Los títulos de películas con nombre propio son una pesadilla para una distribución nacional (y hasta regional) siempre adepta a incluir términos que cumplan la doble función de resultar “atractivos” para el público y dar una idea básica del contenido y el tono del relato. ¿Qué es, por ejemplo, Joy? La historia de superación de una madre soltera que lucha contra viento y marea para hacerse un lugar en medio de una industria machista y misógina. Ok, entonces acá se llama Joy: el nombre del éxito. ¿Y The Post? La recreación a cargo de Steven Spielberg de una investigación periodística en los 70 relacionada con ocultamientos gubernamentales durante la Guerra de Vietnam llegará en febrero con el subtítulo “Los oscuros secretos del Pentágono”, como para que se entienda bien de qué va el asunto. Con la elección de Luna, una fábula siciliana en lugar del Sicilian Ghost Story original, armaron un problema donde no había. Así como estaba era perfecto, fiel a esta oscura y refinada historia de ribetes fantásticos -David Lynch y Tim Burton asoman como referentes ineludibles- con la pérdida de la inocencia como gran tema.
Hablar de Sicilia, al menos en términos cinematográficos, remite invariablemente a la mafia y su amplio linaje de hombres dispuestos a todo con tal de proteger el negocio. Incluso a secuestrar al hijo adolescente de un soplón, aislarlo y torturarlo física y psicológicamente durante dos años para, como cierre, ahorcarlo y descomponer el cadáver en ácido, tal como ocurrió con el joven Giuseppe Di Matteo a mediados de los ‘90, cuando los tentáculos de la Cosa Nostra llegaban a todas las esferas del poder siciliano. Pero los directores Antonio Piazza y Fabio Grassadonia –que presentaron el film en la última edición de Mar del Plata– no toman ese hecho para recrearlo. No hay nada en Sicilian Ghost Story que remita a los recursos habituales del cine basado en hechos reales: como indica el título, es una historia de fantasmas, no sobre la mafia.
Los acontecimientos son el puntapié para un abordaje periférico proveniente del punto de vista de Luna (Julia Jedlikowska), la muchachita enamorada de Giuseppe que no dejará de buscarlo hasta las últimas consecuencias. “Alejate de esa familia”, ordena papá cuando Luna dice a dónde fue, todo ante la atenta mirada de una madre suiza con aspecto de bruja. El de estos chicos es, como el de Romeo y Julieta, un amor contrariado que marcha a contramano del contexto y de las imposiciones familiares rumbo a una tragedia inexorable. La cocina de la mafia permanece en un fuera de campo que el film nunca abandona, funcionando como contexto donde lo real se entremezcla con la fantasía hasta volverse un todo indivisible. Deliberadamente artificiosa en la construcción de sus amplios espacios, con esos bosques que, gran angular mediante, devoran a la pequeña Luna, Sicilian Ghost Story ostenta una seguridad inhabitual para una segunda película. Una virtud a la vez que problema, en tanto Piazza y Grassadonia tienen tanta confianza en su material -y, sobre todo, en la forma lírica y poética de disponerlo en pantalla- que por momentos se engolosinan. Como en esa larga media hora final donde lo fantasmagórico se vuelve bello y la oscuridad muta en luminosidad ante la certeza de un amor para toda la vida.