No hacen los tatuajes más prolijos ni delicados, los más detallistas ni bonitos, pero sin duda hacen los más dolorosos. Y aunque a priori aquello podría considerarse un contratiempo, el colectivo ítalo-escocés Brutal Black Project se jacta de llevar agonía a sus clientes, de infringirle el sufrimiento más agudo posible. Liderado por los tatuadores Valerio Cancellier, Cammy Stewart y Phillip 3Kreuze, asegura el trío que su intención es “romper con lo que se ha vuelto el tattoo hoy en día: plástico, desalmado, destrozado por la moda, los medios y la cultura popular”. Para ellos, el proceso punzante es un modo de decir fuck you al sistema, de mantenerse a contracorriente; una (muy sádica) iniciativa que busca reivindicar el ritual de marcarse de ciertas (muy, muy masoquistas) personas. “No hay compasión, no hay escrúpulos, no hay empatía”, subrayan los extremistas muchachos, que al grito de “¡El dolor es perecedero, pero el orgullo de haberlo soportado es eterno!”, se concentran en lo que consideran un “proceso catártico, adrenalínico, de tolerancia”, no así en el –indeleble– resultado final. “Queremos volver a lo primitivo, empujar a nuestros clientes al límite. La tinta es solo un recordatorio de lo que aprendieron durante la sesión. Es menos importante que las marcas que quedan en su mente”, esgrimen con orgullo quienes aseguran brindar una experiencia trascendental. O de locura, según quien mire. Pero conforme suele decirse, cada orate con su cruel, demencialmente cruel tema.