Perdió Jesús Cuellar. Dejó de ser el campeón de los plumas de la Asociación. En la madrugada del domingo y en el Galen Center de Los Angeles, el mexicano Abner Mares lo derrotó por puntos al cabo de 12 vueltas y logró el cuarto título de su carrera. Y no sólo eso. Con este traspié, el boxeo argentino, por primera vez en los últimos 24 años (la última fue en 1992), no tiene campeones mundiales en vigencia. Queda Brian Castaño alzando la bandera. Pero el título AMB que detenta desde hace dos semanas en el peso superwelter es un interinato. O sea, una manera marketinera y vendedora de nombrar lo que, en verdad, no es más que el primer puesto en el ranking de la categoría.
A esta altura, tanto los expertos como los advenedizos deberían cuidarse muchísimo de mencionar la palabra crisis. Porque el viejo y glorioso pugilismo argentino que ha consagrado 38 campeones del mundo desde 1954 no está terminado ni mucho menos. Es cierto que los brillos de los ‘60 y los ‘70, los años dorados del deporte, están cada vez más distantes en la historia. Y que el recuerdo imperecedero de grandes como Pascualito, Accavallo, Locche, Monzón, Bonavena, Galíndez, Palma, Látigo Coggi, Vásquez, Locomotora Castro y tantos otros se agiganta cuando se lo contrapuntea con la gris mediocridad de estos días y con la pobreza de los resultados internacionales de 2016.
Es cierto, también, que salen muchos menos boxeadores que antes y que los que van saliendo no parecen tan preparados para llegar y sostenerse en las grandes alturas internacionales. Pero el boxeo argentino lejos está de ser una pieza de los museos. Los gimnasios están llenos de pibas y pibes que quieren abrirse camino en ese áspero mundo, cada fin de semana hay festivales profesionales y amateurs en los lugares menos imaginados de la geografía nacional y dos señales de cable (TyC Sports y CN 23) y una satelital (Direct TV) televisan peleas con cierta regularidad. Desde ese punto de vista, el boxeo está más vivo que nunca.
Lo que sí parece haber entrado en el pasado es la competitividad de nuestros peleadores por el mundo. En combates por títulos mundiales, este año sólo Castaño salió ganador, peleando de local en el Polideportivo de González Catán contra el noveno clasificado del ranking superwelter de la AMB (el puertorriqueño Emanuel De Jesús). Después, en el exterior perdieron todos, de mejor o peor manera. César Cuenca, Víctor Emilio Ramírez y Matías Rueda fueron arrasados por sus rivales. Cuellar hizo un papel muy superior. Pero con lo justo, también perdió. Y dejó con las manos vacías al boxeo argentino a la hora del balance de fin de año.
Porque si ganaba, el zurdo del barrio Santa Paula de José C. Paz más o menos salvaba la ropa de un año muy malo y quedaba instalado como el abanderado del pugilismo nacional, tras los retiros de Maravilla Martínez y Marcos Maidana. Como perdió en fallo dividido (una tarjeta lo dio ganador 115/112 y las otras dos, perdedor por 117/110 y 116/111), nada quedó en pie. Y será Castaño quien lleve la delantera a la hora de transitar en 2017, el indispensable camino de la recuperación.
“Tendría que haber salido a meter más manos de entrada”, reconoció Cuellar tras un combate sin grandes picos emocionales. Y allí puede estar una de las razones de la derrota. Aunque ganó tres de los primeros cuatro asaltos (perdió el primero pero se impuso del 2° al 4°), al argentino se lo vio retenido, sin imprimir el ritmo y la presión que lo caracterizaron en combates anteriores. Cuellar (56,250 kg) marró demasiados golpes, quedó desacomodado varias veces y cuando Mares (57,152 kg) empezó a caminar el ring, sus problemas se le multiplicaron sin que haya podido solucionarlos ni él en pelea ni Freddie Roach, su célebre técnico, desde el rincón.
La suerte del pleito quedó echada en la penúltima vuelta, cuando Mares lo derribó con una derecha seca y sorpresiva en contragolpe. En los tres minutos finales, Cuellar quiso hacer todo lo que no había podido en los 33 anteriores pero no hubo caso. Atado e impotente, no pudo dar su golpe de gracia y terminó viendo la manera en la que Mares le birlaba la corona, la cuarta de su notable trayectoria.
Cuellar perdió por segunda vez en su carrera. Pero aún es joven (tiene 29 años) y su manager, Sebastián Contursi, pronto le procurará nuevas oportunidades para volver a ser campeón del mundo. Es un muchacho noble y trabajador que merece una nueva oportunidad. El tema, por estas horas, es otro: enderezar la marcha torcida del boxeo argentino. Termina 2016 y se ha quedado sin campeones del mundo. Ojalá también no se haya quedado sin futuro.