Cauce: 7 puntos

(Argentina, 2017)

Dirección y guión: Agustín Falco.

Fotografía: Claudio Perin.

Montaje: Lucio Azcurrain.

Reparto: Juan Nemirovsky, Alejandro Ajaka, Luis Machín, Martín Slipak.

Distribuidora: Primer Plano.

Duración: 75 minutos.

Sala: Arteón (hoy a las 20.30).

 

 

El inicio de Cauce no puede ser más atinado, impregnado como está de referencias que cruzan el pasado de hace pocas décadas con el presente más inmediato. Lo dicho porque la secuencia primera (mejor, el primer plano‑secuencia) descubre a Ariel (Juan Nemirovsky) sin poder ingresar a su lugar de trabajo, mientras la muchedumbre protesta en la calle. De hecho, el plano‑secuencia es la herramienta estética que la totalidad del film privilegia, mientras obliga a una coreografía de movimientos en tiempo real que el actor sostiene de manera constante.

Justamente, es a partir del primer plano de Nemirovsky cómo el film señala el estado de ánimo de lo que sucede y, tal vez, ocurra. La película es él, es Ariel, es su desesperación y el acelere de cocaína, es la pantalla familiar que debe sostener así como los acuerdos traidores con un amigo de trabajo empresarial. Los primeros minutos de Cauce son de lo mejor, ya que permiten descubrir de modo progresivo el entorno de Ariel, sus vínculos, el espacio que habita, la familia.

A medida que se dibuja el entorno, lo que también queda patente es un encierro con el que lidiar, al que mejor no informar sobre la pérdida de trabajo. Es sintomático, por eso, que Ariel sea presentado al espectador a partir de la figura del suegro (Luis Machín), alguien de confianzas granjeadas, eje de un mundo de familias y socios. Tal vez, se supone, haber llegado allí, a ese ámbito y reconocimiento, no le haya resultado nada fácil a Ariel. Por otro lado y durante la secuencia del comienzo, es notoria su falta de empatía con el resto de los desempleados, con quienes no comparte roce, cánticos, ni mirada.

Evidentemente, hay un trabajo de guión que lo perfila de manera sintética, justa, en donde la desesperación que significa quedar sin trabajo es aquí leída desde el tembladeral económico de alguien que ha sabido dónde y cómo "situarse". Son suposiciones, pero encuentran en el devenir del relato cierta constatación. Como cuando Ariel deja el cumpleaños del suegro para visitar el boliche: sin quererlo terminará por recalar con el dueño, el Tano (Alberto Ajaka); entre los dos se nota una familiaridad no del todo dicha, como si se tratase de un derrotero parecido pero desde sendas alternativas: mientras uno consiguió el matrimonio con la mujer de clase acomodada, el otro eligió el camino delictivo. En otras palabras, ¿qué hace Ariel en la morada del Tano?

En ese momento, el film del santafesino Agustín Falco -‑Cauce es su ópera prima, rodada íntegramente en Santa Fe-‑ propone un quiebre que debe ser leído desde la consigna del género policial, de tinte noir. Es decir, hay una bisagra sintomática, onírica o de pesadilla, que cumple a su vez con las virtudes del cine negro. Por otra parte, y de manera esencial, es una mujer quien oficia de anzuelo. Una femme fatal, vale decir, que dice de otra forma sobre Ariel, quien elegirá volver sobre sus pasos para oír ese canto de sirena ante el cual ya no habrá advertencia que funcione. El Tano, finalmente, le espera.

El anzuelo femenino podría funcionar también como la culpa y el castigo consecuente, al internarse el protagonista por el camino que no debía. El cimbronazo en cuestión se convertirá en un entuerto que bien puede rememorar a los de Casa de juegos, de David Mamet. De pronto, la pesadumbre trastorna en una aventura inesperada, en donde nada es lo que parece. Cómo salir de allí es la cuestión. Más aún cuando la mascarada social es la que opera contra quien quiera salirse. Porque, en última instancia, es este juego de máscaras maleables el que lo impregna todo, desde la multinacional que dice una cosa pero hace otra a los simulacros de las fiestas familiares, pasando, desde ya, por la corrupción policial y los acuerdos de palabra.

Cauce tiene una mirada corrosiva, que funciona mejor durante su primera parte. Luego deviene un poco más previsible, sujeta como se ofrece a los virajes del guión. De todas maneras, toca la fibra pertinente en el asunto, y lo hace a partir del crimen como figura que desenmascara el simulacro, así como al pacto social que lo sustenta.