Referir en Argentina a encuestas es como hablar de los Reyes Magos o “el diálogo y el consenso”: andan por ahí, muchos los mencionan… pero ya nadie les cree. Sin embargo, en una saludable excepción para estos tiempos aciagos de posverdad y significantes vacíos, el NO cumple y los artistas dignifican con un sondeo que año a año se consolida en base a expresiones sensatas y un relevamiento fiel. El inciso de mejor show argentino funge como muestra. ¿O alguno de los que fue a cada uno de los seis Huracán de La Renga puede negar que se trataron todos de performances de excelencia? Esto es: actuaciones soberbias con canciones imbatibles en un entorno favorable, bajo condiciones de organización supremas y con un clima de gesta épica que redondeó todo para arriba.
Después de una década accidentada, el grupo de Mataderos pudo volver a tocar en un show anunciado en Buenos Aires, para su alegría y la de toda la gente. Lo cual no fue poco en un año tan complicado para el rock y el país como el que está terminando. “A los que están trepados en los alambrados, les pedimos por favor que se bajen. No queremos que nadie salga lastimado. Hay lugar para todos; así nos dijeron y quiero creer que es así. No quiero que mañana nadie venga a romper las bolas… yo sé que ustedes son comprensivos”, fue lo primero que dijo sobre el escenario el Chizzo Nápoli aquel 29 de julio, noche en la que el grupo inauguró su saga en Parque Patricios.
Es que, además de la ansiedad por ver en Capital a la banda activa más convocante del rock argentino, sobrevolaba la tensión por los posibles desmanes que preanunciaban los agoreros del Gobierno de la Ciudad, principal obstáculo para que esta tira de conciertos fuera autorizada. El antecedente del trágico show del Indio Solari en Olavarría estaba muy presente y su sombra se proyectaba como un fantasma.
Sin embargo, esta vez funcionó lo que meses atrás había fallado: una planificación estratégica que sacó al rock de las páginas de policiales y la repuso en las de espectáculos para volver a generar noticias artísticas (y no las otras). Algo sólo posible gracias a fatigosas “rondas de negociación” (un decir) entre la banda, su productora y las autoridades políticas y policiales de Capital. “Agradecemos la buena voluntad que hubo para que pudiésemos tocar. Tenían que darse cuenta de que no somos tan malos como creen”, dijo Chizzo antes de cerrar la faena, con las dosis justas de certeza e ironía, ambas necesarias para avanzar indemne en el campo minado de un país donde la institucionalidad parece reducirse cada vez más a la farsa y la ficción.