La inminente muerte del padre le rompe el alma en mil pedazos. La volcánica y contradictoria Verónica Rosenthal, la periodista de investigación que se ha instalado como un personaje inefable de la literatura argentina contemporánea, puede apelar al ritual con un senegalés en un idioma incomprensible para que “desaparezcan todos los tumores”. Cuando el mundo se desmorona, hay que aferrarse a algo, por más minúsculo, absurdo o patético que sea. Su expareja, Federico, está por tener un bebé con una joven abogada. Cuidar y acompañar a Aarón, un prestigioso abogado, compartir con él lo que le queda de vida, no es una tarea sencilla. Nadie está preparado ni sabe cómo afrontar la despedida. El pasado vuelve y ella conocerá la historia de amor de su padre con Cecilia, una militante montonera hija de un militar, doble víctima de una democracia en descomposición que opera como un laboratorio de lo que vendrá en la dictadura cívico militar, y de la violencia intrafamiliar. Desde un título que es un guiño literal a una de las canciones de Andrés Calamaro, en Media Verónica (Alfaguara), la quinta entrega de la saga, Sergio Olguín no da respiro.
El pasado vuelve porque hay heridas abiertas y una víctima que ha tenido que rubricar su “muerte civil” y renunciar a sus bienes para exiliarse y sobrevivir. Lo que regresa también es lo ominoso del colaboracionismo: un abogado camuflado en el estudio Rosenthal que se ganó la confianza de una víctima y entregó una “cita” a un jefe militar para que la secuestraran y torturaran. En Media Verónica llegará además la pasión intempestiva para la periodista que ahora trabaja en Malas noticias, un medio exclusivamente digital, cuando aparece en escena Manuel Cobos García, un renombrado médico sevillano que vive en Estados Unidos, y se muda a Buenos Aires para acompañar a Aarón en el final. “Si una novela no sobrevive a los spoilers, no es buena”, ironiza Olguín, columnista de Página/12. El escritor pone toda la carne en el asador de una escritura y una trama íntimo y política que fluye de principio a fin.
La novela la escribió entre marzo y agosto de 2024, como figura en el epílogo. “Las novelas de Verónica Rosenthal, las primeras versiones, las hago rápido; en general paso muchos años pergeñando una historia, yendo y viniendo. Esta (Media Verónica) la charlé mucho con un amigo, Pablo Robledo, porque no le encontraba la vuelta que ahora tiene. Me lleva un tiempo de elaboración lo que es la trama, previo a la escritura, y necesito tener algunas cosas claras”, revela el escritor y periodista que fundó la revista de cultura V de Vian, fue cofundador y primer director de la revista de cine El Amante, director de la revista literaria La Mujer de mi Vida; y fue coguionista de la película El Ángel. “Cuando me pongo a escribir, no paro y llego a esa primera versión con muchos errores, a veces dejando algún hueco. Me gusta que la escritura esté inmersa en la rapidez; tiene que ver con cierta facilidad de lectura que quiero encontrar en los libros. Cuando tardo mucho en algún capítulo, después se lee de manera más lenta. Hay un círculo entre la escritura y la lectura”, plantea el autor de las novelas Lanús, Filo, Oscura monótona sangre (con la que ganó el Premio Tusquets 2009) y la saga de Verónica Rosenthal, compuesta por La fragilidad de los cuerpos, Las extranjeras, No hay amores felices y La mejor enemiga.
La violencia militar
-Cecilia es una víctima de la violencia política y familiar. ¿Esta cuestión estaba desde el inicio, cuando empezaste a escribir la novela, o el clima de época, la reivindicación de la dictadura que hace la vicepresidenta Victoria Villarruel, se metió en la novela?
