En la pantalla del televisor aparecen los polígonos y con ellos una sonrisa de ternura: en 1993, las naves del primer Star Fox eran vanguardia. Hoy son prácticamente de museo. O mejor, son vintage. Un vintage gamer que vuelve en la remozada Super Nintendo, la clásica consola japonesa de videojuegos que la multinacional del entretenimiento relanzó hace dos meses bajo el nombre de SNES Classic Edition o Classic Mini, por su tamaño (apenas 13 centímetros de largo). En la Argentina se consigue por al menos 4000 pesos, aunque en Estados Unidos se vende por 137 dólares (algo menos de 2500 pesos). En lo material, se trata de una réplica en miniatura de la vieja consola (en dos variantes, una con la versión norteamericana y la otra según la versión europea/japonesa) con un emulador de hardware que replica el sistema original. Incluye veinte juegos clásicos y uno inédito (la segunda parte del Star Fox, jamás publicada). Tiene, además, la posibilidad de incorporarle un pack de juegos extra, por si al gamer veterano no le alcanzaran clásicos como el Street Fighter II, el Contra III, Final Fantasy VI, The Legend of Zelda: a Link to the Past, Mega Man X, Super Mario Kart, Super Metroid, Punch Out! y otros. Además, se puede vincular a la Wii, la consola de última generación de la misma empresa. Eso, claro, en los papeles. Lo que en verdad aparece en cuanto se enciende es un ejercicio de nostalgia perfectamente calibrado que es imposible no disfrutar, aun si en la primera mitad de la década del ‘90 el joven jugador no podía permitirse más que un Family Game.
La “flamante” consola se permite algunos truquitos que su versión original no incluía: el usuario puede ajustar la resolución de sus pixels, guardar alguna partida y hasta rebobinar el juego unos segundos. No usa cartuchos, claro, porque ya tiene los juegos incorporados en su hardware, así que nada de andar soplándolos para que conecten bien. La curiosidad es que los diseñadores no modificaron la necesidad de reiniciar la consola para poder usar otro juego.
¿Por qué funciona este relanzamiento? El primer instinto pasa por señalar lo obvio: la nostalgia vende. Y vende bien, además. Pero cuando se rasca la superficie, empiezan a aparecer otras cosas. Porque la nostalgia vende un rato, pero no restituye por sí sola una experiencia satisfactoria. Es como volver a ver los dibujitos animados de la infancia: con la mirada de hoy, los clásicos Thundercats no resultan tan atractivos como entonces. Los clásicos de SNES, sin embargo, se bancan bastante más que una probada antes de guardarse definitivamente en una vitrina y sobreviven mucho más allá de la corriente estética de los 8 bits que circula por el indie gamer.
Sí, los gráficos son viejos. Se ven viejos. Tienen muchas fallas. Y hubo una decisión consciente de los jerarcas de Nintendo de dejarlos así. Es parte de su identidad, sin importar cómo se desarrollaran luego las imágenes de los personajes. Mario, Luigi y compañía fueron reinventados mil veces para las sucesivas plataformas. Los pilotos del Star Fox fueron polígonos llamativos que necesitaban la fuerza extra de un chip especial incorporado en el cartucho y hoy se ven tan cutres que dan ternura. Y tienen, desde luego, su propia versión actualizada y bien resuelta.
Pero lo que sostiene todo el artificio es que la pantalla retro se las arregla para entretener también a las nuevas generaciones (este cronista lo vio funcionar y muy bien con un niño de 8 años), acostumbradas a otros estándares gráficos, a imágenes desarrolladas con un presupuesto incluso superior al que tienen muchos tanques hollywoodenses. Acá la paradoja, o lo extraño y sorprendente de ese atractivo, es sólo para los ojos de quien no está muy seguro de qué esperar de los videojuegos. Sí, es cierto, los clásicos que trae la SNES Mini a veces tenían que sostener su relato con flechas que indicaban hacia dónde debía prestar atención el jugador. Y sí, también es cierto que en muchas ocasiones los fondos se repetían nivel tras nivel, con el único cambio de una “iluminación” distinta conseguida a fuerza de cambiar de color una hilera de pixels. Pero esos juegos lo compensaban con jugabilidad, con ingenio para aportar variedad en los desafíos más allá de las limitaciones gráficas: el ring del Punch Out! era uno solo, lo mismo que sus entusiastas tribunas, pero cada oponente tenía su golpe especial, su secuencia a descubrir y cierto encanto cartoonesco. El Super Mario Kart funcionaba tan bien conceptualmente que fue remozado una y otra vez desde entonces (su última versión, el Mario Kart 8 Deluxe, fue publicado a fines de abril de este año). Los motivos que hicieron del Street Fighter II un hito en los juegos de peleas también siguen ahí, vigentes y demostrando cuánto influyeron a todos los que le siguieron. En definitiva, lo que demuestra el caso es que, una vez más, no son las apariencias las que definen la experiencia, sino las ganas que genere de seguir apretando botones. El siguiente nivel siempre está a un salto de distancia.