“A toda la hinchada se le notifica que la histórica y mítica relación monogámica entre el hombre y el fútbol ha sido rota por las pibas. En jugada magistral hemos robado la pelota y enhebrado un centro de ensueño dentro del área chica de la cultura patriarcal, que concluyó en impecable y certero gol de cabeza, y al ángulo.” El Manifiesto del fútbol descolonizador está anotado en un afiche del salón donde se realizan los talleres y actividades culturales del “Festival Latinoamericano de fútbol femenino y derechos de las mujeres” que reunió a cien mujeres futbolistas dispuestas a reflexionar sobre sus propias prácticas y pensar las estrategias para ganarle el campeonato al patriarcado.
La segunda edición de este festival de fútbol, realizado del 18 al 20 de noviembre, le dio vida a los hoteles de la Unidad turística de Embalse, esas estructuras monolíticas, abandonadas a su suerte por los gobiernos de turno, con el encuentro organizado por “Abriendo la cancha”, una agrupación cordobesa dispuesta a visibilizar e incentivar este deporte entre las mujeres de su ciudad.
La idea del encuentro surgió en 2015 cuando la organización porteña de “La Nuestra” fue invitada a participar del encuentro “Más allá de las fronteras”, un festival de fútbol de mujeres realizado en Berlín en el que equipos de varios países del mundo se mezclaron entre sí armando nuevos grupos plurinacionales, pero con la misma intención de siempre: disfrutar de un deporte que también es de ellas. De Alemania volvieron entusiasmadas y dispuestas a replicar un festival con tonada latinoamericana que se llevó a cabo el año pasado en la ciudad de Buenos Aires al que estuvieron invitadas las cordobesas que este año se calzaron al hombro la preparación de esta nueva convocatoria.
Por qué “Abriendo la cancha”
“El nombre surge cuando, este año, decidimos participar de la manifestación Ni Una Menos, el 3 de junio. Habíamos comenzado a reunirnos con la idea de hacer una organización vinculada al fútbol femenino en Córdoba. Empezamos a jugar con diferentes nombres que hablaran de la cancha, abramos el juego, abramos la cancha, hasta que llegamos a ‘Abriendo la cancha’, que es una forma de invitación a participar en espacios que, inclusive para nosotras mismas, no son comunes”, narran entre todas. “Es un modo de decir que ese lugar que en nuestro país ha sido históricamente considerado un espacio de los varones, de la figura del hombre, puede ser ocupado por mujeres. En un lugar donde se juega, se construye el patriarcado, abrir la cancha es pensar qué pasa con las mujeres que siempre hemos estado invisibles en muchísimos ámbitos como este que simbólicamente es propiedad de los varones”, afirman, dejando en claro que la expresión supone un carácter inclusivo. “Nosotras nos referimos a que cualquier mujer puede jugar al fútbol, no necesariamente tienen que estar vinculadas al alto rendimiento, a la competitividad. Queremos rescatar el carácter recreativo vinculado al derecho al juego, al disfrute, el derecho al uso de los espacios públicos. En este sentido ‘Abriendo la cancha’ tiene un alto contenido feminista.”
Si bien el nombre del Festival habla de “fútbol femenino” para darle continuidad a la denominación del primer encuentro realizado el año pasado, el feminismo se cuela en los debates del grupo. “Nos permitimos esa discusión; hace poco tiempo que estamos juntas y en ese recorrido hay una búsqueda, vamos definiéndonos en ese trayecto. Si hay una transformación, responderá a los diálogos que tengamos al respecto, por ahora el término que nos incluye es ese. Hay un consenso que brota y florece, desde el nombre hasta los talleres y las actividades que hacemos”, explican.
