Hace veinte años que irrumpen en las calles con sus cuerpos intersectados por acciones de activismo artístico-político, lucha y fruición para poner en la escena pública señales, imágenes, banderas, carteles y murales capaces de interpelar hasta al más distraídx. Por el Congreso de la Nación, por la Casa Rosada, por Tribunales, por una plaza, por alguna estación del conurbano, por el microcentro o por el barrio donde vive un genocida. Las chicas del GAC, Grupo de Arte Callejero, cumplen veinte años de intervenciones urbanas. Eso significa un enorme cúmulo de experiencias producidas en el campo de lo simbólico, que capturaron y lograron atravesar el espacio público con temas como genocidio, represión, desaparecidxs, endeudamiento, desocupación, desalojos, exterminio, gatillo fácil, presos y presas políticas, y denuncias contra la oligarquía terrateniente y las multinacionales. Mariana Corral, Charo Golder, Fernanda Carrizo, y Lorena y Mane Bossi le dieron forma a esta historia de activismo y la lanzaron hacia adelante. El ritual de cada acto performático, el trabajo colectivo y el salir a la calle en apoyo a un reclamo fueron las formas de resistencia del GAC. Crearon su propio código, sus metáforas visuales y su lenguaje clave. En veinte años de vida se imbricaron y se retroalimentaron de prácticas, formatos y procedimientos. “No inventamos nada”, dicen ellas como para desmitificar el asunto. Sin embargo, transformaron la mirada, abrieron canales de comunicación y descubrieron una dimensión de arte colectiva que se construyó en base a la confianza que se tenían y al empoderamiento que construyeron juntas. “Como productoras de arte, o de los sistemas simbólicos que nos rodean -subraya Mariana- materializamos a través de una acción una toma de posición”. Y Lorena agrega: “Muchas de las cosas que nosotras producimos simbólicamente tenían que ver con toda una historia que había detrás, con acciones políticas, manifestaciones, performances, gestos artísticos y también políticos. Una afluencia de dos mundos que, a principios del 97, no estaban unidos. Ni siquiera era arte y política -con la y en el medio- sino que estaban totalmente disociados”.
El puntapié
“Nos aglutinamos porque teníamos la necesidad de manifestar una disconformidad con la situación política”, empieza contando Mariana en la mesa que las reúne en la Sala PAyS, en el Parque de la Memoria. Ese nombre –PAyS– significa Presentes Ahora y Siempre y parece fraguar en su sigla la consistencia de una idea que se desarrolló y produjo un resultado y un efecto a lo largo del tiempo. Por eso, no hay mejor lugar que este parque para cobijar la muestra sobre los veinte años de trayectoria del GAC. Mariana sigue: “Fines de los años 90, neoliberalismo, reforma de la Ley Federal de Educación, crisis, privatizaciones. Éramos un grupo abierto, y no había ni una búsqueda formal, ni una estética muralista, ni una iconografía tradicional, sino más bien, la acción de poner el cuerpo en el espacio, ocuparlo, tomar una pared, y tomar el control del espacio público como sustituto de esos otros espacios que nos estaban vedados”. La acción inaugural se llamó “Docentes Ayunando” y comenzó a gestarse entre lxs estudiantes de la Escuela Nacional de Bellas Artes Prilidiano Pueyrredón, donde cursaban el último año. Consistió en la producción de más de treinta murales con guardapolvos blancos pegados con enduido como símbolo de la educación pública. Con la Carpa Blanca frente al Parlamento y lxs docentes ayunando contra la implementación de la Ley Federal de Educación impulsada por el menemismo, el grupo intervino en el espacio de la Plaza Roberto Arlt. El 20 de abril de 1997 salieron a la calle por primera vez. Iban vestidas de negro y Mane Bossi tomó la foto donde se las ve con la boca tapada con un trapo blanco y la huella del fuego con la que culminó la pintura colectiva. “Desde la primera salida fue importante tener un registro de la acción y del cierre. Ese gesto era parte de una situación creada para la fotografía”, puntualiza Charo. “Volvíamos de la acción y contábamos