Un cargado delineado negro enmarca los ojos de María Galindo. Un trazo similar al de las letras cursivas en las paredes de la catedral de Bolivia, huellas indelebles de su activismo anarcofeminista. Es esa misma mano la que dibuja murales que gritan “Ave María eres llena de rebeldía” y señala con cadenitas y anillos el poder colonial-estatal-patriarcal de Nuestra América. No sólo es una mano que sostiene la caligrafía de escuela feminizada que desencaja y devuelve como un boomberang las injurias; no es solo la mano lesbiana. La voz de María reverbera por la mañana en la Radio Deseo (FM 103.3) la única radio feminista de Bolivia que desde La Paz y El Alto acompaña el mascado de coca de las compañeras y hermanas del altiplano. María Galindo, integrante fundadora del colectivo feminista del mítico colectivo, Mujeres Creando, con más de veinticinco años de activismo, pasó por Barcelona a presentar su último libro No hay libertad política si no hay libertad sexual.
El desplume
Mujeres Creando estuvo en la mira y las pantallas por el revuelo que han causado todo este último año. Revuelo en el mundo del arte, la iglesia y el gobierno. Las últimas intervenciones que atolondraron a más de uno fueron la serie “Milagrosos Altares Blasfemos”, una trinidad de murales contra el poder inquisidor. El primero fue un súper mural en las paredes blanqueadas del Museo Nacional de Arte de La Paz, en pleno centro histórico y a plena luz del día. Allí Mujeres Creando despertó conmoción pública con inmensas estampitas satíricas que fue rápidamente tapado por un grupo de católicos que lamieron a rodillazos los muros con latex. “En la paz el mural no duró ni 24 horas” apunta María. El impacto de crucifijos peneanos que carga Jesús no quedó allí. En Quito, las artistas crearon el segundo altar blasfemo en el Museo más importante del catolicismo en América. Luego de tres días de espectacularidad, el mural en la Iglesia de Compañía de Jesús intentó ser censurado y cerrado. Luego de cuatro semanas de batalla fue vuelto a reabrir con visitas guiadas como una verdadera obra de arte. Un tercer altar blasfemo supo evadir la censura. Esta vez en Santiago de Chile. Utilizando la estrategia pedagógica de la catequización, Mujeres Creando, dejó impresa la ridiculización a cardenales masturbadores del Opus que sellaron nuestras dictaduras. “Pintaremos milagrosos altares blasfemos como obra infinita, demostrando que la censura es inútil”, sostiene María Galindo, escritora, grafitera, radialista, cocinera, maricona publica y una verdaderísima agitadora callejera.
Conocida por ser la primera boliviana en nombrarse lesbiana a todas luces, es más famosa por sus afrentas con el poder clerical, ONG-liberal y también estatal. El estado plurinacional de Bolivia, con su presidente y líder carismático indígena Evo Morales fue denunciado por sus comentarios homófobos y misóginos, de los pollos a las polleras de las coplas. “Ante esas declaraciones hicimos ruido en la calle hasta que el vicepresidente Alvaro García Linares me citó para conversar y ver como podíamos resolver esta situación. Le pedí un espacio dentro del parlamento para realizar una investigación sobre homofobia que hay allí y me lo dio. Una sala con llave para poder entrevistar a todos los parlamentarios frente a la cámara, donde yo misma podía ser quien juzgaba la ignorancia y prejuicio que hay sobre los cuerpos”. De todo ello resultó una trabajo de casi dos años para dar forma a lo que hoy es No hay libertad política si no hay libertad sexual. Un libro que se excede así mismo, que conjuga periodismo, activismo, investigación y arte. Se trata también de una compilación audiovisual, con entrevistas incisivas “porque uso el grabador como una navaja”, afirma la bolita punk.