-Una parte de la novela transcurre a fines del 75, cuando todavía había democracia. Yo quería tomar ese momento especial, fin del 75 en Córdoba, cuando ya se realizaban en la provincia los mismos métodos de secuestros y torturas que en dictadura; es como si te dijera que Córdoba fue el laboratorio de prueba para lo que se iba a aplicar a partir de marzo del 76. Me interesaba ese momento porque quería vincular la violencia intrafamiliar (Cecilia es víctima de esa violencia) con la violencia política. Aunque la escribí en los primeros meses del gobierno de Milei, trato conscientemente de que la realidad no se cuele en las novelas. Intento trabajar con mi propia agenda, no con la agenda política del momento; un autor de ficción tiene que que ir más allá de la coyuntura, porque si no terminás convirtiendo un texto literario en un panfleto. Vengo del periodismo y si tengo algo que decir políticamente lo escribo en un artículo, en una contratapa. No necesito trasladar eso a las novelas. Lo que pasa es que la realidad se le cuela por todos lados. Uno no se da cuenta, pero vive tomando decisiones políticas todo el tiempo. En el momento en que en todas mis novelas policiales la que investiga es una periodista y no un policía, es una decisión política también. Lo que no me gusta es traficar mi propio pensamiento de manera burda en una novela.
-¿Cómo se resignifica ahora Verónica Rosenthal como periodista e investigadora en un contexto donde el presidente Javier Milei ataca sistemáticamente a los periodistas y los acusa de “ensobrados” o “pauteros”?
-Hay un ataque hacia el periodismo bastante inusual desde el poder, que no lo vimos nunca en la Argentina con ningún signo político. Siempre los gobiernos han presionado para sacar periodistas de los medios o para contar con el favor de algún periodista, eso ha funcionado y te diría que es parte del juego democrático. Lo que nunca se había visto es que este es un presidente que trata de tensar la cuerda para ver hasta dónde puede llegar en su autoritarismo. Primero empieza con una frase, que incluso puede resultar divertida, avanza con una frase más agresiva, después dice algo más particular y da nombres y apellidos de periodistas y los enjuicia. Si todo esto la sociedad lo va dejando pasar, va a llegar un momento en donde habrá periodistas presos y atacados físicamente. Milei está moviendo el límite de lo democráticamente aceptable. No se puede aceptar lo que está haciendo el presidente con la prensa y con muchas otras otras cosas, me parece que se ha salido del sistema democrático, aunque todavía entendemos que está dentro de él. Nunca hay retroceso; él avanza siempre en su autoritarismo. No es menos autoritario ahora que hace un año; al contrario, lo es mucho más. Este es un gobierno que se dirige sin ningún límite hacia el fascismo con la ayuda de un equipo que no le interesa la democracia; gente como Patricia Bullrich, como (Luis) Petri, como los (Santiago y Luis) Caputo hace que este gobierno vaya hacia un camino más autoritario. El periodismo también vive otro tipo de crisis, que tiene que ver con pasar del mundo analógico al digital y que significó la pérdida del concepto de trabajo en equipo. Pero lo más grave es la precarización laboral que se vive desde los años 90 para acá, que es cada vez más alarmante porque las empresas periodísticas no se están haciendo cargo de la situación.
La complicidad civil
-Verónica sería una periodista analógica, ¿no?
-Sí. Verónica es un personaje que me sirve para decir lo que pienso sobre el periodismo. Yo tenía la fantasía de ser periodista de investigación, pero siempre fui periodista cultural, que es la rama en donde no hay mucho para investigar. Cuando era joven, quería ser un periodista de esos que descubren grandes verdades, pero en un momento me encontré hablando de escritores franceses (risas). Entonces me hace muy feliz trabajar el personaje de Verónica, que es una periodista que investiga, y convertirla en una persona muy anacrónica que odia la idea de tener redes sociales (no tiene ninguna). Me gusta esa cosa de poder meter en el pensamiento de Verónica no solo lo que pienso, sino lo que piensan mis maestros en el periodismo, como el propio Carlos Ulanovsky, a quien está dedicada la novela.
