El preconcepto sobre la franja etaria de visitantes a las termas se rompe de inmediato al llegar a Villa Elisa: en las piscinas hay mayoría de gente mayor buscando alivio para sus molestias óseas, pero también una numerosa minoría de parejas jóvenes abrazadas en silencio dentro de las agüitas calientes, entregados todos a los placeres del dolce far niente.
Nos instalamos en unos bungalós que se alquilan dentro del complejo con parrilla: muchos huéspedes invitan a los amigos a pasar el día en medio del verde de un pequeño bosque que protege a las cabañas.
Abro las ventanas del frente y el fondo; todo es verde y planicie pampeana. Una pareja de cardenales con su copete roja se persiguen uno al otro saltando de rama en rama, indiferentes a un gran lagarto overo que camina en cámara lenta por el pasto, sacando regularmente su lengua bífida. Pero la omnipresencia en la zona parquizada del complejo Termas de Villa Elisa es la de los teros, que pululan con sus pasos de zancudo y le chillan a todo aquel que ose acercarse a sus nidos a ras de tierra: incluso se lanzan al ataque en picada desde atrás con su espolón amenazante, cuando uno incumple el límite demarcado a “gritos”.
Almorzamos a 200 metros de los bungalós en el restaurante Los Teros mirando tras los ventanales a esos pájaros de patas como ramitas y ojos rojos, que no parecen gustar mucho de los árboles ni de volar: son pájaros que caminan, salvo cuando ven en peligro a sus huevos. Saboreamos un pacú entrerriano a la plancha y unas peras al vino con helado de americana.
Dormimos una siesta gloriosa y por la tarde salimos a andar en kayak por un lago artificial, como flotando en el aire a unos centímetros de un espejo de agua. Tenemos un lago entero para nosotros y al remar rompemos su superficie espejada con sana impunidad. Los jacarandás florecidos de violeta están a pleno y nos acercamos a la orilla hasta rozarla. Pasamos bajo la verde cortina de un sauce llorón, ese árbol que parece sin ramas, cuyas hojas no tienen de donde sostenerse y caen con languidez acariciando la superficie del agua.
No descubrimos nada sino que nos pasan el dato incompleto: “Si se apuestan en la otra orilla del lago verán un delicioso espectáculo natural”. Hacia allí vamos a esperar la caída del sol, frente a una islita boscosa. En cuestión de minutos comienzan a llegar blancas bandadas de garzas a posarse en tres árboles, hasta dejarlos casi blancos como si hubiese nevado.
AL AGUA Nuestro plan es hacer un poco de actividad física remando y recién después ir a las aguas reparadoras, cuando haya caído el sol. Hay tantas piscinas que uno no sabe por dónde empezar. Una está en la plaza acuática para niños con un juego muy original: sobre un techo hay un gran balde de dos metros, que a medida que se va llenando de agua se inclina hacia un costado. Llegado cierto punto se da vuelta de golpe y una tremenda catarata cae sobre la cabeza de los niños expectantes, que estallan en griterío.
Una piscina genera olas por viento y a un costado hay gruesos chorros de agua potente que caen sobre la espalda contracturada del hombre urbano, ese que ha llegado hasta aquí recorriendo 350 kilómetros –si viene desde Buenos Aires– buscando alivio para su estrés.
Hay diez piscinas, algunas al aire libre y otras techadas, a diferentes temperaturas que van desde 38 grados hacia abajo, hasta la temperatura ambiente del día, estas últimas pensadas para los días de mucho calor: no es posible estar largo tiempo en las aguas calientes a pleno sol. Un equipo de animadores ofrece clases de aquagym, relax y estiramiento.
Me acuesto en una piscina circular a 37 grados haciendo la plancha sin el menor esfuerzo: la mineralización y las sales de las aguas alivianan mi cuerpo. Y veo el firmamento limpio de toda nube ir encendiéndose, mientras una luna menguante va trazando su línea prefijada del oriente al poniente. En la piscina se forman círculos de amigos ocasionales que conversan bajo la noche con las plácidas aguas hasta el cuello.
