A veces la marcha de las cosas no se nota tanto en los números como en las caras. Algo de eso hubo en la historieta argentina este año. Un año con caras más largas que de costumbre. No porque haya sido especialmente malo: si se compara con otros rubros donde bajaron persianas a granel, el noveno arte argentino apenas acusó el cierre de un par de proyectos editoriales y las primeras estimaciones hablan de similar cantidad de publicaciones respecto al año pasado. Pero de cualquier modo será difícil encontrar a un editor que cuente 2017 como su “gran” año. En general parece haberse vendido menos que en períodos anteriores y casi todos los sellos en un momento u otro emparejaron cuentas echando mano a las nuevas estrategias de comercialización que ofrecen las redes sociales: preventas, crowdfunding, promociones con envío a domicilio. El refugio de los eventos del palo tampoco fue infalible. Alcanzó en algunos casos para proyectar nuevos libros (Crack Bang Boom en Rosario para la mayoría, Comicópolis para varios, Argentina ComicCon para los autores con la fortuna de participar de su “artist alley”), pero otros apenas salvaron la ropa. La historieta no es ajena a la situación económica del país. Los que mejor aguantaron la situación fueron quienes se asociaron. Los colectivos editoriales con proyectos más orgánicos registraron crecimiento. El colectivo Nueva Historieta Argentina, por ejemplo, lanzó su propio punto de venta (verbigracia: comiquería y espacio de presentaciones de libros). Sus pares de Big Sur hicieron su primera edición conjunta. Ambas movidas se anticipan promisorias.
En contraste con la situación editorial, 2017 fue especialmente intenso desde lo creativo. Durante el año se consolidaron nuevas corrientes estéticas y ganaron proyección distintos movimientos del sector. La aparición de una nueva generación de ilustradores formados fuera del cómic y el humor gráfico viene rompiendo el status quo de la historieta. Hay un recambio generacional que se hace evidente en festivales y convenciones. Los consagrados de la generación fanzinera de los ‘90 ya no mueven el amperímetro. Sí, todavía venden libros a buen ritmo, pero ya no son los que hacen más ruido. Si esto es bueno o malo, depende de gustos. Pero las nuevas generaciones están dinamitando los esquemas de legitimación de los últimos 20 años, sea ignorándolos o copándolos. Muchos ingresaron a los espacios tradicionales, como la renovada revista Fierro, que va por su tercera etapa.
La otra consecuencia de este recambio es una visibilización de guionistas y dibujantes mujeres. Siempre hubo en el circuito, pero rara vez tenían vidriera más de uno o dos libros hechos por mujeres, y este año se multiplicaron. Muchos fueron reconocidos como los mejores libros de historieta del año. Trabajos de altísimo nivel gráfico, propuestas interesantes, voces originales y relatos novedosos aportaron una cuota de aire fresco que el circuito recibió de buena gana. Este crecimiento simbólico tuvo su correlato material: las cifras preliminares que aportan en el sector hablan de al menos 24 libros publicados por ellas este año, comparado con 7 en 2016. La paridad sigue lejos, pero el crecimiento es una excelente señal.
Otro proceso de estos doce meses fue el fortalecimiento del circuito autogestivo. El festival Dibujados, dedicado al fanzine y la historieta “ultraindependiente” sumó tres encuentros. Además, aparecieron pequeños festivales por doquier, desde el ¡Vamos las pibas! hasta las dos exposiciones del Festival Fanzín del Centro Cultural Ricardo Rojas, que aunque abordaron el fenómeno fanzinero desde una perspectiva temática amplia, estuvieron dominados por la autogestión comiquera. No es casual: la historieta argentina lleva años haciéndose a sí misma, con pocas editoriales grandes apostando a nuevos autores. La autogestión es bandera de la mayoría de los proyectos y ese saber hacer se distribuye y reproduce con/en quienes recién comienzan el camino.
Finalmente, en el submundo de los eventos comiqueros, este año las palmas se las llevó Crack Bang Boom, que dominó la agenda al invitar al legendario Frank Miller. Comicópolis, en su nueva versión de capitales privados, también trajo autores interesantes, como el japonés Yoichi Takahashi (creador de Captain Tsubasa, más conocido como aquí como Los Supercampeones), pero la centralidad del autor de Dark Knight Returns, 300, Sin City y Daredevil: Born Again es difícil de discutir.
¿2017 permite proyectar algo hacia el año que viene? Resulta difícil hacer vaticinios. La duda nunca es artística. Si algo demostraron en los últimos 20 años los autores nacionales de toda edad es la voluntad para seguir escribiendo y dibujando historieta pese a todo. De modo que la clave pasará por ver qué porcentaje de los espacios –festivales, editoriales, de exposición, de ventas– se sostendrán y mantendrán su actividad. Pero en definitiva, estas instancias son mediaciones. Si algo demuestra la experiencia autogestiva aquí es que tarde o temprano, las viñetas siempre encuentran a sus lectores.