Conocer las rutas biológicas y culturales de nuestros antepasados es vital para lograr equilibrio en un presente trastrocado. En general, cuando el interrogante se refiere a la identidad del pueblo argentino, las reminiscencias hacia las poblaciones originarias quedan borradas del mapa. Desde las trampas del lenguaje (aborígenes: “Los sin orígenes”), las campañas de exterminio a fines de siglo XIX (comandadas por el militar impreso en el billete de 100 pesos), hasta la invisibilización (respecto a un Estado que jamás los reconoce con políticas activas) y la ridiculización (por parte de los medios de comunicación que solo rescatan “su exotismo”). La historia de las sociedades precolombinas es una historia negada.
Por ello, es fundamental el abordaje que desde el Instituto Patagónico de Ciencias Sociales y Humanas (Ipcsh-Cenpat) promueve su director Rolando González-José. Un investigador principal del Conicet que fue repatriado cuando Néstor Kirchner lanzó el programa Raíces y que pese a ser doctor en Biología (por la Universidad de Barcelona), obtuvo recientemente el Premio Houssay en el campo de las Ciencias Sociales. En esta oportunidad, cuenta a PáginaI12 qué es la bioantropología, destaca las aplicaciones biomédicas que pueden tener sus análisis en la detección de “enfermedades complejas” y promueve desde la Patagonia el abordaje de estudios interdisciplinarios.
–Usted se ha especializado en el estudio del poblamiento en América. ¿Por qué es importante conocer este proceso?
–En todo el mundo, cada vez hay más evidencia acumulada de la “estructura fina de la población” que explica el modo en que la variabilidad genética interactúa con el entorno cultural. Aspectos como los estilos de vida y la alimentación representan conocimiento de base y se ubican como motor principal para la investigación biomédica. En este sentido, para comprender la aparición y la evolución de las “enfermedades complejas” –aquellas que tienen una fracción de su origen en causas genéticas y otra facción en causas ambientales– resulta fundamental emplear un abordaje que tenga en cuenta los orígenes históricos de las poblaciones. Por eso es tan importante conocer cómo surgieron las sociedades y describir de qué manera se han mestizado a lo largo del tiempo hasta alcanzar la conformación actual.
–¿Y qué resultados se pueden extraer? ¿Cuánto se parecen los argentinos del presente a los que habitaron estas tierras antes de la llegada de Colón?
–Depende del grado de tecnología que uno tenga para enfocar la investigación genómica. Hasta hace pocos años, la aproximación que se realizaba hacia el objeto de estudio era poco específica. Lo que importaba era abordar los componentes de mestizaje entre tres grandes poblaciones: europea, americana y africana (que llegó eventualmente a los países latinoamericanos a través del esclavismo). En la actualidad, el avance tecnológico nos permite observar “stocks poblacionales” muchísimo más finos.
–¿Por ejemplo?
–Hace unos meses publicamos un trabajo sobre la población mestiza chilena. Allí demostramos que si un individuo tiene genes que provienen del stock aimara o mapuche, sus probabilidades de adquirir cáncer de vesícula aumentan de modo considerable. Este es el tipo de resultados que se replican en todo el mundo; se trata de identificar fragmentos muy específicos del genoma, comprender su funcionamiento en relación a otros factores no-genéticos y así poder incorporar nuestra reflexión en la medicina del futuro. Argentina tiene todo el know-how y la experiencia necesaria para participar de proyectos estratégicos como el “PoblAr” (Centro de Referencia y Biobanco Genómico de la Población Argentina).
–¿Qué percepción cree que tienen los argentinos acerca de la diversidad biológica y cultural que habita la nación?
–Pienso que nuestro país no escapa a la lógica de otras naciones latinoamericanas. Es importante diferenciar dos aspectos: uno se vincula con la construcción identitaria que se desarrolla individual o colectivamente, que es dinámica y responde a políticas públicas culturales; y el otro es la ancestría genética, un criterio inamovible que viene dado por la historia propia de población y de nuestras ascendencias. Los argentinos tenemos una influencia de stocks andinos en el norte, una dinámica de mestizaje diferente en el noroeste y otra muy distinta en el centro y en la Patagonia. Como si fuera poco, todo es dinámico y se modifica con flujos de población actuales, que configuran un escenario de base muy específico para la evolución de las enfermedades.