La invitación de los equipos, por ejemplo, no fue azarosa. Apuntó a un perfil particular, participativo y solidario. La Nuestra, ideólogas del primer festival; El Reencuentro, formado por las pioneras del fútbol cordobés de mujeres; Peñarol, el único cuerpo técnico de la liga cordobesa formado enteramente por mujeres y con una mirada feminista sobre el fútbol. Estaba invitado un equipo de chicas migrantes bolivianas que lamentablemente no pudo participar. Participó también el equipo local de Embalse, el equipo de Oberá, único en Misiones y Las Palmas, con gran trayectoria en la liga cordobesa.
El evento se nutrió de la experiencia del festival anterior y comenzó el sábado con un taller de autodefensa. Para las organizadoras iniciar con este taller fue un modo de “ponernos en sintonía”, conocerse desde ese lugar de empoderamiento que marcó el espíritu del encuentro, el mismo que se dejó entrever en imágenes de la “Pepa” Gaitán y pedidos por la exoneración de “Higui”, procesada por defenderse de una violación masiva y correctiva, que se replicaron en banderas, calcos y remeras. Un modo de tener presente a estas dos amantes del fútbol que sufrieron en carne propia la discriminación y la violencia por querer escaparse de la héteronorma.
El resto de las actividades se articularon en torno a algunos recorridos que “Abriendo la cancha” está haciendo en Córdoba, como el diálogo con “Las Guerreras”, uno de los poquísimos equipos de fútbol de mujeres no videntes del mundo, pionero en Argentina. La dinámica de ese taller, brindado por dos de sus integrantes y el entrenador del equipo, consistió en formar equipos de cuatro personas vendadas. “Es muy raro jugar sin poder mirar a la otra, perdidas en el contexto. Ahí una se da cuenta la confianza que involucra jugar en equipo”, explica Laura, integrante de Abriendo la cancha. En su grupo estaba una compañera de su equipo y otras dos chicas de diferentes grupos. Azorada cuenta que escuchar la voz de su amiga le daba más seguridad que la de las otras dos, por más que también fueran personas conocidas y era hacia ella para donde se movía con más soltura. “Nunca sabremos exactamente cómo es el cotidiano de una persona que no ve, pero el hecho de haber tenido que situar el cuerpo de otra manera, reconocer el espacio a partir de los otros sentidos y entender que ese también es un modo de jugar al fútbol, fue movilizador”. El ejercicio propuesto evidenciaba la importancia de afianzar los vínculos que generan confianza entre las integrantes lo que podría aplicarse a los modos con los que establecemos relaciones en la comunidad. “Ese taller nos hizo pensar en cómo se replican las hegemonías”, acota Lali, otra de las organizadoras. “Si decimos ‘fútbol’, así a secas, estábamos hablando de varones sin ninguna discapacidad, de las grandes ligas, digamos. Después viene el ‘fútbol adaptado’, el ‘fútbol femenino’… a todo se le agrega un adjetivo calificativo para diferenciarlo”. En esta experiencia es posible ver otra arista de la interseccionalidad de ciertas alteridades: a la dificultad que acarrea enfrentarse a la ocupación del espacio público en tanto mujeres, se le suma ganar terreno en el deporte y lucharlo desde una capacidad diferente.
Las históricas
En el comedor donde estamos almorzando es fácil reconocer a los equipos. Uno se distingue por ser un grupo que ya peina canas. Son las históricas, que forman parte de “El Reencuentro”, invitadas especialmente para dar uno de los talleres y jugar en el campeonato. Estas mujeres que ya rozan el medio siglo de vida cuentan que no fue nada fácil abrirse camino en un mundo donde jugar al fútbol significaba cargar con el estigma de las cachitos, las María-macho, y la punición familiar por alejarse de los mandatos sociales establecidos por haber nacido con la asignación de un sexo femenino. “Me ligué varias cascadas de mi madre y mi abuela por querer jugar al fútbol” cuenta una; “yo mentía, decía que iba a jugar al vóley, hasta que mi abuelo me descubrió yendo a jugar al fútbol, entonces lo sumé a la mentira y empezó a acompañarme”, confiesa otra. El grupo, que se conoce desde hace unos 30 años, entrenaba en el Parque Sarmiento de la ciudad de Córdoba, recibiendo miradas de desdén por parte de los varones que se paraban a verlas jugar. “A veces querían hacernos partido y nosotras aceptábamos porque nos servían para ejercitar. Entraban a la cancha todos ganadores y siempre salían perdiendo”, rememoran con la carcajada cómplice de las más jóvenes que asisten al taller y entienden en carne propia lo que aún significa lidiar con los prejuicios de los machitos ávidos de demostrar su pretendida superioridad.