Salimos del agua para ir a experimentar una piscina techada, a 38 grados. Respetamos la norma del máximo de 15 minutos sumergidos ya que nos podría bajar la presión. Pero antes nos sentamos bajo un chorrito que da justo en las cervicales y luego nos hidromasajeamos cada músculo del cuerpo con los jets que arrojan agua a presión. Nos ponemos las batas -una especie de uniforme no obligatorio del complejo- para caminar por el pasto hacia el bungaló, a través de un silencio nocturno absoluto: hoy es lunes y queda muy poca gente en este predio de 41 hectáreas el cual, aun lleno durante el día, tiene espacio suficiente para evitar la superpoblación.
Las aguas del pozo geotermal se extraen desde una profundidad de 1036 metros y salen a 40 grados con una composición cloruro-sulfatada sódica. Sus efectos alivian problemas dermatológicos, son analgésico-antinflamatorios y se recomiendan para procesos de rehabilitación en problemas neurológicos y óseos, como traumatismos y reuma.
SPA TERMAL A la mañana siguiente ya nos ha ganado la inactividad reparadora. El plan era salir a correr por el pasto bien temprano y después ejercitarnos en la piscina de nado contracorriente. Pero no da: el lugar invita más bien a la lectura, incluso dentro del agua, al simple retozar sumergidos y a los mimos del spa.
Hemos reservado un circuito hídrico en el spa Velissa, que arranca con un baño sauna seco, luego otro húmedo con vapores al estilo hamman turco, un baño en una ducha escocesa a presión y otro en una bañera de hidromasajes que nos atacan a presión desde todos los flancos, mirando con suma intimidad el verde del parque. Todo spa es en el fondo una burbuja algo surrealista donde uno se sumerge por un rato entregado puramente a los placeres. Así que completamos la visita con un masaje de piedras calientes.
La masajista me coloca boca abajo en una camilla con una abertura para la cara y me va colocando piedras basálticas humedecidas con aceite de almendra a lo largo de toda la columna vertebral, sobre las piernas y en los brazos. Y entonces llegan los masajes con la técnica de frotar a presión los músculos con una piedra que la masajista tiene en cada mano. El proceso se repite boca arriba colocando piedras en la coronilla, el “tercer ojo”, la garganta, el corazón, el plexo solar y el abdomen.
Para los hiperactivos hay en las termas un abanico deportivo: golf, tenis, fútbol, vóley, tejo, botes y kartings a pedal y bicicletas. Hay quienes usan el complejo como base y visitan playas en Colón y San José, el pueblo Liebig y el Parque Nacional Palmar de Colón. En la laguna hay vertiginosas clases de wakeboard y paseos a toda velocidad en banana inflable. Pero la mayoría opta por un ocio radical, o se entrega a la lectura y el estar tirado al sol, intentando no pensar en nada. La consigna aquí es una sola: dolce far niente. ¡A full!
Datos útiles
Dónde alojarse: en el complejo hay un centenar de bungalós.
Uno para dos personas cuesta hasta $2900 por noche, uno triple $3130 y el cuádruple desde $3470 (precios desde el 22/12 hasta el 1/3/2018 inclusive). Incluyen servicio de mucama, cochera techada, toallas, cocina, vajilla completa, microondas, heladera, TV y aire acondicionado. Además están los hoteles Quinto Elemento (4 estrellas) y Vertientes (3 estrellas) y un camping.
Excursiones: a 12 kilómetros de las termas un buen plan es ir a comer una suculenta picada de campo en el almacén de ramos generales Francou, en funcionamiento desde 1907 y a cargo de la misma familia de origen francés cuyo apellido le da nombre al lugar.
Abre todos los días por la tarde y queda literalmente en medio del campo, en Colonia El Carmen, sobre la RP23 Km 9,8. Tel.: (03447)487272 www.almacenderamosgeneralesfrancou.blogspot.com
Más información: (03447) 480687 www.termasvillaelisa.com, www.quintoelemento.com.ar, www.velissaspa.com, www.hotelvertientes.com.ar