El 5 de diciembre de 2017 Abuelas de Plaza de Mayo anunció una nueva localización. Al igual que todas las anteriores posibilitó lo que parecía imposible y también permitió conocer el modo en que se materializó la apropiación de una niña nacida durante el cautiverio de su mamá. Un develamiento por partida doble: el de la identidad de una mujer de 40 años que siempre creyó ser hija de quienes la criaron y anotaron como tal y el de la trama de relaciones sociales que sostuvo esa apropiación. Cada localización es ocasión de inmensa alegría y, a la vez, nos enfrenta con lo ominoso de la represión. Fundamentalmente porque permite probar lo que se intuía y visibilizar lo que durante tanto tiempo se mantuvo oculto rodeado de mentiras. Desbaratar el sueño autoritario de producir nuevos sujetos y a la vez conocer.
Hace unos años cuando en mi trabajo de investigación me enfrenté a lo siniestro de la represión, cuando intenté ensayar explicaciones sobre la apropiación criminal que la consideraran, aun en su perversidad y desmesura, parte integrante de nuestra sociedad y no un hecho caído del cielo, focalicé mi mirada en sus condiciones sociales de posibilidad. Entre ellas identifiqué centralmente dos dimensiones. Por un lado, la del circuito de la minoridad, compuesto por Casas Cuna, juzgados de menores, institutos que tuvieron que transitar para reclamarlos e impedir su entrega en adopción. Por otro, un circuito aún menos conocido y más oculto, compuesto por médicos, parteras, funcionarios, clínicas en donde se trataba a los niños como mercancías.
Por eso, en años de investigaciones, comenzaron a reiterarse nombres de médicos, de clínicas, de localidades y se detectaron regularidades y lógicas de funcionamiento. Comenzó a sospecharse, cada vez con más fundamentos, que la apropiación también hundía sus raíces en esas tramas delictivas que posibilitaron a muchos acceder a un hijo por un precio. Acciones que eran criticadas, pero estaban sumamente extendidas, toleradas y hasta justificadas, ya que permitían tener un hijo sin importar literalmente su costo y dotar de una familia a un niño que no la tenía, se suponía era no deseado o bien un hijo de la pobreza. Por eso la falsa inscripción, el como si de criarlo como propio, el ocultamiento y también la gran cantidad de personas que, sin ser hijos de desaparecidos, actualmente buscan sus orígenes y quieren desarmar las mentiras que rodearon su crianza.
La localización de Adriana, la nieta 126 da cuenta de esa trama articulada por siniestros personajes, pero usufructuada por muchos, que contribuyó a hacer posible la apropiación. Trama que Abuelas develó, interpelándonos una vez más como sociedad, exponiendo mentiras, generando otro horizonte ético.
* Antropóloga, investigadora adjunta Conicet, integrante del Equipo de Antropología Política y Jurídica de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA y autora de Entregas y secuestros. El rol del Estado en la apropiación de niños, de Editorial Del Puerto/CELS.