En los años 50, Lito Gordin, el padre de Sebastián Gordin, se animó a hacer un viaje en barco, en plan aventurero (es decir, sin un peso) a Europa. Por entonces, cuando se cruzaba la línea del Ecuador, en los barcos existía la costumbre de hacer una gran fiesta de disfraces. Por supuesto, el joven Lito no tenía un disfraz a mano, por lo que recurrió al ingenio: se pintó un ojo de negro con un carbón, se puso un pijama y completó el disfraz con un cartelito que decía: “Camarote equivocado”.
“Camarote equivocado era un lenguaje que a mí me interesaba: por un lado por el hecho de recurrir a un vocabulario familiar, íntimo y críptico y hablar cierta lengua que solo habla mi familia; y por otro lado por las especulaciones que se podían hacer sobre eso, algo que también pasa con los títulos de algunas obras surrealistas”. Gordin cuenta que algunos, para su beneplácito, lo relacionaron con la escena del camarote de los hermanos Marx, quizás por ese humor absurdo y de antaño, que el artista comparte con Groucho Marx, con esa imagen tan tierna como anticuada de alguien que recibe un sopapo de parte de una chica tan solo por haberse equivocado de camarote.
Todo forma parte de las estrategias humorísticas de Gordin: en una de las vitrinas que sí incluyó en la muestra, en un letrero con una tipografía de los años 50 se lee “Nunca confíes en un millonario”; contradictorio pero realista, el título de la obra (ubicada en unos recintos hexagonales que buscan generar una relación más íntima entre algunas obras y el espectador) es Se puede cambiar el título a pedido: “Al principio pensé que iba a quedar medio banana ese título, así que también hice otro que se llama Nunca confíes en un artista, que me parecía más ambiguo”.
En esos espacios (para los que contó con la ayuda del arquitecto Gustavo Doliner) también hay un par de obras tituladas como ‘autorretratos’: “Es un autorretrato, pero no es mío, sino de un personaje”, aclara para que oscurezca Gordin, siempre hermético. Aunque no sea la primera vez que Gordin incluye pinturas, no deja de ser una sorpresa. En sus obras e instalaciones (en las que suelen encontrarse maquetas y esculturas pero también comics o marqueterías, como en sus libros Sea Stories, Ghost Stories & Avon Fantasy y hasta performances) siempre se distingue cierto carácter lúdico, pero más allá del humor, lo notable es su capacidad para generar escenas que generan escenas cargadas de suspenso, incertidumbre e indeterminación: piezas del rompecabezas (porque siempre hay algo que armar y porque, literalmente, Gordin sabe siempre cómo romperle la cabeza al espectador) que sigue proponiendo un artista inclasificable.
Dice Gordin: “Para esta muestra tenía ganas de recuperar ciertos códigos más humorísticos que tenían algunas de mis primeras obras. Después que hice mi primera muestra de pinturas en el C.C. Rojas en el 89 pasó un tiempo largo, hasta incluso me compré un bajo y armé una bandita, que no llegó a nada porque nos peleamos. Y por entonces empecé a hacer unos objetos relacionados un poco con la ciencia ficción, la fantasía y el horror clase B. Y de repente empezó a haber un cierto interés de algunos colegas amigos en lo que hacía, y de alguna manera empecé a meterme un poco de nuevo en ese espiral de exponer en ciertos lugares. Yo venía haciendo algo que me parecía muy marginal, pero la verdad es que entre fines de los 80’s y los primeros años de los 90’s hubo un cambio muy grande en la escena. Ya en 1993 empecé a hacer unos objetos similares a estos que venía haciendo, que hablaban del mundo del arte como otros universos de miniatura. Y así empecé a hacer exposiciones también en miniatura, en las que vos podías tener tu propia galería y podías intercambiar y manipular estos kits, y también hice un kit vernisagge; y capaz ahí hacía un galerista chiquito en miniatura, un coleccionista, un cataloguito, un fotógrafo o un artista en miniatura, como un juego de mesa, como una especie de referencia al mundo del arte pero en miniatura”.
Miradas en miniatura
Pero si las obras de Gordin suelen requerir una cierta “mirada en miniatura” (Rafael Cippolini dixit), esta nueva producción requiere de una mirada nueva, consecuencia de haber desarrollado una técnica nueva. Explica Gordin: “El material que uso sigue siendo madera en chapa, que es una madera cortada en capas muy finitas y es casi como una cartulina. La vengo usando desde hace ya veinticinco de años, cuando dejé la pintura y empecé a hacer construcciones y empecé a usarla para revestir volúmenes y después también empecé a usar madera en capa en colores. La usé siempre para todo lo que tenía que tener color: era como si hubiese un manual no escrito que no me permitía usar la pintura, por una cuestión de que todo terminaba teniendo una unidad con la pintura. Aunque la tiña de diferentes colores, el color de la madera en chapa siempre conserva cierta naturaleza propia de los papeles viejos”.
Referente ineludible del arte de los 90’s, Gordin sabe que, sin embargo, su obra no tiene mucho que ver con la estética de esa década: “La verdad es que me resbalan un poco esas clasificaciones generacionales, nunca me preocuparon demasiado. Aunque también sé que si tengo suerte y se habla de la muestra y sale reseñada siempre se va a hablar de los 90”, comenta resignado Gordin, que habla a un volumen bajísimo, casi inaudible, que lleva a prestarle atención.