–En este escenario, ¿cómo investiga un bioantropólogo?
–La única manera de trabajar es a través del ejercicio interdisciplinario. Necesitamos de los arqueólogos que exploran los sitios más preminentes del país, junto a los bioantropólogos que estudiamos esa interfase entre las poblaciones actuales y las del pasado, así como también requerimos del aporte de nuestros médicos. Se trata de promover investigación traslacional, de manera que el análisis del origen de nuestras poblaciones pueda ser utilizado en nuestro favor, por ejemplo, en el campo de la medicina de precisión. Las farmacéuticas japonesas no vendrán al país a estudiar cómo el stock aimara influye en la evolución del cáncer de mama en las poblaciones actuales, porque básicamente no les interesa. Necesitamos la rearticulación de una nueva política pública científica, ya que todos los intentos se han interrumpido en 2015 tras la sunción de Macri al gobierno. Estamos convencidos de que en el futuro el sector biomédico nacional necesitará esta información.
–¿Podría describir cómo es su trabajo desde que localiza un fósil hasta que utiliza esa información como aporte biomédico?
–Existe una conexión entre los patrones de ADN antiguo (que cada vez es más barato y simple de explorar) para reconstruir los genomas ancestrales y los genomas subrecientes (mediante ejemplares de museos) en comparación a la población cosmopolita del presente. El objetivo es comprender la evolución de fenotipos complejos, en especial, de enfermedades que aquejan a nuestras sociedades.
–¿Algún ejemplo?
–Las anomalías congénitas (de nacimiento), por caso, constituyen un ejemplo apasionante. Al sur del Río Colorado la incidencia aumenta y eso, probablemente, guarde relación con la ancestría mapuche. Debemos ir a revisar el sitio arqueológico, observar ese fenotipo (que queda preservado en el registro fósil y los cráneos), reconstruir el ADN antiguo y analizar qué asociaciones se pueden trazar con la población cosmopolita actual del sur argentino. Desde aquí, es necesario desarrollar estrategias que nos permitan adelantarnos a la aparición de futuras enfermedades, así como también establecer políticas públicas para planificar tratamientos y desarrollar fármacos.
–Para investigar tiempos pretéritos hace falta talento pero también mucha imaginación. ¿De qué manera se conjugan ciencia y creatividad?
–La imaginación se estimula en gran medida cuando recibimos demandas externas al mundo científico. Nunca vendrá un gobernador, un intendente o un ministro de salud a preguntarnos “¿cuántos nitritos (tóxicos) hay en esta muestra de agua?”, sino que la solicitud es mucho más general e imprecisa aunque más compleja: “tengo un problema en la bahía con el agua, ¿podés darme una mano?”. Por eso es que resulta vital hacer confluir disciplinas a través de la imaginación y trabajar de manera conjunta para estimular el desarrollo de la biomedicina en el país. En Argentina, la emergencia de las “enfermedades raras” (denominadas de este modo porque su incidencia en la población es muy baja) no tiene nada que ver con lo ocurre en ningún otro estado limítrofe. De esta manera, si tenemos nuestro personal capacitado con interés genuino en estudiar estar problemáticas debemos establecer políticas contracíclicas. No vendrán las grandes academias de Stanford (Estados Unidos) o Max Planck (Alemania) a analizar nuestra gente.
–Hace apenas unas semanas fue galardonado con el Premio Houssay 2016 en la categoría Ciencias Sociales. ¿Por qué un doctor en Biología es reconocido con un premio en otra área del conocimiento?
–Pienso que fui reconocido en Ciencias Sociales porque soy un híbrido, los bioantropólogos somos bichos de frontera. Estudiamos poblaciones humanas que aunque constituyen un fenómeno biológico, se encuentran inmersas en un proceso cultural. Dicho de otro modo: estudiamos una especie animal del orden primate que ha modificado el planeta en el que vive a través de la interrelación, la comunicación y el lenguaje. El ejemplo de la alimentación funciona muy bien porque constituye un fenómeno cultural que interactúa con la biología de los organismos. Cultura y biología dialogan de forma permanente, y establecen una conversación muy linda que nunca quiero perderme.