El gaucho de hierro”. Así se lo conocía en Europa a Carlos Monzón (1942-1995). El mote se lo había impuesto la revista española “Dicen” cuando el santafesino ya tenía doce peleas por el título mundial. Ni gaucho ni de hierro, la figura era propia de la presumida opulencia europea. Monzón era Monzón. Y punto. Aunque en su San Javier natal, a casi 23 años de su muerte, todo el pueblo sigue más o menos convencido de algo. “Monzón era uno de los nuestros, era un indígena”. Parece una leyenda que ruge como un grito de guerra. Como los especialistas en la materia no se animan a descarta nada, entonces hay que prestarles atención a los pobladores y escuchar sus historias, esas que vivieron en primera persona. Historias que también fueron de boca en boca y que quieren reconstruir la línea de tiempo del ex campeón mundial de los medianos ¿Fue Monzón un indígena mocoví? ¿Tenía sangre guaraní? ¿Era un mestizo más como tantos otros pobladores de nuestra patria? Y algo más: ¿Por qué aún hoy hay dudas sobre su árbol genealógico siendo de que no es un personaje de antaño?
No es nueva la teoría sobre la génesis de Monzón. Pero nunca fue explorada al máximo. Nació el 7 de agosto de 1942, en el barrio La Flecha, en San Javier, 156 kilómetros al norte de Santa Fe capital. Era hijo de Roque Monzón y Amalia Ledesma. San Javier tiene un significado mayúsculo en la historia argentina: allí los indígenas, cansados de los atropellos del hombre blanco, se sublevaron y organizaron el último malón contra los criollos. Fue 1904 y terminó con una matanza de los originarios. Esa sangre guerrera, dicen, está en el ADN de Monzón. El barrio, según el dicho popular, se llama La Flecha porque ese era el principal arma que tenían sus primeros pobladores para defenderse y cazar. Sin embargo, Nora Minutti, maestra de San Javier, aclara que el nombre en realidad responde a la silueta de las calles San Martín, Independencia y Alvear, que dibujan la forma de ese implemento. Sobre Alvear vivía la familia Monzón.
Para saber si el campeón tenía o no sangre indígena hay que retroceder en el tiempo, hasta sus ancestros. Sus padres eran Roque Monzón (1904-1984) y Amalia Ledesma (1910-1990) y hasta el día de la fecha se sabía que ambos eran de Saladero Cabal a partir de la notable investigación de Julio Cantero y de su hijo homónimo, quienes accedieron a documentación de la época. “Monzón era el octavo hijo y no el séptimo, como se dijo por ahí. Y tenía un solo nombre: no se llamaba Carlos Roque Monzón, como aparece en algunos lados. ¿Si Monzón era indígena? Yo creo que no, pero uno nunca termina de investigar.... Eso sí, los investigadores sólo cambiamos de opinión cuando hay una documentación respaldatoria que diga lo contrario”, enfatiza Cantero (h). Asimismo, Sergio Ferrer, prestigioso biógrafo santafesino, aporta su mirada: “Por una cuestión de asimilación étnica, se le atribuyen antepasados amerindios a la gran mayoría de los habitantes de esa zona, por el arquetipo como el que tenía Monzón: su cutis, su fisonomía, sus rasgos característicos. Pero no va más allá de ello, porque aún no se logró completar su ascendencia, o genealogía, de manera que se cierre la historia”.
En plena búsqueda aparecen más versiones que alimentan varias teorías. Gabriela Dalla Corte Caballero, antropóloga rosarina que reside en Barcelona, investigó durante años las comunidades de San Javier, trabajo que luego volcó en un par de libros. En ambos asevera dos enunciados: el primero, que Monzón era mocoví, y cita a Antonio y Gerónima como dos huérfanos antepasados del campeón; y, el segundo, que Monzón se preocupaba por la realidad que acechaba a los aborígenes. “En 1975 supo que los niños y niñas mocovíes de Colonia Dolores se encontraban en la capital provincial de Santa Fe y mostró interés en conocerlos. Su visita produjo una gran emoción”, escribió Caballero en su obra “Mocovíes, Franciscanos y Colonos de la zona chaqueña de Santa Fe” (Rosario 2012).