Y se explaya: “Me gustaría poder decir que tengo un método o una estructura de trabajo, aunque no estoy en condiciones de poder afirmarlo. Pero sí puedo decir que el tema de las vitrinas lo tengo más claro: ahí es como una cadena de montaje en la que hay distintos departamentos. Primero es el departamento que dibuja, que es el peor de todos: siempre es el menos creativo, el menos inspirado. Es el más holgazán y también es el que más insatisfecho está porque es el que más transformaciones sufre. Al principio los dibujos que hacía no me gustaban, entonces los pasé a acuarelas, pero tampoco me conformaban. Y después pasé a las maquetas. Hasta que ese área quedó suprimida o directamente reducida a las palabras. Así que entonces ya casi no dibujo más y simplemente escribo. Sería el Sistema Hay: ‘Hay un caballete, sobre el caballete hay una plancha de cobre y sobre la plancha de cobre se refleja una forma torneada de madera en chapa y bronce’. Y después hay otra área, otra parte, la de la construcción, que es la que más me involucra. Tiendo a creer, quizás para sentirme seguro, que tengo que construir absolutamente todo lo que escribo-enumero. Siempre necesité organizar mi trabajo por áreas: también hay una especie de departamento de biología para proteger las obras. Empecé a usar los vidrios para protegerlas de la gente que las toca o del polvo. Pero después, cuando empecé a usar la luz, el vidrio también empezó a ser el soporte de todas las estructuras de luz, todas las parrillas y todos esos sistemas de iluminación que construyo son como parrillas de teatro”.
Mientras explica que el uso de las planchas bronce está vinculado con “cierta luminosidad que parece de otra época: si vos ves fotos de hace 20-30 años ves que tienden que ir a ese color cobrizo”, resulta inevitable pensar que Gordin dibuja con las palabras, realizando una suerte de ecuación verbal que deriva en obras a construir.
“Es como si me hubiera vuelto ciego y siguiera trabajando encargándoselo a otro”, dice el artista. Cabe aclarar que Gordin rara vez trabaja con ayudantes: ese ‘tercero’ del que habla cuando describe sus métodos suele seguir siendo él mismo: “De vez en cuando me agarran ganas de tener asistentes y contrato a un par de amigos para que me ayuden un poco (en la producción también participó en el diseño de la exhibición y en el texto Mariano Pensotti) , pero tampoco puedo mantener esa estructura durante mucho tiempo”.
En casi todas las obras de Gordin no hay sol: “Imaginate que sí estas adentro de esta vitrina: entonces vos tenés cuatro vidrios, la luz adentro, la oscuridad afuera y todo lo que está adentro de la vitrina se termina multiplicando, porque al haber oscuridad afuera la luz adentro forma como una especie de galería de espejos, que van a ir perdiendo fidelidad porque se genera como un doble”. Al abandonar todo eso, Gordin siente que empezó a trabajar “en otro universo: ahora el objeto es el objeto, la iluminación es la iluminación de lugar”.
Apenas el año pasado, en una muestra en Rosenfeld Porcini, en Londres, Gordin hizo una muestra apelando exclusivamente a sus ya célebres vitrinas, pero eso ahora le parece increíblemente lejano: “Pensar ahora en esa muestra es como pensar en el invierno en pleno verano, que no te podés imaginar con un sweater puesto. Tuvo un poco que ver el espacio de la galería, que es muy distinto a otros donde expuse. Me imaginaba que si volvía a hacer una muestra con vitrinas iluminadas y toda la galería, que tiene techos muy altos, a oscuras me iba generar angustia. No tanto por el espectador si no para mí, por la idea de entrar en un espacio cerrado y oscuro y después meterme en este mundito de mis obras. La verdad es que soy claustrofóbico. La idea que yo tengo de mi trabajando es la de esos objetos de material radioactivo que se manipulan con una pechera con guantes. Y de repente encontré que ese material no se podía tocar, que tenía ese mismo tipo de peligrosidad, toxicidad y no se lo podía tocar, ni quitar si no que necesita de condiciones muy especiales para ser visto. Yo en estos últimos 2 o 3 años estuve haciendo algunos objetos que no entraban dentro de ese relato-ecuación, que no se podían escribir y hacer. Primero me encontré con estos objetos y a la vez empecé a incorporar un lenguaje como el de la plástica, que no había usado nunca. La verdad es que nunca pensé en términos de colores, formas, luces, composición y todas esas cosas. En determinadas situaciones yo recurría a unas cajas, que tienen ciertos materiales como si fueran muestras, cosas que no usé. No sé bien que fue lo que hizo que todo esto se empezara a unir”.
En una de las dos vitrinas de la muestra titulada No More Mr. Nice Guy, haciendo referencia a una canción de Alice Cooper, vuelven a aparecer esos crímenes perfectos y simbólicos siempre matizados por ese ambiente onírico y evocativo que caracteriza el universo de Gordin, lluvia y sangre artificial incluidas. Un formato que le resulta difícil (quizás imposible) de abandonar: “Hay algo de estos objetos que estaban en una especie de latencia y que se han juntado con cosas nuevas. No soy fan de Alice Cooper, pero me gusta el tema y me gusta también que me cuesta imaginar cuando puede hacer sido un ‘nice guy’ Alice Cooper”.
Camarote equivocado se puede visitar hasta el 6 de enero de 2018, de martes a sábados, de 14 a 19, en Galería Ruth Benzacar, Ramírez de Velasco 1287, Villa Crespo.