Hay quienes elevan su estatus al de heroína de culto, se deshacen en elogios ante su obra vanguardista, la llaman “la pionera de la música electrónica de la que prácticamente nadie ha escuchado hablar”. Y es que solo en los últimos años el nombre de la artista y compositora brit Delia Derbyshire ha comenzado a circular, gracias a –por caso– la reciente decisión de la Manchester University de digitalizar sus registros sonoros, recuperando cintas que ella había archivado en su ático, ¡en cajas de cereal! O bien, ultimísima novedad, gracias a que la Coventry University le ha entregado los pasados días un doctorado honorario a modo de tributo por sus invaluables aportes a la música electrónica. Póstumo tributo, cabe señalar, porque Delia Derbyshire murió en 2001, hace ya 16 años y con solo 64 pirulos, tras décadas sin recibir reconocimiento alguno, rara vez acreditado su laburo. De hecho, pocos saben que la “arquitecta” detrás de los arreglos del tema principal del exitosísimo show sci-fi Doctor Who es DD. Y solo unos pocos whovians estarán al tanto de que ciertos ruiditos universalmente reconocibles –como el sonido de la Tardis– o piezas incidentales del programa son creación suya.
“En noviembre de 1940, cuando DD tenía tres años, su ciudad fue metódicamente devastada por los cerca de quinientos bombarderos de la Luftwaffe alemana. Al parecer, fueron los ruidos de los impactos y las alarmas que tuvo que escuchar ese día los que empezaron a marcar su atención hacia los sonidos extraños de naturaleza abstracta”, anota un enjundioso artículo de la revista española El Cultural, que destaca especialmente “la capacidad creativa con el sonido y la perseverancia de Derbyshire, que además de llevarla a ocupar silenciosamente lugares hasta entonces reservados a los hombres, erigió una obra fabulosa que permite considerarla figura preeminente entre las creadoras de la música concreta, electrónica y experimental”.
Nacida en una familia humilde, aprendió de niña piano y violín, logrando de adolescente una beca para estudiar matemática en Cambridge (al parecer, descollaba en teoría matemática de electricidad y magnetismo), donde además se especializó en música (en historia de la música moderna y medieval, para más exactitud). Títulos en mano, la joven DD pidió trabajo en Decca Records en los 50s, donde la rebotaron al son abiertamente sexista de “En los estudios de grabación no permitimos el ingreso de mujeres”. Así, mientras hacía diversas changas, comenzó a bombardear de cartas a la BBC solicitando un empleo; y el tsunami de misivas funcionó: la BBC la tomó como asistente. Una vez allí, supo de la existencia del Radiophonic Workshop: flamante taller experimental que, con dos mangos con cincuenta, innovaba en efectos sonoros y músicas para programas de radio y tevé de la BBC “que no podían ser realizados por orquestas”, necesitando una manito de la más incipiente tecnología. El sitio se le hizo soñado para descrédito de sus empleadores: la gente pasaba por el workshop a regañadientes y por no más de tres meses. Más tiempo, decían, les haría perder la cabeza. Para ella, empero, “no había modo más precioso de volverse loca”, y pasó ¡10 años! en el susodicho taller, produciendo y componiendo música y efectos para más de 200 programas. No sin dificultad: sus piezas eran constantemente rechazadas, consideradas “demasiado lascivas” para la audiencia juvenil o “demasiado sofisticadas” para el público adulto.
Fue durante ese tiempo, en 1963, que el compositor Ron Grainer, que escribió la melodía para la legendaria canción presentación de Doctor Who, entregó su pieza a la joven DD con pocas y abstractas direcciones. Al respecto, recordaba antaño Delia: “En la partitura, Ron apenas había anotado ‘barridos’, ‘golpes’… y bellas palabras como ‘nube de viento’, ‘burbuja de aire’... Así que me puse a trabajar, armé el tema y cuando él escuchó los resultados, ¡estaba exultante! ¿Esto lo escribí yo?’, me preguntó. Y yo respondí: ‘Bueno, en parte…’”. Valiéndose de loops, filtros y osciladores de válvulas, dio DD a la canción, el toque de oro. Los créditos todos, sin embargo, fueron a Grainer por estricta política de la empresa: para la BBC, la muchacha debía permanecer en el anonimato.
En paralelo, DD brillaba sin freno en la escena contracultural electro. En los 60s y parte de los 70s, hizo de todo: extrañas canciones pop con Anthony Newley, himnos para robots, soundtracks para films de terror. También creó el paisaje sonoro para el primer desfilo de moda íntegramente musicalizado con tunes electrónicas. Organizó colectivos y festivales. Colaboró con poetas; con el Royal Shakespeare Company para puestas de Macbeth; con Yoko Ono, con George Martin, con Harry Nilsson, con Brian Jones, con Pink Floyd, con Peter Zinovieff, pionero del sintetizador… Antes de decidirse definitivamente por el cuarteto de cuerdas, hasta Paul McCartney contempló encargarle a un arreglo electro para Yesterday…
En los 70 se borró del mapa. Cansada de la burocracia de la BBC y desanimada por la dirección que tomaba la escena musical, dijo sanseacabó. Por un tiempo, fue operadora de radio, para luego ser empleada de museos, librerías, galerías de arte… A fines de los 90, notables fans como Aphex Twin y Peter Kember –músicos que ya la consideraban figura de culto– la tentaron para que descolgara los guantes, y revigorizada, así lo hizo. Por poquito tiempo lamentablemente, porque al poquito rato falleció. Los que tuvieron la fortuna de conocerla la recuerdan como una tipa brillante y analítica, férrea en sus ideales y bastante colgada, capaz de cortar el teléfono en plena conversación para retomarla semanas más tarde sin siquiera decir hello. “Las matemáticas del sonido –dicen– eran naturales para ella, pero DD creía que la forma en la que el oído y el cerebro perciben el sonido debía tener dominio sobre cualquier teoría”.