Carmen Aguiar de Lapacó era Madre de Plaza de Mayo y una de las fundadora del CELS. Era maestra normal y profesora de Educación Física. Había nacido en San Juan y después de décadas de vivir en Buenos Aires seguía arrastrando un poco las erres. Era ella misma una sobreviviente. El 16 de marzo de 1977 fue secuestrada junto con su hija, Alejandra Lapacó, el novio de ella, Marcelo Butti Arana, y su sobrino Alejandro Aguiar. Estuvo en lo que llamaban “la leonera” del centro clandestino El Atlético, una celda colectiva donde los secuestrados estaban separados por un tabique de un metro de altura. “Estaba prácticamente frente a la puerta y vi los zapatos de Alejandra. Alcancé a tocarla. Ella gritó. Le dije: ‘No te asustes, soy tu mamá’, y nos abrazamos.” Alejandra sigue desaparecida. Carmen salió después de tres días y nunca dejó de buscarla y ni de exigir justicia. Murió ayer a los 93 años. Era dulce. Y, por sobre todo, alegre.
Carmen llegó al Atlético con los ojos tapados con un pañuelo de gasa –que los represores sacaron de su casa– por el que se colaban algunas imágenes. “En la planta baja nos preguntaron los datos, como nombre y domicilio. Nos dieron una letra y un número. La letra era F, yo era F50, entonces Alejandra tiene que haber sido F49. Ahí perdías el nombre. A mí me pegaron varias veces porque me olvidaba del número que me dieron cuando nos pusieron las cadenas en los pies. No lo registré y cada vez que me lo preguntaban, no podía decir nada y me pegaban”, relató Carmen en una entrevista cuando comenzaron las tareas de recuperación de lo que había sido El Atlético, demolido a fines de 1977 para que por allí pasara la autopista.
Antes de largarla, la amenazaron: “Si hablás, podés tener un accidente automovilístico. Y no se te ocurra hacer hábeas corpus, si no vamos a tirar el cadáver de tu hija en la puerta de tu casa”. Era un sábado. El lunes fue a tribunales. El martes escribió cartas pidiendo entrevistas con Jorge Rafael Videla, Emilio Eduardo Massera y Orlando Ramón Agosti. “Yo nunca me quise hacer la valiente, nacía de mí, como cuando empecé a ir a la Plaza”, decía.
El el libro Augusto Conte, Padre de la Plaza, Carmen contó que un día Chela Mignone la invitó a su casa porque estaban trabajando en la creación de un organismo que luchara por los derechos humanos y por las causas de los desaparecidos. “Me sentí un poco intimidada al escuchar a esos ‘bochos’”, dijo, en alusión a Emilio Mignone, Augusto Conte, Boris Pasik, Alfredo Galleti y José Francisco Westerkamp, con quienes formaría el Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS). En la sede de ese organismo de derechos humanos fue detenida nuevamente por la dictadura, cuando en 1981 la policía allanó las oficinas y se llevó a quienes estaban adentro a Coordinación Federal.
En 1998, la Corte Suprema falló contra el derecho a la verdad en la causa de su hija Alejandra, lo que hizo que el caso se convirtiera en un emblema y que el Estado tuviera que comprometerse ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos a garantizar, al menos, la investigación acerca de lo que había pasado con los desaparecidos. Fue una instancia previa a la posibilidad de juzgamiento pleno que vendría después. Se identificaba con su apellido de casada pero no porque fuera el de su marido –un periodista que murió antes de la desaparición de su hija– sino, como explicó alguna vez, porque era el de su hija y eso le hacía sentir que la tenía cerca.
“Le pasaron cosas espantosas, pero nunca perdió la alegría. Ella podría haber dicho la frase ‘nuestra venganza es ser felices’. Ella fue feliz con la militancia, con los compañeros, con las compañeras, con la tenacidad para conseguir el juicio y castigo a los responsables del espanto”, señaló el presidente del CELS, Horacio Verbitsky.
“Había escuchado a su hija en la tortura, había entrado al Atlético con ella y había salido sola y sin embargo nos decía ‘la lucha por los derechos humanos no tiene que ser triste’. Nos dejó a la nueva generación un legado fuerte de lucha y compromiso. Nunca se resignó y era muy jodona”, contó Andrea Pochak, ex directora adjunta del CELS y actual directora de Derechos Humanos de la Procuración.
De la misma forma la recordó Maria José Guembe, integrante del CELS. “Fue una luchadora alegre. Un ejemplo de vida para quienes la conocimos y tuvimos la suerte de compartir con ella nuestro trabajo. Siempre era lindo encontrarla, conversar con ella y escuchar sus anécdotas. Fue un puente generacional, muy generosa con quienes nos sumamos a su lucha y al igual que Emilio Mignone nos abrió el camino, nos dejó compartir sus pasos, nos enseñó en cada pelea y en cada traspié. La acompañé en la lucha por el reconocimiento del derecho a la verdad y al recorrer las acciones que había intentando para lograr justicia por la desaparición de Alejandra, advertí que no había dejado camino por recorrer, pero siempre tenía energía y ánimo para emprender uno más, por difícil que fuera. Su lucidez obstinada se resistía a la evidencia de que no volvería a ver a su Alejita. Por suerte obtuvo justicia por ella y por su propio secuestro y tortura. Nos quedamos con su enorme legado y el compromiso de seguir siempre sus pasos”.
Aunque estaba viejita y salía poco, el sábado 18 de noviembre quiso ir a la Legislatura porteña a despedir a su amiga y compañera Marta Vásquez. Fue velada ayer en el mismo lugar.