Llueve sin parar. El cielo llora. También yo, de a ratitos. La peleamos ayer, muchas y mucho, durante el día y la noche y perdimos. Perdimos ante los poderes financieros y una lógica mundial de acumulación salvaje, que nos sacará más tiempo, más fuerzas, más dignidad a nuestra vida. Del otro lado, estaban todos los poderes, económicos, judiciales, represivos, políticos. De acá, bloqueados por las vallas, infinitos cuerpos que decían no. Ellos dicen buscar ahorro del gasto público, pero se trata de extraer hasta la última libra de carne. Se lanzan como caranchos sobre el tiempo, para que no deje de ser esfuerzo productivo. Lo otro sería gasto o derroche o bacanal de laburantes.
Mi vieja empezó a trabajar a los trece años, cuidando niños. Después fue empleada en una tienda que se llamaba Galver y luego cajera en un supermercado. Más tarde empleada municipal, luego enfermera, hasta que no pudo lidiar con los cuerpos accidentados. Demasiado dolor. Pasó a otras tareas, pero tenía que viajar todos los días treinta kilómetros para llegar, por esa ruta a la que temía de tanto muerto a la vista. Ansiaba jubilarse. No para recluirse, sino para disponer de su tiempo. Lo hizo a los 62. Cincuenta años de trabajo para alimentar y cuidar tres hijxs. Mucha vida no le quedó para disfrutar la jubilación. Tuve trabajos horribles, otros dignos, algunos hermosos. Pero no me olvido, aun cuando la pase bien trabajando, que entre los derechos de quienes no vivimos de rentas, ni de herencias, ni del esfuerzo ajeno, está el de vivir sin trabajar a cierta edad. Cuando todavía queda algo de resto para disfrutar y descansar. También, en el de no caer en la indigencia cuando dejás de cobrar salario.
Todo eso lo desconocieron ayer los legisladores que votaron a favor y los que se abstuvieron y los que se ausentaron para no decidir. Todo eso lo desconoció el gobierno y la clase que lo sostiene. Todo eso parecen no saberlo algunos dirigentes sindicales más preocupados en pactar que en defender a aquellas y aquellos sobre cuyas espaldas descansa el mundo. No descubrimos nada si decimos que a un gobierno de empresarios no le importa la vida y la dignidad de trabajadoras y trabajadores. No develamos nada al señalar que las reformas previsional y laboral hacen tándem para que el esfuerzo de crear riqueza social recaiga sobre quienes trabajan, cada vez con menos derechos y con más cadenas.
Salimos a la calle muchas veces en un día y otras tantas en la noche. A la mañana hicimos carteles y nutrimos una columna feminista que arengó al canto de “Macri no es puto, es liberal. Hacete cargo, es heterosexual”. Más tarde, en el Congreso, movilización y repliegue, columnas sindicales y gente suelta, piedras y la represión a la que no deja de someternos el gobierno. Y a la noche, la sorpresa. Las cacerolas empezaron a tronar su escarmiento chillón. Primero en los balcones, luego en las esquinas y ya envalentonadas, en multitud hacia el Congreso. Dos cantitos sonaban en la avenida Rivadavia: “Unidad de los trabajadores y al que no le gusta, se jode, se jode” y el clásico que sabemos todxs: “si este no es el pueblo, el pueblo donde está”. El pueblo, en cuerpo presente y ensoñado en la unidad de las rebeldías, dijo que su alma no está a disposición de Durán Barba, ni su cuerpo para integrar las filas del despojo.
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Pasada la jornada de pelea, hoy estamos tristes y a la vez certeros. Algo pasó. El río profundo de la rebelión volvió a aflorar. Bajo el pavimento estaba soterrado. Ayer su rumor apareció de distintos modos, con rostros diversos y oleajes propios, para hacerse multitud díscola que, en una escena de actualidad radical, conmemoró otro 19 de diciembre.