“Cuando, en medio de esta intensidad de dibujos surgen imágenes que me sorprenden a mí mismo, soy feliz”, cuenta Selçuk Demirel. El ilustrador turco –vive en Francia hace añares- acaba de lanzar Humo en la Argentina a través de La Marca Editora. Un libro en coautoría nada menos que con John Berger, con quien mantuvo una larga amistad que devino en cuatro libros conjuntos. Humo es el tercero de ellos y parte de su mutuo paso por el tabaco antes de abrirse a reflexiones sobre el humo como metáfora de las mentiras, de las hipocresías de los poderosos y, también, como una evocación nostálgica de un pasado más compartido.

Para Demirel las preguntas de Página/12 son un punto de partida para sacar primero lo que tiene dentro aunque al final efectivamente las responde. Bien pensado, usa cada pregunta como si fuera un pucho que va consumiendo mientras discurre en la conversación. Como hacía con Berger, recuerda. “Durante los 30 años de mi amistad con John, a menudo nos juntamos a comer, tomamos algo, compartimos preocupaciones, tristezas, hicimos viajes y, sobre todo, nos reímos un montón”, rememora.


“Si bien cada libro tiene su propia historia, su creación y nuestro método de trabajo fueron casi siempre idénticos. Éramos como dos afluentes que vienen de distintas fuentes, se juntan y fluyen juntos antes de desembocar en el mar”, compara. Humo, explica, nació en el verano boreal de 2015, mientras cenaban en compañía de Nella (la esposa de Berger) y Maria Nadotti –traductora de Berger al italiano.

Durante la cena, Berger anunció que había dejado de fumar. “Yo, por mi parte, había dejado de fumar años atrás, así que la conversación se puso nostálgica sobre nuestra vieja pasión por el cigarrillo. Cada uno recordaba su relación con el tabaco, casi como si fuera un viejo amigo que ya no está, un familiar o un amor del pasado. Yo conté cómo, durante seis años, había intentado en vano dejarlo recurriendo a la acupuntura, el láser, los parches de nicotina y todo tipo de medicamentos”, desarrolla el ilustrador. Fue la traductora la que propuso hacer un libro sobre el acto de fumar. “Así que saqué mi cuaderno de bocetos, dibujé algunas imágenes con humo y se las di a María. Abajo del dibujo John y yo escribimos una nota prometiendo hacer juntos el libro, ese papel todavía lo debe tener ella”.

Ambos cumplieron su compromiso y a partir de septiembre de ese año, mientras el verano del hemisferio norte empezaba su retirada, intercambiaron dibujos y textos. Demirel enviaba algunas ilustraciones y Berger se las devolvía con un texto que las acompañaba. “Esta correspondencia postal duró un tiempo, pero todo eso todavía no alcanzaba para hacer un libro. Por consejo de John, saqué algunos dibujos, agregué otros. John escribió un texto de introducción que le dio alma al libro. Después le agregó una historia corta, una historia dentro de la historia. Y el libro terminó con la imagen de un perro fumando un cigarrillo”, cuenta. “¡Reír es una prueba de vida! Quizás por eso John deslizó en el sobre con los últimos textos del libro Smoke un pedacito de papel donde había dibujado y escrito ‘We laugh’ (‘reímos’). Quizás quería decir ‘Vivimos’. Incluí ese dibujito en el libro pensando que era parte de la obra”.

“Para trabajar no investigué ni consulté ninguna fuente sobre el humo. Simplemente traté de basarme en mis emociones personales, mis experiencias de vida y mis reflexiones. Al dibujar, le di importancia a la improvisación”, señala el ilustrador.

Antes que en el cigarrillo, cuando Demirel piensa en humo lo asaltan imágenes de su infancia en los ‘60 en Ankara, donde la calefacción era a carbón. “En invierno, el aire de las calles estaba saturado del olor a carbón, el humo era tan denso que no se veía a dos metros. El cuello blanco que me ponía a la mañana terminaba negro al final del día. En ese entonces, todavía no se conocían —o al menos nosotros no sabíamos— los efectos irreversibles de la contaminación del aire y del carbón en la salud pública. Todo eso nos parecía normal. Años después, los gobiernos que se habían propuesto luchar contra el cigarrillo en nombre de la salud pública repartían carbón y fideos gratis a las poblaciones pobres que consideraban un reservorio de votos durante las elecciones. La principal fuente de inspiración que tengo, como dibujante, es el hombre. Y después ese ser humano disfrazado de hombre, que miente sin parar y que para disimular sus mentiras inventa otras nuevas. Es esa gente la que nos obliga a vivir dentro de esta montaña de mentiras”.

-Durante el libro reaparece insistentemente la imagen de una casa de donde sale humo.

-Es que como decía John: “Todo amor ama las repeticiones, porque las repeticiones desafían el tiempo”. En una casa donde la chimenea echa humo, uno se calienta, prepara la comida, fuma un cigarrillo o una pipa. Es un símbolo de compartir, de solidaridad, de amor. Para mí, ese humo difunde una sensación de paz y felicidad. En una casa así, siempre hay un gato acurrucado cerca de la estufa. Al mismo tiempo, esta imagen es un guiño a los miles de casas destruidas y ahora sin humo que persisten en mi pensamiento.

-También mencionan la campaña de demonización del cigarrillo.

-Mirá, mi padre dejó de fumar en 2009, a los 79 años, poco antes de morir. Él decía “fumé toda mi vida. De joven, el cigarrillo nos permitía ocupar un lugar en la sociedad. Todos los medios, las revistas de moda lo promocionaban. No se encontraba una sola foto de actores famosos, estadistas o escritores americanos sin un cigarrillo en la mano. Fumar era ser moderno. Nos engañaron”. Como dice John en el libro, de repente se lanzó una campaña de demonización. Estados Unidos y Hollywood de golpe cambiaron de estrategia. El cigarrillo se volvió maldito. Los productores de tabaco —la mayoría empresas americanas— sabían desde el principio que el tabaco era adictivo, al principio daba placer, pero causaba graves daños a la salud a largo plazo. La hipocresía radica acá: mientras se demoniza el cigarrillo, se fomenta el transporte individual, se intenta vender como fuentes de energía “baratas” las emisiones de gas carbónico, los desechos contaminantes que calientan el planeta y las energías nucleares de las que se sabe que tardarán miles de años en desaparecer.