Mi arbolito de navidad ojalá pudiera ser una regia planta de marihuana en flor con los cogollos listos a entrar en las pipas expectantes ante un Papi o Mami Noel que las enciende con llamaradas pasionales, apenas vestido por una sunga ideal para este atroz calor, además de diversos elixires brindando por la poética epifanía que el mundo entero celebra con curiosidades infinitas. Por ejemplo, en el verde Brasil donde la leyenda popular ha instaurado el hecho de que durante las fechas de navidad los animales adquieren la capacidad de hablar y así los niños pasan largas horas conversando con sus mascotas que en verdad parecieran contestarles para que logren sus deseos. También en ese país fabuloso, hasta hoy, muchos decidieron seguir copiando aquel árbol tropicalista y surreal armado sobre una esbelta palmera con sus cocos pintados de chocolate y las arenas cubiertas de delicias sobre mares de hojas de banano en la orilla, listos a ser disfrutados. Manjares con los que Glauber Rocha cubriera una parte de la playa Bahiana en Arembepe, durante la filmación del Cristo Negro en su última obra de arte: La Edad de la Tierra, donde todo estaba certera y casi obsesivamente aggiornado como una restauración mitológica tan justa e imprescindible, especialmente allí donde no ha nevado nunca, todavía.
Estuve en México la navidad pasada y pude ver casi extasiado como se venden a raudales una especie de estrellas enormes de conos tipo piñatas en las que con un palo y sus ojos vendados los niños comienzan a golpear para que al fin caigan los regalos. La eterna lucha del bien y el mal, según los sabios aztecas.
Además de tantas otras costumbres atravesando el planeta, como cuando algunos esconden las escobas para que los endemoniados no puedan cabalgar esa noche sacra que este año fatídico, por primera vez en la historia, ha cancelado su celebración nada menos que en Nazaret donde Jesús pasara su infancia antes de llegar a Belén. Una inesperada pero contundente manera de protestar contra otra diabólica decisión del actual Presidente de Estados Unidos que acaba de declarar a Jerusalén como definitiva capital de Israel en pleno desgarrador conflicto, cada vez más agudizado.
En algunos países del norte de Europa es necesario saberse un poema propio o elegido especialmente para recitar antes de abrir el regalito.
Madre me contaba que en la tierra de sus ancestros irlandeses se horneaban exquisitos budines con cerveza en lugar de leche y bañados de whisky para ofrendar por los bosques y otros lugares encantados, envueltos con cintas coloridas que atraían a los duendes.
En Japón las mujeres solteras arrojan desde su hombro derecho un par de zapatos para ver cómo ha caído y así deducir si al fin conseguirán marido.
Otra leyenda cuenta que una madre muy pobre no teniendo cómo adornar su árbol nada más que telarañas no dudó en hacerlo y a la hora de los brindis esos hilos eran de oro por lo cual dejaron de ser pobres.
Historias mucho más dignas de celebración que el tan promovido y casi demencial consumismo generalizado aprovechando estas fiestas para simplemente vender y junto a los niños como señuelo, nada menos que al poderoso Jesusito, quien jamás aprobaría semejante comercialización en honor a su nombre como así ya adolescente echara a los mercaderes del templo. Quizás uno podría incluso rapear: Navidad tralalá que enorme no-obviedad.
De todos modos la fe mueve montañas, de dinero y de las otras, esas que jamás podrán ser mancilladas ni necesitan tantas disparatadas y comerciales aberraciones.
Porque al fin de cuentos, sin lugar a dudas, el Cristo caminante se acerca por todos los senderos de cada día, incluso el de su cumpleaños.
Así será. Así sea.