Luego de un arranque multicolor con formato de collage audiovisual, que hace las veces de sueño del protagonista y, al mismo tiempo, de secuencia de títulos de apertura, el blanco y negro se apodera de la ópera prima de Sergio Corach, director, productor, guionista y protagonista absoluto de la ultra independiente Quizás hoy. Un blanco y negro que, como suele ocurrir, se miente a sí mismo, ya que evita mencionar la obligatoria escala de grises intermedia. Y gris es, por cierto, la vida de Miguel, joven empleado de un estudio jurídico cuyo devenir cotidiano parece fatalmente marcado a fuego por la repetición, el tedio y la falta de expectativas. “Me deprimen los viernes porque todo el mundo está excitadísimo. Como si no supieran que después viene el fin de semana, que es un pozo ciego, seguido del lunes, que es para serrucharse las pelotas”, escribe en un diario personal, método terapéutico sugerido por su psicólogo. Luego de cambiarse de manera metódica y mecánica, el circuito cotidiano en bicicleta del hogar hacia el trabajo, acompañado por su propia voz que, en estricto off, recita unas estrofas jocosas que no dejan de tener un aire a letanía: “pedaleo, pedaleo, al re pedo, es al pedo, caca y pedo, con olor a huevo”.

El día en la vida de Miguel incluye, entre otras casualidades y causalidades, el reencuentro doble con un amigo de la secundaria, una apurada lección de tango y la esperanza de recibir un mensaje de texto de una atractiva joven. Entre la comedia triste y la semblanza algo pretenciosa de la existencia contemporánea en una gran ciudad, Corach alterna momentos de comicidad inspirados -algunos diálogos en la oficina- con otros que insisten durante demasiado tiempo en un absurdo que es apenas mal chiste (el casting para una publicidad de pañales al ritmo del kung fu), al tiempo que sigue a su criatura por varios barrios porteños, de Boedo a Monserrat y de allí a Puerto Madero, pasando por la Plaza Roma, frente al Luna Park, y el Congreso. No ayuda al desarrollo dramático general el uso artificioso del doblaje, que parece navegar entre la elección estética y el recurso técnico para subsanar problemas surgidos durante el registro del sonido directo.

Algo similar puede decirse de las citas directas a Sábado, de Juan Villegas, y al cine de Robert Bresson en general, referidas a un modelo de actuación poco naturalista: no es suficiente invocar esos nombres para justificar la “dureza” de ciertas actuaciones. Sobre el final, la referencia filosófica al mono no aware, esa sensibilidad o empatía hacia lo efímero practicada en las artes japonesas, se contradice con la necesidad imperiosa de la película de reemplazar cualquier atisbo de iluminación o epifanía cotidiana con el constante traqueteo irónico del pensamiento de su protagonista. El recorrido por algunas zonas de la ciudad de Buenos Aires se transforma en el mejor elemento dramático de Quizás hoy: la cámara obtiene imágenes de esquinas, cruces, zaguanes, puertas y ventanas que adquieren la forma del registro documental, conformando una pintura urbana abigarrada y laberíntica sobre la cual se mueve el atribulado héroe.