a nuestros compañerxs de Bellas Artes lo que habíamos hecho la noche anterior. Esas fotos eran nuestro Facebook matérico y la manera de que otros y otras se sumen”. Así se reconocían y legitimaban la experiencia de grupo. “Nunca antes habíamos producido desde la acción –dicen– colocando a nuestro propio cuerpo en un lugar de enunciación”. Lorena suma: “Empezamos a mezclar prácticas dentro de una grupalidad muy anónima. No se firmaba ni se firma porque, sobre todo en el 97, el grupo cambiaba de integrantes, y en ese contexto generábamos una identidad grupal”. Por esos años, fueron parte del GAC Violeta Bernasconi, Pablo Ares, Rafael Leona, Lorena Merlo, Federico Geller, Sebastián Menasse, Alejandro Merino y Leandro Yazurlo. “Pero el grupo siempre fue reconocido en femenino”, subraya Lorena. Eramos “las chicas del GAC”. “Todas crecimos con el GAC –apunta Mariana–, nos formamos, construimos nuestra propia identidad, empoderamos nuestros cuerpos, nuestras experiencias y nuestra subjetividad. Eso a mí me lo dio el grupo”. Así, a la vez que transformaban el espacio público, transformaban también sus subjetividades. Esa fue la modalidad que primó y se tornó constitutiva. Y la construcción de una comunicación con una clara postura política que fortaleciera los lazos sociales. Lorena retoma: “Por eso, el ‘no inventamos nada’ era una postura que hablaba de una radicalidad. Todo lo que estamos tomando ya se hizo, lo vamos a juntar, lo vamos a mezclar, vamos a hacer esa confluencia y vamos a tener el gesto de no ponernos por delante de lo que estamos haciendo”. Para ellas, el gesto político, el gesto de la acción siempre estuvo y está por delante del grupo. Charo completa: “Y por delante de la idea de originalidad. Nunca nos interesó eso. Hay una constante en los proyectos y es que son de fácil apropiación”. “La potencia más importante dentro del grupo fue y es la política –interviene Fernanda– y tiene que ver con una mirada popular de esas prácticas, de esa circulación y de esa apropiación”.
¿Cómo está la calle?
La corporeidad grupal se fue ensanchando y aparecieron formas de participación más complejas: la intervención en el espacio callejero podía darse también de manera coordinada con otros grupos. Buscaban movilizar, cuestionar, interpelar y reconfigurar identidades propias y ajenas frente a una realidad en la que la lucha contra la impunidad se corporizó estratégicamente en la calle, porque “si no hay justicia, ¡hay escrache!”. Los pensamientos cartográficos eran mapas que confeccionaban previamente a un escrache. Tenían un abordaje político y generaban acciones en espacios reales. En los mapas marcaban las características del lugar, los postes donde colocarían las señales viales y las casas de los genocidas. “A 500 metros vive un genocida”, avisa un cartel, o “Usted está aquí”, señal utilizada para marcar un ex centro clandestino en 1998. Estos mapas eran la “representación bidimensional de un recorrido corporal dado a través de la militancia”, recuerdan. El primer mapa se editó para el 24 de marzo de 2001 y volvía a escrachar a los genocidas ya escrachados por H.I.J.O.S., la Mesa de Escrache y otros grupos y personas organizados en torno a esta práctica. El tríptico “Aquí viven genocidas” fue otra obra que estaba compuesta por un video, una agenda y el mapa en formato afiche. Esos años fueron de mucha lectura sobre el terrorismo de Estado. Tal vez por eso, y a modo expiatorio y catártico, aparecieron Las Raffaellas. Eran ellas, que salían a la deriva por la noche con la música a cuestas y entraban a puro baile y abriéndose paso a los codazos en galpones, boliches, karaokes, bares y whiskerías. Hasta llegar a Cemento y a Ave Porco no pararon. Llegaban a los lugares con canciones de Raffaella Carrá, Rita Pavone, Sandro y Abba, y coreografías pensadas por Mane. En el verano del 99, se fueron de gira a Jujuy y Bolivia y se presentaron en cuanto lugar había que las dejara entrar y bailar con sus pelucas, sus boas de plumas y sus calzas oxford metalizadas. “Era una especie de atentado estético”, comparten. Usaban