Como siempre, acaso cada vez más, un balance de lo que tradicionalmente se reconoce como “temporada clásica” contiene varios balances. No solo porque bajo el ala generosa del término “clásico” en materia de música se representan numerosos significados, incluso hasta opuestos. También porque la vasta actividad que presenta una ciudad como Buenos Aires se extiende en distintos ámbitos y permite variedad de abordajes. Y además porque cada temporada dialoga con un público determinado, división que fatalmente, más allá de gustos y posiciones estéticas, termina de definirse desde lo económico. 

   Ciclos como los del Mozarteum o Nuova Harmonía propusieron según la propia tradición una programación de nivel internacional y si bien se sostienen con esponsoreos importantes -prueba que la vieja y gloriosa idea de ‘prestigio cultural’ todavía sensibiliza a les épiciers que manejan el metal- planteó abonos costosos respecto a la media. Uno de los conciertos del Festival Barenboim, con la Orquesta del West-Eastern Divan, dirigida por el mismo Barenboim; la Venice Baroque Orchestra; el violinista Ray Chen junto al pianista Julio Elizalde; y la Orchestre National Du Capitole de Toulouse, dirigida por Tugan Sokhiev con el pianista Bertrand Chamayou, fueron algunos puntos salientes de la muy buena temporada con la que el Mozarteum celebró sus 65 años. En la de Nuova Harmonia, más moderada artísticamente, se destacaron las presentaciones del pianista italiano Stefano Bollani junto a Diego Schissi y una orquesta dirigida por Carlos Vieu y la del pianista húngaro Andras Schiff, que interpretó el primer libro de El clave bien temperado de Johann Sebastian Bach. 

En otro sentido, la política de gratuidad el CCK -periódicamente atacada por los opinionistas de ‘lo normal’- ha logrado conformar un público propio y tan heterogéneo como su propuesta artística. Un público al que le hicieron creer que cada fin de semana podía acceder de manera gratuita a conciertos de calidad, y por eso acudió numeroso al centro cultural, donde si no podía entrar a una sala entraba en otra, porque “siempre había algo interesante”. Por ejemplo, en materia ‘clásica’ en el CCK se produjo el Encuentro de Música Antigua, curado por Jorge Lavista, que en su segunda edición tuvo artistas de la talla de  Hopkinson Smith -que además de un concierto ofreció una clase magistral- y en general mostró un nivel superlativo. Descollante resultó también la presencia del guitarrista cubano Leo Brower en una serie de actividades que fueron desde conciertos hasta clases magistrales; y la del violonchelista letón Mischa Maisky, que tocó como solista con la Orquesta Sinfónica Nacional y dúo con su hija, la pianista Lily Maisky. El organista y director Martin Haselböck ofreció un recital en el órgano Klais de la Sala Sinfónica y  la Camerata Bariloche celebró sus cincuenta años, entre muchas otras cosas. 

El CCK albergó también a Horacio Lavandera, que como pianista y director interpretó la integral de los conciertos para piano de Beethoven, en tres jornadas que seguramente quedarán entre lo más recordado de la temporada. El pianista fue además una de los momentos más altos del Festival Konex de Música Clásica, que en 2017 estuvo dedicado a Beethoven.

Con cambio de autoridades artísticas ya comenzada la temporada y numerosas bajas respecto a la programación anunciada, el Teatro Colón, produjo cosas para destacar. Como era de esperar, el Festival Barenboim, con la participación  de Martha Argerich y la Orquesta del West-Eastern Divan, fue uno de los grandes eventos de la temporada. El ciclo de abono de la Filarmónica se destacó con algún programa interesante, como el que dedicó a obras de Chávez, Bernstein y Villa Lobos, con la violinista Midori como solista. 

Lavandera estuvo en el CCK y en el Festival Konex.

De una temporada de ópera con altibajos es justo recordar la puesta de Marcelo Lombardero para Auge y caída de la ciudad de Mahagony, de Weill-Brecht. Lombardero, director de escena osadamente creativo y siempre interesante, se ocupó también de una inolvidable puesta en el Teatro Coliseo de L’Incoronazione di Poppea, de Claudio Monteverdi, coproducción con la que Nuova Harmonia y  Buenos Aires Lírica abrieron sus respectivas temporadas. Buenos Aires Lírica, por su arte, después de 15 temporadas, 72 producciones y 332 funciones, anunció que no presentará temporada en 2018: “No están dadas las condiciones como para que esta compañía privada siga sosteniendo una costosa forma de arte como lo es la ópera tradicional, bajo los estándares que se ha impuesto”, anunciaron oficialmente. Juventus Lyrica, otra compañía independiente de ópera, ofreció cuatro títulos  clásicos, entre los que se destacó Norma de Bellini, y para la próxima temporada anunció tres. 

En este panorama es justo dimensionar la importancia de ciclos “menores” en el ecosistema de la propuesta musical y de la promoción de artistas jóvenes. Ciclos como el de la Facultad de Derecho, punto de encuentro de muchas de las numerosas y necesarias orquestas juveniles, o el que organizan el Museo Fernández Blanco y su Asociación de Amigos; o el de Radio Nacional Clásica, que ofreció entre otras cosas la continuidad de dos series que son perlas de buen gusto y calidad: Manos a las obras, con Haydeé Schvartz y Elías Guerevich –que la próxima temporada cumplirá 10 años– y el Ciclo Beethoven, en el que el Cuarteto Gianneo comenzó a interpretar la integral de los cuartetos del músico alemán combinando cada uno con una obra de compositor argentino. También Músicas del Payró, variado y excelente, y Relaciones materiales, del Teatro Cervantes, dedicado a compositores de aquí y ahora son parte importante de este ecosistema, al que contribuyó el Teatro de la Ribera, con el encargo y puesta en escena de El astrólogo, con libreto y música de Abel Gilbert, sobre Los siete locos de Roberto Arlt, con la puesta en escena de Walter Jakob y la participación de Gabo Ferro, entre otros.

Pierre Boulez no lo hubiera imaginado, sin embargo, con razón o no, la música contemporánea ya forma parte del universo clásico. A tal punto, que encuentra escenario en uno de los teatros que el músico francés, cuando joven, hubiese querido incendiar. En el ciclo Colón Contemporáneo, que dirige Martín Bauer, se pudieron escuchar clásicos del siglo pasado como Pleïades de Iannis Xennakis, por el Grupo de percusión de La Haya, y Sinfonía, de Luciano Berio, por la Orquesta Estable y el excelente Nonsense Ensamble de Solistas, bajo la dirección de Tito Ceccherini, además de la puesta de In Vain, del compositor austríaco de estos tiempos George Friedrich Haas, que por primera vez se escuchaba en Argentina. A aquel Boulez incendiario, el Centro de Experimentación le dedicó el mes de junio con conciertos, instalaciones, charlas y proyecciones. La propuesta más concentrada y consistente en este rubro fue el Ciclo de Conciertos de Música Contemporánea del San Martín, dirigido por Diego Fischerman, que tuvo momentos particularmente interesantes, como la actuación del Ensamble Intercontemporain, el Quatour IXI y la Orquesta Sinfónica Nacional, que dirigida por Santiago Santero entre otras cosas estrenó Las aguas, doble concierto para órgano, percusión y orquesta.  

En épocas de cambios al servicio de la tosquedad y el adocenamiento, de cruces y estilísticos más o menos trascendentes, de rótulos que van y vienen en busca de un contenido, estas podrían ser algunas pruebas de que en Buenos Aires, desde la amplitud, todavía es posible seguir hablando en términos de “música clásica”.