-Aunque no sea un personaje muy intelectual, Verónica es una lectora. ¿Traficás tus propias lecturas en lo que Verónica va leyendo, de novela en novela?
-Me gusta que Verónica sea buena lectora. No me gustan los personajes escritores, aunque tengo una novela sobre Julio Verne (Los últimos días de Julio Verne). Pero cuando hablo de escritores me refiero a escritores contemporáneos que estén pensando su obra literaria en la novela. Me voy a resistir de acá a que me muera; nunca voy a tener un personaje de esas características, pero sí me gusta la idea del buen lector como personaje, que ya aparecía en Filo. Verónica es una muy buena lectora, siempre está leyendo libros; entonces aprovecho para poner algún libro que me ha gustado especialmente.
Un ejército de ocupación
-En la novela se evidencia la connivencia entre los abogados y el poder político. En el estudio Rosenthal, hay un abogado que fue colaboracionista con la dictadura. ¿Qué te interesaba explorar de esta figura?
-En todas las novelas, el estudio Rosenthal está conectado con el poder, un poder vinculado con los sectores más reaccionarios del país. Lo que nadie sospechaba es el pasado distinto de Aarón, un personaje que para definirlo suavemente es un conservador. Los sectores civiles fueron cómplices y promotores de la dictadura; empresarios, abogados como Iñíguez en la novela, sindicalistas e incluso políticos, han continuado indemnes en democracia. En los años 80 y 90 hemos seguido conviviendo con gente que ha sido muy importante para la dictadura y que por lo tanto tendrían que haber sido castigados por la justicia. Pero no ha ocurrido ni va a ocurrir.
-¿Por qué aparece con mucha fuerza en la novela que el poder militar, además de secuestrar, torturar y matar, robó bienes y propiedades de sus víctimas?
-El robo económico es un tema importante; pero ante la cantidad de atrocidades cometidas por los militares y sus cómplices durante la dictadura que se hayan quedado con el dinero que tenía guardado como ahorro en su casa una víctima o lo que fuera parece menor. La dictadura también era una forma de robo de la manera más vulgar y torpe que uno puede imaginar. Me pareció que estaba bueno que eso se reflejara porque también ahí, en esa cosa tan pequeña, es donde se ve el grado de salvajismo que significa una dictadura. Que no va solo por los cuerpos y las mentes de las personas, sino que también va por sus bienes más pequeños; una cosa que iguala a las dictaduras con los ejércitos de ocupación, que cuando llegan a un país se roban todo lo que hay adentro de un museo. Algo parecido a lo que quiere hacer este gobierno, que todo el tiempo está tratándonos como si fuera un ejército de ocupación y busca quedarse con lo que puede de los argentinos. Ahora están yendo por los dólares que están en los colchones; cambian los métodos, cambian las formas, pero el fin es el mismo: quedarse con todo lo que tiene la gente.
-En “Media Verónica” emerge la cuestión de la muerte digna, un debate que nos debemos como sociedad porque aunque no está permitida muchas veces en los hechos funciona, ¿no?
-En el momento en que decidí que Aarón iba a morir, pensé que él elegiría cómo hacerlo por el tipo de personalidad que tenía. El fin de la vida muchas veces es terrible, incluso para gente muy poderosa. Una persona como Aarón Rosenthal, con un alto sentido de la dignidad, elegiría una muerte digna; otros personajes muchos más jóvenes, en situaciones de una degradación del cuerpo, también aceptarían una muerte digna. Siempre que un médico dice sobre un paciente “no pasa de mañana” es porque no quiere que pase de mañana, porque le cambia la medicación que lo mantiene con vida. Por lo que me contó un amigo médico, lo que hacen es subirle un poco la dosis de morfina, que da una sensación de tranquilidad y de saciedad, pero que en realidad provoca deshidratación... La gente tiene que poder decidir cómo morir.