Fueron, en total, treinta reuniones “bilaterales”, contando la del 10 al 13 de noviembre pasado en Brasilia. Los puntos críticos, los de mayor rigidez para arribar a un acuerdo, se mantuvieron a través de todos los intercambios de propuestas en los últimos dos años. Y ni siquiera la extrema voluntad de Mauricio Macri y Michel Temer en “ceder” resultó suficiente. El hipotético tratado, que ambos mandatarios buscaron hasta último momento como una expectativa próxima a alcanzar, no pudo ni podía ser. Finalmente, ni siquiera una declaración final maquillada y disfrazada de “futuro acuerdo” fue posible. Lo que se soñaba como una gloriosa “entrada al mundo” entre trompetas y una guardia de recepción formada para la ocasión, terminó en rotundo fracaso para Macri, incluso más que para Temer.
El 31 de octubre último, al tiempo que los negociadores argentinos, con Horacio Reyser a la cabeza, trataban de acordar una postura con sus pares del Mercosur que acercara posiciones con el Viejo Continente, se informaba la renuncia de Ricardo Buryaile, ministro de Agroindustria, dirigente de CRA y referente, por lo tanto, de la Mesa de Enlace. El problema argentino para el acuerdo no estaba en el frente de negociaciones con el adversario, sino en la retaguardia. Buryaile terminó desplazado por la propia dirigencia rural, absolutamente disconforme por el manejo de las negociaciones en torno al ingreso de productos agropecuarios a la Unión Europea. Los negociadores argentinos no habían conseguido ni una sóla concesión de los europeos: ni para granos, ni carne ni productos regionales. La versión de una apertura de un cupo más generoso para la carne vacuna mercosureña no pasaba de ser una excusa irreal para mantener viva la negociación. El “núcleo duro” europeo, encabezado por Francia, no estaba dispuesto a ceder nada en materia de mercados para productos agrícolas. La tensión entre el bloque rural y el gobierno incomodó a Buryaile, que terminó afuera del Gobierno dejando a un ruralista “duro” en su lugar: José Miguel Etchevehere. La versión de que Buryaile iba a ser designado como representante en Bruselas para continuar las negociaciones UE-Mercosur no fue más que otra farsa: nada podía estar más lejos de su destino que, precisamente, ese lugar.
El grupo de negociadores sudamericanos encabezado por Reyser se encontró en Brasilia con la peor versión de la postura europea. El gobierno de Emanuelle Macron se había puesto al frente de un bloque de países productores agrícolas, que además de Francia, Irlanda y Polonia, incluía a otras diez naciones, que no estaban dispuestos a ningún acuerdo que cediera mercado europeo para esos productos. Al Mercosur le quedaban pocas cartas para jugar. Encima, Europa traía una demanda de apertura de las licitaciones para “compras públicas” de los gobiernos sudamericanos, por la cual exigían la aplicación del modelo de “licitación cerrada”: una misma empresa concursante puede adjudicarse la obra (por ejemplo, una construcción), el aporte de los rodados, maquinarias y otro equipo pesado, y una vez finalizada la obra dejar “en donación” para el país los equipos usados (que, en realidad, ya había pagado el gobierno contratante). Este sistema tiene el impulso, principalmente, de firmas constructoras italianas. La voluntad de “ceder” en este punto de Macri y de su par brasileño no iba a ser suficiente. Para los países agrícolas europeos, el bloqueo a la entrada de productos sudamericanos seguía siendo innegociable.
Pese al resonante fracaso con que el que regresó la delegación argentina de Brasilia, la postura del gobieno de Cambiemos fue no dejar que se empalideciera el clima festivo con el que se esperaba la cumbre de la OMC en Buenos Aires. Tanto cuidado por el brillo llevó a cometer la torpeza de prohibir el ingreso de activistas y militantes de organizaciones no gubernamentales de diversos países. En ese clima ficticio, se informó, horas antes de la inauguración de la cumbre, que los países del Mercosur habían acordado, entre sí, “dejar de lado sus diferencias” para apurar la firma del tratado con la Unión Europea. Como si las dificultades residieran, en serio, en las distintas miradas de los socios del Mercosur.
Habrá que admitir que los gestos de optimismo con respecto a un probable tratado de libre comercio entre UE y Mercosur provino no sólo de los altos funcionarios argentinos y brasileños. También le aportó lo suyo la comisaria europea de Comercio, Cecilia Malmstrom. Aunque hay que admitir que se trata de una persona clave en las negociaciones comerciales, es a la vez una figura resistida y rechazada por Francia y demás países con intereses agrícolas. “¿Qué puede saber o defender en materia de comercio agrícola una funcionaria sueca que no conoce a nuestras zonas rurales?”, se escuchó más de una vez en boca de dirigentes políticos o sectoriales de esos países. Ni siquiera haber residido en Francia durante parte de su juventud la redime.
El intento de Macri de llevar a cabo el acuerdo de cualquier manera chocó con una realidad adversa. Los acuerdos comerciales multilaterales están en retroceso en el mundo, y no sólo por la postura de Donald Trump y su gobierno. Europa no es la excepción, sino el ejemplo más palpable. Y esta vez, la defensa declinante de la producción propia, por parte de Macri y Temer, no fue suficiente para llegar, aunque más no fuera, a la foto del estrechón de manos de un hipotético acuerdo.