albergues y posadas como camarines donde pegaban la foto del grupo en la puerta -una fotocopia en blanco y negro pintada con fibra-. Esas salidas nocturnas se dieron en paralelo a la investigación que encararon para la obra Carteles de la Memoria, que fue seleccionada en 1999 y está emplazada en el Parque de la Memoria. Son cincuenta y tres señales viales subvertidas que, a lo largo del río y a modo de secuencia histórica, narran visualmente hechos ocurridos en nuestro país desde los 70 hasta hoy. “Por el año 98, leíamos mucho sobre terrorismo de Estado y empezamos a ver figuras del mundo del espectáculo que tenían relación con los milicos, y que era algo de mucho consumo”, cuenta Lorena. “Pero además siempre estuvo presente en el grupo esta idea de la fiesta -subraya Mariana-. Queríamos deconstruir la idea de que la militancia tiene que ser un sacrificio constante de cuerpos rígidos. Reconocer que nos gusta la joda”. Charo agrega: “Era generacional. A nuestra generación le gusta la fiesta, no es que éramos unas iluminadas. Estábamos en el marco de una juventud que era una juventud militante que le gustaba la joda. Los escraches eran fiesta, había mucha comunidad”. “Hubo una resignificación de la forma de militar”, dice Fernanda. “Y nuestro sostén en la calle eran nuestros compañerxs”, rescata Charo.
¿Seguridad?
Post 2001 hicieron conexiones con el Colectivo Situaciones y los Movimientos de Trabajadores Desocupados (MTD) en diferentes barrios y con agrupaciones de Claypole y Solano, por ejemplo. “Veníamos con una postura y vimos que era difícil calar en los barrios con el tema de la seguridad. Nos sorprendió mucho en ese momento cómo saltaban cuestiones fachas. Barrios con derechos vulnerados donde había calado hondo Blumberg o frases al estilo Susana Giménez, ‘el que mata debe morir’, y pedían policía y mano dura”, recuerda Charo. Las chicas iban a los barrios a discutir, a charlar, a ponerse de acuerdo y hacer acciones. “Eso cambió el modo de trabajo”, señala Mariana. “Estábamos acostumbradas a ponernos de acuerdo entre nosotras o entre pares. En cambio, entrar en esta dinámica implicaba consensuar, reposicionarnos, darnos cuenta de que hay otras realidades y empezar un trabajo más reflexivo y a largo plazo”. “Lo que a mí me queda –agrega Charo– es que la relación funcionaba súper fluida, por ejemplo, cuando pasó lo de Kosteki y Santillán: la policía reprimió, la policía asesinó. Ahí estábamos todos de acuerdo. Pero cuando indagás un poco más, ves lo complejo que es el tema de la inseguridad o de la seguridad. Ahí se generaban posturas y miradas distintas”. Lorena amplía: “Queríamos fomentar la visión del otro en la calle desde un lugar solidario, de grupalidad, de cuidado. No una seguridad represora. Entonces se abría ese debate”. Ese cambio de metodología de trabajo se cristalizó en la obra de la estación de trenes de Lanús. Un stencil que enumeraba: Policía-Prefectura-Gendarmería te asesina, te tortura, te reprime, te detiene, te controla, te intimida, te persigue. ¿Seguridad? Para ese trabajo, las chicas se juntaron con personas del barrio y víctimas de violencia institucional y llegaron –después de dos meses de discusión– a ese texto. “Eso requería de nosotras que fuéramos pedagógicas, y también requería una constancia. Y ahí volvemos a la pregunta de ¿quiénes sosteníamos la grupalidad? Nosotras. Un grupo de mujeres yendo todas las semanas a un lugar a explicarle a un otro, que a veces te ningunea, esa gramática de la calle. ¿Qué satisfacción tendría para nosotras ir todas las semanas a Lanús y ejecutar pedagogía, todo así de onda?”, pregunta Lorena, y define: “Bueno, el día que lo hicimos, nos echó gendarmería, y los que nos sostuvieron y cantaron ‘Pinte pinte compañera’ eran quienes habían trabajado con nosotras durante esos dos meses, e hicieron el cordón que nos protegió. Ahí estaba lo que nosotras queríamos. Y ese stencil no era solo nuestro, era de todas nosotras”. Esa etapa reflexiva quedó plasmada en el libro GAC pensamientos, prácticas, acciones, que editó Tinta limón en 2009.
