Quién no pensó en ponerse un bar en la playa mientras veía un atardecer con los pies y las manos hundidos en la arena? ¿Y qué futbolero no dijo que había que armar un equipo que fuera competitivo, y pensó –incluso– en que ese equipo se hiciera conocido, en la charla posterior de un partido de fútbol 5 entre amigos? Bernardo Grobocopatel, que es millonario (“pero no ando en Mercedes Benz ni fumo habanos”, le aclara a Enganche), fundó un club luego de una epifanía que tuvo hace seis años. Agropecuario Argentino empezó a nacer en tiempos inmemoriales.
El fundador y actual presidente, que hoy tiene 45 años, no puede precisar cuándo fue que se le ocurrió la idea por primera vez. En cambio, tiene en claro aquella noche. Estaba sentado en un sillón del living de su casa en Carlos Casares y le dijo a su mujer que quería un club propio. El año anterior, en 2010, había ocurrido el punto de inflexión, cuando se enfermaron gravemente dos amigos suyos: “‘¿Qué me da felicidad?’, me pregunté. Podía seguir haciendo otros negocios pero no quería vivir sin pasión. Y mi pasión es el fútbol”. Desde entonces es aquel pibe que después de un partido de fútbol 5 imaginó un equipo, deseó hacerlo competitivo y que llegara a ser conocido.
Bernardo, que porta el apellido más famoso de la zona ya no es señalado como el primo de Gustavo Grobocopatel, “el Rey de la soja”. Le preguntan –la gente, los hinchas– si van a poder entrar con termo y mate a la cancha, ahora que Agropecuario juega en la B Nacional. De historias como esa se alimenta el club profesional más insólito de la Argentina.
El 9 de Agropecuario no es un futbolista común. Nacido en Bellocq, un pueblito de 600 habitantes que pertenece a Carlos Casares, no quiso fichar en Boca. Tenía 15 años y en la prueba de una tarde de 2006 hizo dos goles. A la noche, en la pensión de Casa Amarilla, lloró porque extrañaba su casa. En la siguiente práctica, metió otros tres. Y cuando le dijeron que iba a fichar, llamó a una prima que vivía en Buenos Aires para que lo fuera a buscar. Gonzalo Urquijo, que se crió en un lugar chiquito –“Todavía es todo de tierra”, agrega– no soportó la inmensidad de una mole de cemento como la Bombonera y se volvió a su casa. Urquijo –el goleador, el que festejó subido a un tractor el ascenso del equipo que en menos tiempo subió a la B Nacional, el que tampoco soportó jugar en Gimnasia, donde estuvo tres meses y hasta llegó a hacer una pretemporada, el que abandonó la Universidad de La Plata cuando Grobocopatel lo llamó para jugar en Agropecuario–, nunca se fue de su casa.
“Al principio entrenábamos en el polideportivo de un colegio y teníamos que esperar a que terminaran de hacer gimnasia los alumnos para poder entrenarnos nosotros”, rememora el jugador símbolo de Agropecuario. Los rivales en el Federal C se burlaban de un equipo financiado por un millonario, que por ese entonces jugaba con “ropa rota, sin marca”. Urquijo es la prehistoria de un club que, en realidad, no tiene pasado: fue fundado el 23 de agosto de 2011. El delantero está en Agropecuario desde el primer partido y reconoce que al principio el apellido del presidente “chocaba muchísimo”.
Encima, Agropecuario les ganaba a los históricos de la Liga de Carlos Casares, como Atlético, Deportivo y Boca Casares. “Nos puteaban todos, éramos visitantes en nuestro lugar”, se ríe. ¿Qué pasó para que los insultos quedaran sepultados por los autógrafos y las invitaciones a los jugadores para comer asados en las casas de los hinchas? En esta Disneylandia sojera fue clave que Agropecuario dejara de competir en la Liga y, además, que consiguiera llevar a Carlos Casares al fútbol grande. “Los hinchas van a la cancha como si fueran al teatro”, dice Urquijo.
Grobocopatel insiste en que no hay barra brava y que los hinchas pueden ovacionar y sacarse fotos con jugadores visitantes, como ocurrió con Leandro Somoza cuando viajó con Aldosivi. Ese día –fecha 7, ganó Agropecuario 2 a 0– dice Urquijo que los hinchas locales aplaudían cuando pasó el ómnibus que trasladaba a los futbolistas del equipo de Mar del Plata. Los propios jugadores se lo contaban, asombrados, a sus colegas de Agropecuario. El arquero Germán Salort también rescata el espíritu familiar y subraya que “algunos se sorprenden porque no los dejan entran con frasquitos de perfume. Son reglas de la AFA”.
