defender el aeropuerto, donde supuestamente habían aterrizado los platillos, las tropas fueron. Cuando comienza el fuego y la gente empezó a romper vidrios, no había fuerza pública que pudiera detenerlos porque estaban en el aeropuerto, que entonces estaba a tres horas de la ciudad.

–¿Por qué en los cuentos de La muerte silba un blues hay una especie de guiño al radioteatro, al diario íntimo y a la carta, que a veces suelen verse como anacrónicos? 

–Hay una cosa un tanto apocalíptica en los últimos años: “¡se va acabar la literatura! ¡ya no hay novelas!”; “¡se va acabar la televisión porque ahora todo es por Internet!”… Nunca se acaba nada. Hay gente que sigue escribiendo diarios o cartas, tal vez ya no manuscritos, sino en computadora o en el teléfono celular. Siempre está la necesidad de registrar la vida para acordarse de ella porque si no se pierde. Las cartas tomaban tiempo y estaba la espera y el deseo, pero ahora el email también puede funcionar como una especie de carta. El pasado nunca desaparece, el pasado vuelve al presente de muchas maneras. La radio nunca va a desaparecer.