7 - UNA CASA CON DOS PERROS
(Argentina/2024)
Dirección y guion: Matías Ferreyra
Duración: 92 minutos
Intérpretes: Simón Boquite Bernal, Florencia Coll, Magdalena Combes Tillard, Maximiliano Gallo, Emilio Silber y Abigail Piñeiro
Estreno en salas
"¿Vos realmente querés desaparecer?", le susurra la abuela a Manuel, uno de sus nietos. Lo hace después de uno de sus varios comportamientos extraños, como es haberse recostado en uno de los laterales de la mesa donde la televisión devuelve imágenes del caos de diciembre de 2001. La amplia casa de la señora se ha vuelto un refugio de caídos del sistema, la última red de contención. Pero no todos lo viven de la misma manera: mientras ella parece habitar un universo alternativo y su hijo vaguea por los ambientes sin trabajo definido y con aire despreocupado, su hija acaba de instalarse junto a su pareja, que acaba de perder su fuente laboral, y sus tres hijos luego de haber vivido de prestado en casa de un amigo. En medio del calor impiadoso del verano, la casa familiar aumentará aún más temperatura, un fenómeno que los chicos observarán desde la inocencia de quienes desconocen en profundidad las rugosidades del mundo de los adultos.
Exhibida en la Competencia Argentina de la última edición del Bafici, Una casa con dos perros es una de las películas más recientes del voluminoso y variado cine realizado en la provincia de Córdoba. Varias producciones filmadas allí en los últimos años circunscribían su acción a un ámbito socioeconómico al que cine argentino contemporáneo ha mirado poco y nada. Mochila de plomo, de Darío Mascambroni, Las motitos, de Inés Barrionuevo y Gabriela Vidal, Casa propia y la reciente La zurda, ambas Rosendo Ruíz, son algunos ejemplos de películas centradas en sectores de clases populares para los que el dinero no es algo dado, sino un elemento cuya falta opera como motor de la trama y de buena parte de las decisiones de sus personajes.
El debut en la realización de largometrajes de Matías Ferreyra se suma a esa lista con orgullo y una aproximación de corte realista, reforzando la pátina autobiográfica que tiñe su desarrollo. Allí estará la madre de los chicos pensando qué puede vender o cocinando por encargo para intentar juntar unos mangos, al tiempo que su marido fuma como un escuerzo y se rompe la cabeza analizando posibilidades sobre cómo seguir adelante. Pero el escenario ya se había complicado apenas llegaron y la abuela, en lugar de cederles parte de la casa, les pidió que se instalen en el garaje. No es, desde ya, un lugar muy cómodo para que vivan dos adultos y tres chicos.
La abuela, además, no está muy bien: habla de irse a trabajos que no tiene, menciona un perro que nunca aparece y, lo dicho, se entrevera en diálogos misteriosos con uno de sus nietos, quien siente una extraña fascinación ella y parece creerle todo lo que dice y hace. Mientras la represión policial se cuela por el televisor, los primeros cruces por la falta de espacio son la punta de un iceberg hecho de rispideces acumuladas durante largos años de silencio. Tampoco ayuda que el hermano no tenga trabajo a la vista –porque es vago y no porque lo hayan echado o se haya fundido, como su cuñado– y que meta de sopetón a una mujer a vivir en su habitación.
Alrededor de esa dinámica se mueve Una casa con dos perros, que sin embargo evita una mirada impiadosa cediéndole el punto de vista a esos chicos sin demasiada conciencia de lo que ocurre. Para ellos el verano es una larga sucesión de tiempos muertos, de pequeños juegos y entretenimientos y de charlas con esa abuela misteriosa cuyos secretos cifran buena parte del sentido del más que aceptable debut de Ferreyra.