La caníbal
Son más de las 21.30 horas de un miércoles frío en Barcelona. María Galindo llega rauda de la conferencia que acaba de impartir “No se puede descolonizar sin despatriarcalizar” a sala repleta. Se mete en plena Sagrada Familia, a la librería feminista La Caníbal donde tampoco entra ni un alfiler. Lleva un tapado ajustado a la cintura y al dicho de “mande” reparte unos tés de coca para quienes la esperamos. María organiza a las oradoras, su compañera Idoia expone los libros sobre la mesa que rápidamente se agotan.
Duen Sacchi aborda la presentación del libro desde una recepción crítica y pregunta: “¿Qué pasa cuando el mundo observa que Evo Morales es homofóbico? ¿Cómo se podrán entender en estas latitudes blancas y europeas la supuesta ignorancia sexual de los y las parlamentarias indígenas?” María responde: “Disiento con lo que comenta la compañera. Nosotras podemos hacerlo. Podemos meternos en el parlamento a discutir la homofobia. Podemos habitar ese espacio y entrevistar al 54% de los parlamentarios en su propio recinto de poder. Podemos dar vuelta los términos y ser nosotras quienes estamos en posición de exigir explicaciones y que los gobernantes tengan miedo. Habrá que ver cuántas de ustedes, aquí en Europa pueden hacerlo como lo hicimos nosotras”
La Galindo persiste sobre el problema de la representación. Cuando las palabras mariconas precolombinas son olvidadas, cuando el arte y la iconografía moche no heterosexual se borra o se justifican las penurias indígenas por sus prácticas sexuales. En suma, detecta que la representación parlamentaria, simbólica, social y cultural sigue penetrada por el asco católico al cuerpo. Sostenido por una visión colonial y plagada de prejuicios. Se detiene en ese resquicio incómodo de la intersección de lo indígena y maricón, la pobreza y lo maricón, los privilegios y lo maricón, los movimientos de mujeres y lo maricón. Lo maricón está en el centro de la escena como pocas veces.
Maricón es una posición que aglutina marimacho, marica, machona y otros epítetos que se consagran localmente a nuestras disidencias sexuales. María reivindica la mariconería contra las categorías insertas en la sigla lgbti porque le resuena a esa “hegemonía elegebetosa de la agenda internacional de derechos que hoy en día es un proceso forzado, colonial y totalmente fundido en el proceso neoliberal. Se adoptan nomenclaturas producidas por procesos políticos en países del Norte en el Sur del mundo, despojándolas de su propia historia y discusión. Es una adopción pasiva como quien adopta una fórmula incontestable. Es un acto colonial no de imposición, sino de adopción sumisa. Yo prefiero decir que soy gorda, libre, boliviana y terca.”
A partir de las investigaciones que hiciste para el libro, ¿a qué conclusiones llegaste con respecto a las intersecciones entre indigenismo y disidencia sexual en Bolivia?
-Lo que noto es mucha sed. Si hay sed hay deseo. Y la gente aquí está necesitando eso, movilizar el deseo. La investigación demostró que los y las autoidentificadxs indígenas sostienen prácticas confesionales dentro de sus comunidades y condenan la homosexualidad. También los cuadros de los movimientos sociales, devorados por la burocracia parlamentaria y desempedrados de sus relaciones territoriales, quedaron a la deriva con sus sueños machitos. Las clases medias profesionales de los partidos, desde su privilegio, sostienen los discursos homofóbicos más sofisticados por el prejuicio mientras que las mujeres que con el 51 por ciento de las bancas en el parlamento, -una verdadera mayoría parlamentaria-, aún son serviles a lógicas partidarias, y jamás asumen los machismos al interior de la política, de su compañeros y jefes.
Y así María Galindo hace gala, una vez más, de que allí no se salva nadie, que lejos estamos de tener como, dice su amigo el filósofo Paul Preciado, un parlamento de los cuerpos..
No hay libertad política si no hay libertad sexual se consigue en la librería de MU Punto de Encuentro (Hipólito Yrigoyen 1440)