El cordobés Salort es uno de los pioneros y su llegada al club fue tan insólita que ni siquiera sabía dónde quedaba el club en el que iba a jugar: “Cuando me llamaron no tenía ni idea de dónde era Agropecuario. Me dijeron que era de Buenos Aires, pero pensé que quedaba en la Ciudad y resulta que estaba a 300 kilómetros. Hasta el nombre me hacía ruido”. El arquero dice que ni en los ascensos vio tanta gente en la cancha como ahora, en un partido cualquiera de la B Nacional. “Ahora vienen a ver un espectáculo”, destaca. De jugar casi sin público pasaron a convivir con unos 6.000 hinchas por partido. Urquijo compara: “En una final de equipos de acá pueden ir unas 1.000 personas”. En 47 días, 63 trabajadores bajo las órdenes de Grobocopatel convirtieron “lo que era todo tierra en hormigón”, dice el presidente del club, un hombre que se define como bilardista por su obsesión por los detalles. La cancha, con ocho cabinas de transmisión, tiene capacidad –ahora– para 15.000 personas, la cantidad suficiente para albergar prácticamente a toda la población de Carlos Casares. El nombre del estadio no es en honor a un presidente (no los hubo, salvo el actual: Bernardo Grobocopatel) ni al que puso la piedra filosofal (no hay otro que Bernardo Grobocopatel) y entonces a contramano del fútbol argentino que reparte la nomenclatura de los homenajes entre destacados dirigentes o entrenadores o ex jugadores, la cancha de Agropecuario se llama Ofelia Rosenzuaig. El nombre y el apellido de una abuela de Bernardo Grobocopatel.
Al ser un club identificado con la soja (en efecto, su apodo es el Sojero), Salort se sorprende por la estigmatización: “Los rivales de la B Nacional creen que somos todos campesinos”. El look de algunos futbolistas contribuía a que esa imagen ganara fuerza de verdad absoluta: “Al principio veíamos compañeros que venían a entrenarse con bombacha de gaucho y alpargatas. Gonzalo (Urquijo) era uno de ellos. Ahora cambiaron y siguen a la manada; se visten como los futbolistas”, dice. Hay, también, esa estigmatización: vestirse como los futbolistas.
José María Bianco es, tal vez, la cara más famosa para el gran público de un equipo anónimo hasta hace un puñado de meses. Si bien su trayectoria en el fútbol es tan larga como para presentar un currículum de cinco clubes en los que jugó y 13 en los que dirigió, no deja de impresionarse por lo que sucede en Agropecuario: “Nosotros hacemos tandas de penales y a veces viene a patear el presidente. El que erra, tiene que dar una vuelta a la cancha. Con la humildad que tiene él, cuando erró también dio la vuelta a la cancha. Lo pinta de cuerpo entero”. En el club en el que efectivamente hay brotes verdes, los jugadores no se quieren ir. Y algunos de afuera, quieren llegar. “Hubo rivales del Federal A y B que en el medio del partido me pedían que hablara con el presidente, para que le pidiera que los contratara. Me pedían que los buscara después en su Facebook”, cuenta Urquijo.
El presupuesto actual de Agropecuario es de dos millones de pesos mensuales. Buena parte de ese dinero sale de la cuenta bancaria de Grobocopatel. “Cuando nos va bien, como el mes pasado, pongo más. Pero lo hago con gusto”, dice quien se jacta de no haberse perdido ninguno de los partidos que jugó Agropecuario en su corta historia. El único debutante de la B Nacional de esta temporada no solo transpira dólares. De a poco, el sentido de pertenencia se hace carne. “Somos muchos los locos y ya hay tres o cuatro con tatuajes del club”. Uno es Jorge Eduviges, que luce en su brazo izquierdo un escudo de Agropecuario, la fecha de fundación del club y la frase “Pasión Sojera”. En su muro, los otros hinchas lo felicitan como a un ídolo. En la misma red social, el presidente hace arengas antes de cada partido y, además, anuncios. El 16 de noviembre escribió: “Diego Lagos, volante ofensivo, zurdo, ex Lanús, Central, Colón y fútbol del exterior entre otros...desde hoy se suma a nuestro gran sueño que se llama...PRIMERA DIVISIÓN”.
El equipo que en el Federal B solamente era seguido por familiares de los jugadores y por casi nadie más, de pronto se convirtió en un fenómeno cultural que amplió su radio futbolero a Pehuajó, Bolívar y 9 de Julio. “Nos vienen a ver de otras zonas”, se sorprende Salort. La escuelita de fútbol y las divisiones inferiores con 700 chicos es la nueva base para proyectar un club que renovó su horizonte. En las primeras fechas del actual torneo, Agropecuario fue líder de la B Nacional y ya es el primer clasificado para disputar la Copa Argentina 2018. Grobocopatel, hincha de Racing, aspira a jugar contra La Academia, como se lo prometió a su padre cuando estaba en coma, antes de morir. Con él había dado la vuelta olímpica en 2001, en cancha de Vélez. Grobocopal, ahora, sueña con más títulos, pero de esos que ya siente como propios y que fueron paridos en un sillón del living de su casa. Entonces, se preguntaba qué era la felicidad.