La crisis causó dos nuevos cierres: las salas El Crisol y Café Müller Club de Danza anunciaron la semana pasada que a finales de mes dejaran los espacios que hasta ahora habitaban, imposibilitadas de seguir pagando la tarifa de servicios y de alquiler. La noticia es consecuente con (y consecuencia de) lo que se vivió todo el año, en el que varios espacios culturales se vieron amenazados, o directamente tuvieron que cerrar o no ofrecer programación, como fue el caso de algunos teatros del circuito comercial. El anuncio también aumenta la incertidumbre para el 2017, ya que la suba en la partida presupuestaria de programas de promoción cultural en la ciudad sólo será del 1,32 por ciento, cifra por demás inferior a la inflación, lo que invita a pensar que otros espacios tendrán el mismo destino.
Lo que se cierran no son solo salas, sino sueños. El Crisol y “Café” fueron desde sus fundaciones –en 2002 y 2012, respectivamente–, “hogares artísticos” para sus responsables, “lugares de contención” para los espectadores y creadores, y “espacios ineludibles” a la hora de trazar un mapa del pensamiento sobre el quehacer en teatro y danza. De fuerte posicionamiento ideológico desde lo estético, ambos espacios ocuparon distintos roles dentro de la comunidad artística, que durante la semana pasada lamentó el desenlace de sus historias. El Crisol fue en innumerables oportunidades casa para que jóvenes creadores estrenaran por primera vez, y Café Müller uno de los espacios que más hizo por la danza independiente en los últimos años, frente a la sistemática negación de la disciplina por parte del Estado.
Si bien nacieron con ideas y objetivos diferentes –el proyecto de Café Müller siempre giró en torno de ser sustentable y crear trabajo para sus responsables mientras que los dueños de El Crisol no vivieron nunca de esa actividad–, los referentes de ambas salas coinciden en definir a sus espacios como “lugares de pertenencia”. “No se cierra cualquier espacio. Se cierran lugares que funcionaron como apuestas colectivas. Eso es lo que más tristeza da”, lamenta Martín Ortiz, responsable junto a Marcela Fraiman de El Crisol, que luego de varias mudanzas funcionó los últimos tres años en el barrio de Villa Crespo.
“Sabemos que hubieran hecho falta unos años más de crecimiento para poder desarrollar el plan económico que nos habíamos propuesto, pero aun así, y sin dejar de hacer autocrítica, el cierre no es responsabilidad nuestra ni de nuestro modo de administrar recursos sino de un contexto económico de crisis”, refuerza, por si hiciera falta, Jimena García Blaya, coordinadora general de Café Müller, también situado en Villa Crespo. “Este año hemos agotado todas las posibles alternativas de subsistencia. Bajamos los costos y la calidad de los elementos de trabajo al máximo, dejamos de invertir en el edificio y en nuestro equipamiento, y hemos pedido todos los fondos públicos que están disponibles, que son muy pocos. También hemos hecho una enorme gestión para aliarnos con espacios, sindicatos, escuelas, centros de jubilados y clubes, para generar convenios para nuestros espectáculos. Pero así y todo fue imposible pagar los aumentos violentos en los servicios”, cuenta a PáginaI12.
Sólo a modo de ejemplo: en 2015, el promedio de ingreso a Café Müller por función –correspondiente al 30 por ciento del borderaux– fue de 1500 pesos, mientras que el costo por función era de 300. Este año, el promedio de ingreso por función fue de 700 pesos, mientras que los costos ascendieron a 450. “Los números hablan por sí solos”, desliza García Blaya, que cuenta a este diario que desde la fundación del espacio, este fue el primer año que el equipo directivo no pudo generar ningún tipo de ahorro ni reinversión, con agosto, septiembre y octubre como “los peores meses”.
A El Crisol también lo terminó de matar el famoso “segundo semestre”: “Las obras que se estrenaron en la segunda mitad del año no funcionaron como tenían que funcionar y eso no tuvo que ver con la calidad de los espectáculos, o con la cobertura o no que le dieran los medios. Se notó mucho que el público tuvo que guardarse la plata de las entradas para comer, lo que repercutió en toda la actividad”, refiere Ortiz, que además de codirigir el espacio es dramaturgo y director teatral, y solía estrenar sus espectáculos en el lugar. En su caso, el mayor conflicto tuvo que ver con pagar el alquiler de la sala, que la dueña pretendía aumentar al 100 por ciento (equivalente a casi 40 mil pesos), una suma imposible de afrontar para los teatristas.
Claro que, pese a los cierres, los creadores no van a dejar de lado sus actividades como hacedores de la cultura. De hecho, Ortiz ya se encuentra en la búsqueda de un espacio para estrenar en abril un espectáculo que había escrito, ensayado y pensado para su sala, y García Blaya asegura que la idea del equipo de Café ahora es “continuar produciendo conocimiento alrededor de la práctica de la danza y generar marcos donde hacer visible el valioso trabajo que realizan los artistas de esa disciplina”. Pero, al menos hasta que cambié la dirección cultural del gobierno, el cierre de El Crisol y de Café Müller es definitivo. “Es que conseguir otro lugar de las mismas características es difícil, sobre todo por los gastos para los trámites para ser autorizados como sala. Además, el costo de mudarse es enorme, porque se necesita una inversión muy grande para empezar de nuevo, y es algo que no podemos afrontar”, asegura el director.
“Este final no me sorprende. Antes de asumir le preguntaron en un programa de televisión a Rodríguez Larreta por la escena artística independiente. Desconociendo que existen organismos tales como Proteatro y Prodanza, el jefe de Gobierno respondió que, como su nombre lo indica, se trata de una actividad independiente del Estado. Creo que eso lo explica todo”, resume Ortiz, que sueña al menos con que las experiencias de estas dos salas sirvan para que otras puedan permanecer abiertas, como símbolo de resistencia.