Según Néstor Lanche, artesano y cacique de San Javier, Monzón volvía siempre que podía a su tierra. “Todos dicen que Monzón se fue y no volvió más, pero yo me acuerdo cómo venía a traer a su papá, Don Roque, para que charlara con Rómulo Pérez, quien era el abuelo de mi esposa. En ese entonces, allá por la década del setenta, los dos viejos nos contaban que habían venido de Entre Rios a trabajar a Santa Fe”, expresa Lanche, palabra autorizada por ser descendiente de Mariano Lanche, un emblemático cacique que prestó sus hombres de lanza para la campaña del Paraguay (1810-1811) que emprendió el General Belgrano. La historia del Monzón indígena no prescinde de ribetes literarios. Las facciones aindiadas, el gesto adusto, las palabras escuetas, la tozudez plena y la sangre guerrera invitan a pensar algo más: no hay forma de que ese hombre no haya tenido información de los pueblos originarios dentro de su cuerpo ¿O sí hay forma? Quién sabe.
Pese a que Monzón nació en La Flecha su familia no era de allí, algo que está documentado en la biografía oficial que escribió el periodista Cherquis Bialo en la década del setenta, libro que se redactó gracias a la investigación in situ de Cantero padre. Y esto, a su vez, dispara un interrogante más. ¿De dónde venía la supuesta sangre indígena de Monzón? ¿Por parte de la madre o del padre? “Pasemos en limpio: el abuelo paterno era Gerardo Monzón, un correntino que había emigrado a Entre Ríos, lugar donde nació Roque Monzón, el papá de Carlos. Roque era un entrerriano oriundo de La Paz que llegó a Saladero Cabal para trabajar en el frigorífico de mi abuelo”, detalla Aldo Monzón, un pueblerino de San Javier, apasionado por la historia y pariente lejano del campeón mundial. “Roque Monzón trabajaba en el frigorífico que se inauguró en Saladero Cabal en 1867. Allí se salaban las carnes para mantenerlas porque por acá no había forma de conservarlas. Llegó desde La Paz, Entre Rios, en balsa por el río. Mi abuelo, Patrocinio Gelbes, lo empleó a Roque durante mucho tiempo. Eran muy amigos. Es más, gracias a Roque, Patrocinio conoció a Narcisa Monzón, mi abuela”, agrega Aldo, con la emoción a flor de piel. Lanche, por su parte, da un veredicto: “Rómulo Pérez, amigo íntimo del papá de Monzón, decía siempre que Carlos tenía sangre guaraní-mocoví porque su abuelo Gerardo era guaraní. Y su madre, Amalia, era mocoví”.
La mamá de Monzón, Amalia Ledesma, era hija de Juan Retamar (1884) y Dolores Ledesma (1888). Ellos sí eran de Santa Fe, según argumentan sus pobladores. Y eran mocovíes, agregan algunos, a pesar de su apellido castellanizado. Nora Minutti, pariente del Tati Minutti, un tano que fue padrino de confirmación del boxeador, aporta un detalle: “Los padres de Monzón se conocieron en Saladero Cabal, donde tuvieron tres hijos. Y luego hicieron una escala por Colonia Macías, donde tuvieron otro, y por Colonia Francesa, donde se radicaron unos años, hasta llegar a San Javier”. No tiene documentación, pero una voz certifica todo: la de Sofía Biancolín, de 87 años. Afirma haber estudiado con cuatro hermanos de Carlos Monzón, en la escuela 6085 de Colonia Francesa. Asombra escuchar cómo recuerda a Zacarías, Nicéforo, Rosa y Rosendo Albino, todos los Monzón, con lujo de detalle.
