Doce años años sobre mocasines y pantalón de botamanga ancha, no es una elección compatible para un recital de Los Redondos. Rosario. En el '85 presentaban Bang! Bang!! Estás liquidado en el estadio de Sportivo América. El Diego todavía no había levantado la copa del mundo y la herida abierta de Malvinas era una pizarra negra con la historia escrita en tiza. Para ese andar, Los Redondos habían dejado atrás los conciertos por las misas y las masas eran un ventrílocuo gritón de sus canciones.

Hubo dos historias y una bisagra. Y entonces el rock argentino no volvió a ser lo mismo. La primera de ellas, es una bolsa de consorcio llena de anécdotas, arrebatos y pequeños ejércitos que traducían una moral tan personal como dominante. Camino a la bisagra, la segunda es la que reconoce la historia oral, escrita, sin el cuerpo en la balacera. Siempre hablando con domicilio en el presente. Entre una y otra, la distancia es un océano con dos centímetros de profundidad. Y cuando ambas historias se juntan; la vivida y la escuchada (y leída), aparece la identidad como un faro. El matambre arriba de la parrilla. Chimichurri y leña, receta propia y para varios.

Pasaron casi treinta años y los recuerdos son tan nítidos como borrosos. El estadio era una caldera que de haber sabido antes, hubiese jurado que era una antesala del infierno. Esa noche el infierno estuvo encantador, hasta el sopapo a la salida y vuelta a casa en patas. Todavía no estaba el marketing del rock pero sí la democracia a todo volumen. Y eso, también implicaba que cualquiera tenga derecho a afanarte por ser un pendejo con cara de boludo.

¿Qué hacés acá nene? Si la historia la vamos a contar nosotros, los rezagados, que ahora somos los primeros. Los que venimos del costado, con el tetra a la mano y la nueva religión. Acá no hay concesiones, ni mucho menos espectadores con la cara de un Parchis. Esta es la línea que viene detrás, la raya de cal recién pintada. Los que caminan fuera de esta cancha, son monitos de otra tribu.

Unos años después, lo escuché a mi amigo Pablo Lattuca cantar un estribillo que decía "...no lo soñé... y se ofreció mejor que nunca...". Fue como el canto de una sirena. Me dice que es una canción de Los Redonditos de Ricota. Pablo era más grande y no me animé a decirle que los conocía, antes que él. Medio año después con la juntada del reparto de garrafas en el barrio, me compré Oktubre y me voló la cabeza. Otra vez la historia vivida en presente y el recuerdo del pogo con "Jijiji". La sensación fue la misma, volví a ser un pibito asustado preguntándose por qué toda esa gente se pega entre sí. ¿No se supone que eran amigos? Los Redondos habían inventado el pogo. Algunos dicen que fueron los Pistols. Y otros (me parece la teoría más acertada) que fue el Carpo cuando le pegaba a varios compañeritos de escuela al mismo tiempo.

Lo cierto es que estuve ahí, viendo que eran reales y escuchando el ruido caliente de los amplificadores valvulares. Otra vez la tiza escribiendo la historia, pero ya no sobre un pizarrón. Condimentos de la democracia que se paseaban libres entre las importaciones bolivianas y los derechos humanos.

Hace unos años me regalaron el libro que escribió Gloria Guerrero sobre el Indio. La primera parte que habla de la Cofradía de la Flor Solar y La Plata y todas esas cosas es muy entretenida. Me quedó una frase brillante de Solari: "Uno emite cheques con la lengua que el culo no puede pagar". Dicen que Solari vivía como un ermitaño entre Valeria del Mar y La Plata. Hoy sigue igual, solo, y en ese medio se hizo multimillonario. Aparentemente sigue escribiendo con el mismo frenesí de aquel tiempo pero ya no le creo. No se puede ser de la misma tribu cuando las cartas se escriben desde un casco de estancia en Parque Leloir. Lo prefiero hablando de Barbazul, cuando le guiñaba al ojo a Vonnegut y no al contador.

La credulidad de mi almanaque es otra. Lo siento por los devotos del santo y los seguidores de Callejeros, esa banda relevo. A Callejeros los venía esquivando todo lo que pude hasta que los escuché. La presunción fue cierta; estar tomando aguarrás por whisky. No eran para mí. El paraíso prometido parece nunca haber llegado. Quienes estuvieron ahí, aseguran que todavía conserva ese viejo cartel que dice: "La casa se reserva el derecho de admisión".

Vamos las bandas, y rajen de este cielo.