Que las personas son únicas e irrepetibles no constituye ningún eslogan ni publicidad marketinera. Sencillamente, aunque el 99,9 por ciento del material genético es común a todos los sapiens, hay un 0,1 por ciento que los vuelve distintos y que habilita a maravillarse con la enorme diversidad de la humanidad. Además, cada quien posee aspectos muy puntuales que los identifica: no hay dos huellas dactilares ni dos iris iguales. Ahora, científicas del Departamento de Ciencias del Cerebro del Instituto Weizmann y del Departamento de Ciencias Cognitivas de la Universidad de Haifa (Israel) descubrieron un dato que suma riqueza a la individualidad de cada quien: cada persona, según se comprobó, tiene una respiración única.

Se trata de una “huella respiratoria” que es diferente para cada persona y que, como si fuera poco, puede brindar pistas sobre la salud de quien la posee. Síntomas de ansiedad y la depresión podrían “leerse” a partir de una acción tan naturalizada, ancestral y primitiva como la inhalación y la exhalación, las fases de ingreso y egreso de aire al organismo. Si bien parece que, a priori, todos los humanos realizan este proceso de manera idéntica, el resultado es diferente en cada caso. Y no solo es diferente, sino que también se mantiene prácticamente inalterable a lo largo del tiempo. Por eso, aunque la comparación con una huella dactilar es llamativa y grandilocuente, podría ser acertada.

Esto ha sido comprobado en 100 personas durante dos años de evaluaciones continuas y fue publicado en un artículo de la revista Current Biology. La identificación de un patrón único, de una huella respiratoria, fue reportada a través de exámenes rigurosos y protocolos específicos. Por caso, a partir de un dispositivo portátil diseñado por los propios científicos a cargo del trabajo, que posee tubos flexibles colocados debajo de las fosas nasales, se registró el flujo de aire que ingresa a lo largo de 24 horas sin parar.

Además, colectaron información sobre la actividad física de cada individuo y examinaron las respuestas de un cuestionario psicológico realizado a tales efectos. Todos esos datos fueron cruzados a partir de un sistema de inteligencia artificial y la aplicación de análisis estadístico. El resultado fue notable: a partir del flujo nasal pudo ser identificado el 97 por ciento de los voluntarios del ensayo. En concreto, la forma de respirar es tan característica de cada ser humano que permitió individualizarlos a casi todos.

Los científicos a cargo del estudio creen que la huella respiratoria, por su patrón inalterable y su especificidad, podría ser fundamental en el futuro para revelar nuevos aspectos sobre el funcionamiento del cerebro. Una caja negra que, más allá de que la ciencia ha hecho mucho por conocer, aún se mantiene en buena parte inexplorada.

Los especialistas confían en la posibilidad de leer el cerebro a partir de la respiración, ya que esta se altera en los casos en que se experimenta ansiedad y depresión. Por ejemplo, los participantes que tenían ansiedad se caracterizaron por inhalaciones más breves y con mayor variabilidad de pausas entre las respiraciones, en especial, durante el sueño. Una suerte de firma biológica que arroja información sobre el equilibrio y los desequilibrios que pueda haber.

También, la lectura del paper permite deslizar una hipótesis: ¿y si fuera la respiración, es decir, la manera en que cada quien lo hace, la que motiva condiciones psicológicas alteradas? Si esa hipótesis se cumpliera, por caso, la medicina podría recomendar terapias para mejorar la respiración, estabilizarla y, de este modo, mejorar los niveles de depresión o ansiedad. Pero, como tal, tan solo es un interrogante que deberá ser contestado con nueva evidencia. Más allá de eso, de algo se puede estar seguros: el artículo muestra una conexión indudable entre la psicología y las funciones corporales.

Las personas respiran entre 12 y 20 veces por minuto. Lo hacen de forma automática, desde que nacen hasta que mueren. Afortunadamente, como no hay que acordarse de respirar, la acción está naturalizada. Ese mecanismo primitivo, que identifica también a los humanos entre tantos seres vivos, puede ser relevante para comprender el futuro de la salud y de la enfermedad. Bajo esta premisa, en los próximos meses, el equipo del instituto Weizmann se focalizará en ampliar la muestra hacia más personas con el objetivo de contar con un mapa más robusto de la situación.