No se sabe con precisión el año en el cual se afincaron definitivamente en San Javier, pero sí está registrado que allí nacieron tres niños más: Inocencio, Marta Elsa y Alcides. El octavo hijo de la dinastía (el sexto varón) fue Carlos Monzón. Amalia (tenía 32 años) fue asistida en el parto por Norberta Flores, que sería como una abuela para el campeón. Su infancia en el barrio La Flecha fue corta. Hizo primer grado, segundo y abandonó en el tercero. “Luego su papá se lo llevó para Santa Fe capital y no volvieron más”, afirma Eduardo Arredondo, de 85 años, quien vive a metros de donde estaba el primer hogar de Monzón. Esa casa humilde, que tenía más barro en el piso que un nido de hornero. El techo era de paja, con caída a dos aguas. Y las paredes interiores eran lonas que separaban las habitaciones. Hoy, en ese lugar hay un monolito conmemorativo, pero no mucho más. “Siempre prometieron hacer algo, pero nunca se hizo nada”, se lamenta Lanche. Y retoma: “Monzón siempre se sintió parte de San Javier. Cuando ganó sus primeros dineros, le compró a cada uno de sus hermanos un rastrojerito para que hicieran fletes. Le pusieron Escopeta Flet a la empresa. A Monzón le gustaba mucho cazar con escopetas que había traído desde Italia”.
Monzón vivió parte de su infancia en una ciudad marcada a fuego por el avance del “blanqueamiento” de los indígenas. La primera reducción en San Javier fue en 1743, con la intención de formar una barrera y frenar el ataque permanente de los mocovíes a la ciudad de Santa Fe. Los franciscanos comenzaron a evangelizar a los originarios con la transmisión del idioma y de los usos y costumbres. Incluso, sembraron gran cantidad de árboles (durazneros, por ejemplo) para agilizar la obtención de alimento y evitar de esta forma que los aborígenes se fueran por largos períodos de caza, tarea que dificultaba e interrumpía demasiado los trabajos de “persuasión” que ejecutaban los religiosos. La imagen de los durazneros vuelve una y otra vez en la biografía de Monzón, donde recuerda cómo era que se divertía arrancando esos ricos frutos de los árboles.
Afloran las anécdotas pero crecen los interrogantes. ¿Por qué pensar que Monzón tenía antepasados indígenas, si ni el apellido que heredó de su padre, ni el de su madre, tienen contacto con los primeros pobladores? Lanche, cacique mocoví, da la respuesta. “A los mal llamados indios, los bautizaban cuando venían del monte. Había que ponerle nombre y apellido. Y fue así que muy pocos mocovíes mantuvieron sus apellidos originales. No te olvides que, por ese entonces, tenían nombres que hacían referencias a animales... Muchos apellidos mocovíes termina en i. El mío no es Lanche, sino que es Lanchí. Pero se cambió porque así lo impusieron los blancos. Ellos quisieron hacer desaparecernos, así como nuestro derecho a las tierras. Entonces te sacan el apellido, para que luego no tengas ningún derecho a reclamar”.
Según el censo de 2010, la ciudad de San Javier tiene cerca de 10.000 habitantes. Pero no se sabe con exactitud cuántos indígenas hay. Mientras tanto, los que están agrupados siguen reclamando por las tierras fiscales que les arrebataron y vendieron. Vaya paradoja. En 1904, con el último malón, los mocovíes quisieron recuperar a puro arco y flecha las tierras que les habían robado. Muchos años después, Monzón, que golpeaba con esa sangre batalladora corriendo por sus venas, también desobedeció los mandatos que el destino tenía guardados para él. Ese flaquito pobre, de huesos frágiles, nunca, jamás, hubiera quedado en la historia de nada. Pero se rebeló. Y logró abrirse una historia de oro en los cuadriláteros. Más que escopetazos, sus brazos eran como lanzas que se clavaban en los cuerpos de sus adversarios. Esas mismas manos bañadas de gloria fueron las que lo terminarían sentenciando. Condenado por el homicidio de su pareja, Alicia Múñiz, encontró la muerte al volante de su Renault 19 cuando regresaba a la prisión después de una salida transitoria. A los 52 años se apagó la vida del campeón que los indígenas santafesinos aseguran era uno de los suyos.