Algunas, desde su profesión, plantean y aplican estrategias para equilibrar un poco la balanza. Como profesoras de educación física en escuelas primarias dan fútbol mixto “les guste o no” a las maestras o directoras. La regla es simple: para que el gol valga, en la jugada tienen que haber participado las chicas “porque los varoncitos son mezquinos, comilones y quieren hacer la individual. Así también aprenden lo que significa jugar en equipo”. Estas mujeres, que se consideran una familia por el apoyo, compañerismo y solidaridad que tienen entre ellas, se alegran de ver su pasión replicada en la cantidad de chicas “tirando al arco” en los potreros de la ciudad. Cuando las organizadoras les preguntan qué ha significado el fútbol en sus vidas las palabras pasión y amor aparecen con rapidez. “El fútbol fue el amor de mi vida. No me importaba pareja, trabajo, nada. Hoy, ya más grande, puedo decir que es mi amante”, confiesa con cierta nostalgia y mirando hacia el horizonte una de las más veteranas, cuyas rodillas la tienen medio alejada de las canchas. “A ésta–señalando la compañera que tiene sentada al lado– le dijeron ‘el fútbol o yo’ y acá la tenemos jugando”, cuentan en tono jocoso. A la tarde, durante el torneo, su arte salió a la cancha, mostrando que, como ellas mismas dicen, puede que no se muevan tan rápido como las más chicas, pero saben cómo jugar al fútbol.
El festival no se centró en el torneo sino en el encuentro, en la posibilidad de diálogo e intercambio con otras mujeres que tienen vivencias similares, pero con particularidades de cada contexto en el que viven. El desafío fue conseguir una horizontalidad donde la competencia quedara en segundo plano y la sororidad fuera el hilo conductor. La elección de las actividades culturales que congregaban las noches no estuvo exenta de este espíritu. El sábado se presentó la película Hay partido a las 3, de la directora correntina Clarisa Navas, que muestra las vivencias de un equipo de mujeres en esa provincia del nordeste argentino, y el domingo fue a puro baile feminista con las raperas Karen Pastrana, Nina Uma –desde Bolivia– y Mare advertencia lírika, la mexicana oaxaqueña que al son de “no quiero tu piropo, quiero tu respeto. ¡Libres y vivas nos queremos!”, cerró una noche potente, plural y latinoamericana.
Y como no hay dos sin tres, ya están planeando el próximo encuentro con el ojo puesto en Santa Fe, donde hay una movida fuerte liderada por Las Martas en articulación con Ciudad Futura de Rosario. “Ahora somos dos las organizaciones que hemos hecho el festival por lo que la tercera podrá contar con nuestro apoyo y experiencia. Ayudándonos entre todas, sale”, afirman entusiasmadas.
En tiempos de desarticulación, desencanto e individualismo, la existencia y continuidad de este tipo de encuentros es una confirmación reconfortante de que la lucha está viva y en todas partes. Llenar esos viejos hoteles, que otrora albergaran a la “familia trabajadora” como base de la sociedad, con mujeres futboleras, tortas y activistas que se abren camino gambeteando prejuicios y fobias, es una muestra de la arquitectura con la que se diseñan las nuevas bases. Al fin y al cabo, las calles y las canchas también son nuestras.