Cada ejercicio simbólico del grupo, desde que empezaron hasta ahora, buscó una grupalidad mayor a la de las propias creadoras y tiene detrás una solidez que Lorena nombra así: “Detrás de todo esto hay una tenacidad de sostener algo para que otros y otras también entiendan y que esa bandera también sea suya. Sin eso el GAC no existe”. “La imagen, el logo, la idea y la consigna Juicio y Castigo, la sostuvieron otros, no quedó circunscripta a un grupo o a una acción”, dice Charo. “Hay miles de versiones reelaboradas de Juicio y Castigo, como pines, tazas, remeras que se dio por ese sostenimiento, por esa apropiación y por esa tenacidad”, remata Fernanda.
Antimonumento
Entre el 2003 y el 2004 participaban de los contrafestejos del 12 de octubre en un espacio que reunía a varias organizaciones. Por otra parte, la inconstitucionalidad y la nulidad de las Leyes de Obediencia Debida y Punto Final trajo a la mesa de trabajo la imprescriptibilidad de los crímenes de lesa humanidad. “Empezamos a cuestionar la idea de Estado y Nación, como una Nación consolidada a partir de una serie de genocidios, uno de los cuales había sido el de la Campaña del Desierto”, cuenta Mariana. “Ahí surgió la idea de crear una Comisión Antimonumento a Roca, así como estaba la Comisión Pro Monumento a las Víctimas del Terrorismo de Estado, con quien estábamos en permanente diálogo. Proponíamos destruir el monumento a Roca, fundiéndolo y creando una roca en homenaje al anarquista que le arrojó una roca a Roca en 1886, en un acto público”. Con esa temática desplegaron una serie de acciones que llegaron hasta el 2010. Con la presentación del libro Historia de la crueldad argentina, de Osvaldo Bayer en la Feria del Libro hicieron un escrache a la Sociedad Rural, a la genealogía del genocidio y a los antepasados de Martínez de Hoz. Lograron entrar y llegaron al stand donde estaba Bayer con máscaras de vacas como estrategia para relacionar la obtención de tierras por parte de la oligarquía terrateniente de nuestro país con la idea del genocidio. “Tenemos eso disruptivo –dice Lorena– jugar con la ironía de los lenguajes que transitan por la calle y meternos en esas gramáticas y códigos. Entonces, vestirnos de vacas dentro de la Sociedad Rural con las cocardas celestes y blancas era como muy amigable para las señoras y las familias que querían sacarse fotos con nosotras. Y después les dábamos el billete con la cara de Roca y Videla”. Usaban estas estrategias de ser promotoras, encuestadoras, o “las disfrazadas del mercado laboral para jugar con esos trabajos precarizados muy propios de nuestra generación. Nos faltó ponernos las calzas de las chicas surtidoras de YPF”, apunta Lorena entre risas. Y agrega: “Seguiremos haciendo Antimonumentos”.
El 2003 también las llevó a la Bienal de Venecia. Situación que se dio no sin una discusión dentro del grupo porque no había unanimidad para ir. “Básicamente porque era una época en que teníamos una dinámica muy en la calle. Salíamos mucho, y de repente que nos sacaran de esa dinámica era como muy loco”, dice Fernanda. “Y era Venecia. Nosotras no éramos nadie, o éramos cualquiera, y de repente nos querían poner en el lugar que más te legitima”, recuerda. Pero fueron. Sin un peso porque todas son docentes, y en esa época cobraban en patacones y había noches en las que cenaban te con galletitas. Llevaron una obra en la que venían trabajando colectivamente desde hacía tiempo. Charo cuenta: “Teníamos un laburo muy conceptual sobre qué pasaba en los puentes que dividen la ciudad del Gran Buenos Aires. Fuimos con una cartografía sobre Puente Pueyrredón, donde estaba señalizado el asesinato de Kosteki y Santillán, un video que es un viaje por el Riachuelo con un gondolero y nosotras con máscaras venecianas y vestidos de tul saludando a la peor pobreza del conurbano”.
