Clásico es el que siempre está volviendo para decir de la misma manera cosas distintas. O para decir lo mismo de otro modo. En definitiva, para decir lo que cada uno quiere escuchar. Nat “King” Cole es uno de los nombres planetarios de la música norteamericana, un clásico que por arte de disco vuelve en la voz de Gregory Porter. Lo acompaña una orquesta poderosa arreglada y dirigida por Vince Mendoza y canciones de esas que no dejan atenuantes: por algún lado atrapan. Nat “King” Cole & Me se llama el nuevo disco, el quinto en la ascendente carrera de Porter. En el álbum, editado en la Argentina por Universal, reverdece doce canciones eternizadas en la voz de Cole. Están “Mona Lisa”, “Nature Boy”, “Quizás, quizás, quizás” –en castellano, claro–, “Ballerina” y “The Christmas Song”, por nombrar algunas.
Corría la década de 1940 y Cole, que como pianista en un trío sin batería había planteado otras maneras de llegar al swing, realizaba el tránsito del jazzista virtuoso –con el que ganó el sobrenombre de “King”– al baladista de voz tersa y gesto sentimental. Así se instalaba definitivamente en la memoria afectiva de varias generaciones que lo conocieron, también como actor, a través de los discos, la televisión, el cine y otros engranajes de la maquinaria del espectáculo. Sobre esa sensibilidad se recuesta Gregory Porter en lo que él mismo, tanto en lo afectivo como lo musical, explica en términos de “misión cumplida”. “Ya venía haciendo música de los grandes músicos estadounidenses, los grandes creadores de standards internacionales, y hacía tiempo que quería hacer un disco dedicado a Nat ‘King’ Cole, que fue uno de los crooners más personales”, comenta Porter al comenzar la charla con PáginaI12. “Nat fue una bisagra entre los cantantes de su época, por su manera de interpretar, por su estilo. En mí ejerció una influencia definitiva”, agrega Porter, y se remonta a un recuerdo de infancia: cuando su mamá lo escuchó cantar y le dijo “sonás como Nat”.
“Desde mi niñez me acompaña la música y la musicalidad de Nat. Crecí escuchando las letras de sus canciones como consejos y adorando sus melodías”, dice Porter y enseguida canta una frase de “Nature Boy”: “The greatest thing you’ll ever learn/ Is just to love and be loved in return” (“Lo mejor que aprenderás, es amar y a cambio ser amado”). Esa es una idea muy profunda. Nat tuvo la habilidad para elegir canciones que hablaran muy claramente y con mucha emoción de las cuestiones del amor y de la vida. En ese sentido, fue genial. Pero recién ahora, que ya hice un recorrido dentro del jazz y de alguna manera siento que desarrollé un estilo que puedo decir que es mío, pensé que podía abordar esas canciones sin sentir que hacía una copia”, asegura con voz lenta y oscura el cantante nacido en Bakerfield, California, en 1971.
“Siempre supe que mi vida tendría que ver con el canto, pero no tenía idea de que llegaría a este nivel de éxito, a presentarme alrededor del mundo y todo esto”, dice Porter. Su recorrido de vida es tan errático como el de tantos: a los 20 años dejó el fútbol americano por una lesión en el hombro y más tarde se empleó como chef en un restaurant de Nueva York, trabajó también como actor, hasta que fue descubierto por la industria a los 38. Enseguida llamó la atención con Water (2010), su debut discográfico, y Be Good (2012), publicados para el pequeño sello Motema. “Era performer, cantaba en pequeños lugares de Nueva York, hacía teatro, era chef. Hice muchas cosas para sobrevivir, pero el sueño de la música siempre estuvo dentro de mí”, cuenta. Liquid Spirit (2013) y Take Me to the Alley (2016), con el que fue reconocido como “Mejor Cantante Masculino de Jazz 2016” por los Jazz Awards, terminarían de redondear el reconocimiento que le permitió, entre otras cosas, que su compañía discográfica apostara a una gran producción para Nat “King” Cole & Me. “Una de las cosas interesantes de este proyecto con Nat, es que él murió a la edad que yo tenía cuando grabé el disco. Eso me hace pensar todo el tiempo en las cuestiones de la vida, finalmente en la fortuna misma de tener la vida. Yo no había soñado con esto que estoy viviendo, simplemente porque no me lo había ni imaginado. Sin ir más lejos, ni siquiera sabía que existían ciertos lugares en Sudamérica, en Africa, Asia, que conocí ahora gracias a la música. Y los conocí cantando las canciones que amo, eso es lo más increíble aún”, reconoce.
–¿Qué encontró atractivo en Cole que no tienen otros grandes crooners, como Frank Sinatra y Jonnhy Hartman?
–Todos los grandes crooners tienen sus estilos personales y por eso son grades crooners. Pero si tengo que definir a Nat “King” Cole, en lo primero que pienso es en la emoción que transmite. Hay tanta emoción en el timbre rico de su voz, esa es una influencia definitiva para mí. Escuchar su música es recibir, ante todo, una carga de emoción. Además de su genial dicción, su claridad, y la elección de las canciones, que fue única.
–¿Cómo eligió el repertorio para el disco? ¿Estaba interesado en alguna etapa particular de Cole?
–No me detuve en un momento particular de su carrera, más bien recorrí su carrera a partir de algunas canciones. Y de shows, que fueron poderosos y que tuvieron un significado trascendental para mí. Desde “Nature Boy” a “Pick Yourself Up”, hasta “Smile”, todas esas canciones que tienen grandes mensajes.
–¿Cómo siente que ha sido recibido este disco?
–Lo toqué con orquestas de diferentes lugares del mundo y fue bien recibido. Hace años que vengo hablando de este proyecto de Nat “King” Cole. Por eso ahora habrá muchos que querrán escuchar este disco. Por lo menos para decir “¡Finalmente lo hiciste!”.