“Una vez más me he dado cuenta, amargamente, de mi falta de talento y he recordado el motivo por el que hace mucho tiempo decidí que el manga no era lo mío”. Ese síndrome del impostor galopante lo tenía nada más y nada menos que Hayao Miyazaki al momento de dibujar el manga de Nausicaa del Valle del Viento, el relato que luego sería una de sus –tantas- películas consagratorias. Ahora que Grupo Planeta lanzó la serialización del manga original, los seguidores de la obra del legendario cineasta japonés pueden asomarse a sus trazos y comprobar que también su humildad es extraordinaria.
Es cierto que la versión en papel no califica de “obra maestra”, título que sí merecen la mayoría de sus películas, pero no le anda muy lejos a ese honor y es cualquier cosa menos un trabajo despreciable. Está fácilmente por encima de muchas otras cosas que se publican al día de hoy en cualquier industria comiquera del mundo y se comprende perfectamente que a comienzos de los ‘80 fuera la historieta más popular de Animage, la revista en la que se publicaba. Este título es de 1981, y más de cuarenta años después conserva su vitalidad y vigencia.
Nausicaa del Valle del Viento cuenta la historia de una princesa que puede hablar con bosques e insectos y cuyo pequeño pueblo se ve envuelto en una guerra. El relato tiene todos los elementos que caracterizan la narrativa del fundador del Estudio Ghibli, empezando por su humanismo, su antibelicismo y su consciencia ecológica. Y sí, también es una fábula postapocalíptica, porque la acción transcurre un milenio después de que una guerra de siete días devastara el planeta. En ese sentido, la epopeya de Nausicaa también es un producto de la Guerra Fría y el temor a la conflagración atómica –un temor social también representado en otras grandes historietas, como Watchmen y sí, El Eternauta-. Entre las viñetas y la pantalla hay diferencias, sí, pero vale tener en cuenta que la obra original es la del papel y que incluso Miyazaki accedió a adaptarla después de que le insistieran bastante, pues venía de una experiencia modesta unos años antes con Lupin III: el castillo de Cagliostro y además tenía un trato con su editor para no llevar la obra al cine.
En el papel, sorprende el excelente manejo del ritmo, con una gran capacidad para ir desplegando el argumento y revelando/profundizando la trama de a partes, manteniendo siempre el interés. Esto, que estructuralmente es consecuencia de su lanzamiento serializado en revistas, destaca por varios motivos. El más poderoso es que permite olvidar que fue efectivamente lanzado como serie. En las reediciones habituales, esos tomitos, o taikobon, que pueden encontrarse en cualquier comiquería y puesto de diarios, también se reúnen varias entregas de una serie publicada primero en una revista nipona, pero rara vez estas ediciones ocultan el rastro evidente entre el final y el comienzo de un capítulo. Aquí la obra de Miyazaki se lee con fluidez perfecta, sin costuras visibles.
En lo gráfico, es cierto que la belleza estética de Miyazaki se luce más en pantalla grande que en el papel y que hay algunas viñetas puntuales –sobre todo en las batallas aéreas y choques- en las que cierto barroquismo le disputa la legibilidad, pero el carácter personalísimo del dibujo de Miyazaki, y la construcción del mundo que propone siguen siendo exquisitas y la posibilidad de detenerse durante minutos en un cuadro bien logrado compensa cualquier objeción. Y para los devotos del cineasta japonés es –otro- objeto infaltable.