7 - NUESTRA PARTE DEL MUNDO
(Argentina, Uruguay/2025)
Dirección: Juan Schnitman
Guionistas: Agustina Liendo, Juan Schnitman
Duración: 88 minutos
Intérpretes: Margarita Molfino y Juan Francisco Barberini

Hace veinte años Juan Schnitman fue uno de los directores de El amor (primera parte), una de las películas fundamentales del entonces incipiente Nuevo Cine Argentino, que seguía la relación de una pareja de veinteañeros (Leonora Balcarce y Luciano Cáceres) desde su inicio hasta su conclusión, desde las euforias apasionadas del flechazo inicial y el enamoramiento hasta los desdibujados y oscuros días finales. Una década después se puso nuevamente tras las cámaras para timonear los destinos de El incendio, en la que Juan Barberini y Pilar Gamboa componían a una pareja de novios que muy pronto, y de manera tensa y cargada de dramatismo, romperán.

Mientras Alejandro Fadel, Martín Máuregui y Santiago Mitre, los otros directores de El amor (primera parte), siguieron sus carreras por caminos artísticos muy distintos, Schnitman continuó por la senda de los dramas de pareja concentrados, mínimos y naturalistas, como demuestra el hecho de que ahora, otra vez luego de diez años, estrene Nuestra parte del mundo, cuya trama vuelve a orbitar alrededor de la separación sufrida por sus protagonistas. Pero lo de sufrir no debe tomarse de manera literal. O no al menos de la manera según la cual el sufrimiento se manifiesta a través de gritos, quejas y gestos ampulosos. Es, en todo caso, un sufrimiento doloroso pero silente, fruto de una decisión que luce meditada y consensuada, además de cargada de ternura.

Suerte de continuación de El incendio en la que Barberini interpreta al mismo personaje ya entrado en los 40, Nuestra parte del mundo, que se exhibió en una de las secciones no competitivas del último Bafici, funciona como una pieza de cámara circunscripta en espacio y en tiempo. Lo primero, porque todo transcurre en el departamento de tres ambientes que Marcelo (Barberini) comparte con Jazmín (Margarita Molfino) y el pequeño hijo de ambos, que duerme en una de las habitaciones. Lo segundo se debe a que la acción ocupa el periodo que va desde poco antes del amanecer, cuando ambos despiertan, hasta que ese niño abre los ojos. Una vez que esto ocurra, los tres viajarán a Córdoba para pasar año nuevo con la familia de él, en lo que probablemente sean las últimas vacaciones familiares.

Durante ese tiempo, que prácticamente coincide con el metraje, el guion de Schintman y su habitual socia creativa, Agustina Liendo, irá construyendo una suerte de baile melancólico por distintos puntos de la casa. Allí, las situaciones más cotidianas (hacer tostadas, buscar ropa en el placard, tomarse unos mates mirando por el balcón) se tiñen de melancolía ante la posibilidad muy concreta de que no vuelvan a ocurrir. Entre medio se cuelan discusiones en torno a ese hijo con problemas para hablar y algunos reproches por actitudes y comportamientos del pasado, el sustrato sobre el que maduró el distanciamiento.

Que el chico esté durmiendo es un elemento clave para lo que vendrá, porque las rispideces deberán mantenerse en un tono de moderado a bajo para no despertarlo. De no estar el nene, quizás el escenario hubiera sido más parecido al de la explosividad de El incendio. Pero también es cierto que aquí los protagonistas ya tienen más de cuarenta años y las pasiones a esa edad son muy distintas a las de los 30. Y ni hablar de las de los 20. Bien lo saben Molfino y Barberini, perfectamente ajustados y con una química que no hace más que reforzar la impronta verosímil de estas escenas de una vida conyugal que se aproxima a su final.