Desde Londres
La primera ministra Theresa May sufrió una humillante derrota parlamentaria que deja al Brexit abierto a muchos futuros posibles. En una larguísima sesión que se definió recién en los penales, una alianza de la oposición con 12 conservadores rebeldes votó a favor de que los parlamentarios tengan la última palabra en el acuerdo al que lleguen el Reino Unido y la Unión Europea (UE).
La enmienda presentada por el ex procurador general conservador Dominic Grieve fue aprobada por solo cuatro votos (309 contra 204) y deja contra las cuerdas a Theresa May. En las últimas dos semanas el gobierno había logrado sortear centenares de enmiendas presentadas por las distintas bancadas al proyecto de “ley de la retirada de la Unión Europea” que busca un marco legal británico que reemplace unas 20 mil leyes y regulaciones europeas una vez que se concrete la salida de la UE.
La suerte se le acabó anoche al final de una tensísima sesión de ocho horas. Con este enmienda, la más importante de todas, el parlamento deberá aprobar por ley el acuerdo a que llegue el gobierno con la UE. Si no lo hace, el acuerdo no tendrá validez. En este caso se bifurcan unos cuantos senderos posibles: reiniciar negociaciones, llamar a un nuevo referendo y, el más probable, la caída del gobierno y el llamado a elecciones.
A nueve meses de lanzadas las negociaciones el Brexit es cada vez más un delicado equilibrio entre el precipicio y el caos. La semana pasada la posibilidad de llegar a un acuerdo en la primera fase de la negociación con la UE parecía condenada al abismo: nadie daba un céntimo por la primer minstro. El viernes May pudo anunciar con una sonrisa triunfal que se habían superado los obstáculos y que podrían pasar a una segunda fase para negociar qué tipo de acuerdo gobernaría la relación entre el Reino Unido y la UE luego del 29 de marzo de 2019, fecha final del Brexit.
El anuncio le valió una ovación de la tribuna conservadora y un aire triunfal que no lucía desde el desastroso resultado electoral de junio que la dejó gobernando con una alianza con el más reaccionario grupo de la cámara, el DUP, los protestantes unionistas de Irlanda del Norte.
El problema es que con este gobierno conservador todo es un paso adelante y dos atrás. Los peores enemigos de la primera ministra están con frecuencia en su propio gabinete. El domingo, su ministro de Brexit, David Davis, dijo a la BBC que las concesiones británicas para alcanzar un acuerdo para la primera fase de la negociación eran meramente “una declaración de intenciones”.
En otras palabras, no eran un compromiso sino una mera aspiración que se podía llevar el viento. Sea por incompetencia o por torpedear el acuerdo, la declaración puso en pie de guerra a la UE.
El martes el jefe del parlamento europeo, Guy Verhofstadt, señaló que esa declaración había roto la confianza en el gobierno británico y endurecido la posición de la UE de cara a la nueva fase. Ayer el parlamento votó a favor de avanzar a la segunda fase de la negociación porque se había hecho “suficiente progreso”, pero incluyó una enmienda que condenaba a David Davis por poner en peligro la “buena fe” necesaria para avanzar en las negociaciones.
Esta “buena fe” es indispensable porque la primera fase está atada con alfileres y la segunda es muchísimo más compleja porque se trata de acordar una nueva relación para todos los sectores de la economía británica y europea, desde la industria hasta las finanzas y el comercio.
La complejidad de esta negociación es tal que el gobierno británico aspira a un “período de transición” de dos años posterior al Brexit en el que el Reino Unido continué teniendo acceso al Mercado Unificado Europeo mientras su economía se adapta a la nueva realidad post-europea. Pero el negociador europeo Michael Bairner ha dejado en claro que la UE solo decidirá la concesión de este período en octubre del año próximo cuando se llegue a un acuerdo-marco entre las partes.
El frente interno de May es tanto o más complicado que el europeo. Los conservadores están profundamente divididos respecto al Brexit. La mayoría de los diputados votaron a favor de permanecer. Muchos se sienten atados al voto popular en el referendo: si lo traicionaran podrían perder sus bancadas en las próximas elecciones. Pero otros argumentan que como representantes tienen que actuar de acuerdo a su conciencia. La exigua mayoría parlamentaria que le da la alianza con el DUP no resiste muchos desertores.
Con este panorama interno y externo los próximos pasos se parecen mucho a un calvario. El primer capítulo comienza con su viaje hoy a Bruselas donde se reunirá con los 27 miembros de la UE. El viernes se espera que el Consejo Europeo dé el visto bueno al acuerdo de la primera fase. La primera ministra podrá celebrar navidad y año nuevo en paz, pero a partir del primero de enero tendrá que extremar como nunca este precario equilibrio entre el precipicio y el caos.