Liquidamos todo
La muestra en el Parque de la Memoria se llama “Liquidación x cierre”, y conecta pasado y presente. Dividieron el espacio en seis zonas: Zona 0 Salir, Zona 1 Escrache, Zona 2 Violencia institucional, Zona 3 Crisis del neoliberalismo, Zona 4 19/20 y Zona 5 Antimonumentos. “Cuando pensamos la muestra decidimos que no íbamos a hacer una retrospectiva cronológica. En cada zona hay trabajos que van desde 1998 hasta 2017. Y cada zona tiene una conexión directa con el presente. Nosotras atravesamos la época del escrache, transitamos luego los juicios y hoy volvemos a ver estas tendencias de beneficiar a los genocidas con prisiones domiciliarias que nos vuelve a posicionar frente a los escraches otra vez. O la actualidad que tiene Antimonumento cuando en el 2004 se desalojaron familias que habían recuperado sus tierras ancestrales. Ahí hicimos ‘Todas las tierras las roba Benetton’. Y hoy estamos ante una nueva embestida del lobby terrateniente”, dispara Mariana.
Feminismo GAC
“Nosotras tenemos una práctica feminista dentro del GAC de no competencia, de empoderamiento, de reconocimiento de la otra, de ayudarnos, de potenciar todo eso, de cagarnos en un montón de cosas machistas que se nos adjudicaban y de hacerle frente todas juntas como en patota, así literalmente”, marca Lorena. “Fernanda nos ayudó un montón, es como una hermana mayor que nos acomodó los patitos”, sintetiza Charo. “Fer trajo la voz, el verbo y le puso lugar a las cosas”, dice Mariana. Y Fernanda rescata: “La potencia de las acciones de ese momento fue impresionante. Producíamos, hacíamos y salíamos miles de veces por semana, y fue muy significativo”. “Además vivíamos juntas, si eso no es un brujerío total, no sé qué es”, desliza Lorena. “El GAC era la vida cotidiana, y esa dinámica del pensar juntas y hacer colectivamente entre mujeres era la vida misma. Todo muy aeróbico, nos levantábamos y salíamos.” “Y nuestras reuniones de los viernes son un aquelarre”, dice Charo. “Hubo momentos de desasosiego también por encontrarnos con deseos diferentes, y nos pusimos a cocinar. Permitiéndonos eso también, acompañándonos pero con comida en el medio”, recuerda Fernanda. Y Lorena lanza: “Nosotras nos la guisamos y nos la comemos todo el tiempo, frase de nuestra amiga española Pokemón, pero que resume la energía que se sostiene después de veinte años y con esta contundencia de trabajo. Por eso, nos la guisamos y nos la comemos hasta en lo ideológico”.
Liquidación x cierre.
GAC - Grupo de Arte Callejero
Parque de la Memoria, Sala PAyS.
Hasta el 25 de febrero de 2018.
Esta semana de los Derechos Humanos se organiza un recorrido guiado por el grupo, el CELS y el equipo del Parque de la Memoria: sábado 16 a las 17 hs.
Más info: parquedelamemoria.org.ar
Zona 1. Escrache.
Conmemoración del apagón de Ledesma donde el ingenio participó en la logística del secuestro de personas, muchas de ellas desaparecidas - 16 de julio de 2012.
Antimonumento. Detalle de vacas. Performance realizada en la Sociedad Rural (2004).
Serie de mapas AQUI VIVEN GENOCIDAS, con los domicilios de genocidas escrachados. Se realizaron para el 24 de marzo de 2002, 2003, 2004 y 2006.