En un año signado por la caída del consumo cultural (y del consumo en general), el segmento infantil y el reposicionado segmento juvenil aparecen como aquellos que, dentro de todos los bajones, se sostienen con dinamismo propio dentro de la literatura. Con las grandes compras del Estado cortadas desde hace ya dos años y la restricción del mercado en general, los libros destinados a los lectores más chicos han logrado lo que hoy es un mérito: sostenerse, o al menos no caer tanto. Desde el punto de vista de la edición, sigue sorprendiendo la diversidad, las apuestas de calidad, y hasta la aparición de nuevos emprendimientos editoriales en este contexto de crisis. El crecimiento sostenido del sector juvenil aparece como uno de los fenómenos que también signaron este año. El “pase a la acción” de un amplio sector de escritores, ilustradores, editores y especialistas, nucleados en espacios como el “Colectivo LIJ”, pronunciándose públicamente por cuestiones que afectan directamente al sector como el desmantelamiento en los hechos del Plan Nacional de Lectura, es otra de las marcas de un 2017 que mostró en los libros para chicos tablas de salvación en medio del vendaval.
Menos, pero aun diverso
Todas las editoriales consultadas por este diario coinciden en un dato: la cantidad de ediciones este año disminuyó, al igual que la cantidad de ejemplares impresos por tirada. Aun así, se pudo sostener una característica que distingue a las ediciones locales para los más pequeños: su gran diversidad. Y en esa diversidad puede contabilizarse una cantidad de libros visiblemente elaborados a partir de estrategias de marketing (de temáticas, ganchos o “recursos” que se sabe serán bien aceptados por la escuela, esa ancha avenida por la que circulan estos libros), con resultados más o menos satisfactorios, según los casos. Pero también apuestas arriesgadas, creativas, inesperadas, divertidas, contagiosas. Literarias.
Es el caso de la oda gatuna Un día, un gato, en la que Juan Lima convoca a una cantidad de amigos (así firma el libro, “Juan Lima y amigos”, y entre estos se cuentan Isol, Bianchi, Gusti, José Muñoz, Max Cachimba, Elenio Pico ola belga Mandana Sadat) a ilustrar sus poemas felinos. O el libro en el que Chanti despliega sus Criaturas en blanco y negro (Calibroscopio). En Sudamericana, el ilustrador mendocino avanza además con historietas como Facu y Café con Leche y Mayor y Menor, que este año trajo una gran novedad: al Nacho y al Tobi les nació una hermanita. Hay libros que hasta conectan de manera original con la música: En la colección Los Duraznos de Pequeño Editor, por ejemplo, la canción Te cuento del camino lo que vi, del Dúo Karma, se hizo libro que se lee cantando, y que abre todo un viaje. Lo mismo ocurrió con el grupo santafecino Canticuénticos, que ahora editó Noni-noni y el muy hitero El monstruo de la laguna, con ilustraciones de Estrellita Caracol, y que ya había hecho lo mismo con El mamboretá (Gerbera ediciones).
Se editaron también libros con tanta risa como el de ciencia ficción hilarante El hombre que compró un planeta, de Diego Muzzio (una historia protagonizada por el mecánico de Baradero Rogelio Gómez, y por el “extraterrestre venido de otra galaxia” WZZW, editada por Atlántida), y Una historia (más) de princesas, del mexicano Toño Malpica. Y la novela ganadora del Premio Sigmar de este año, Todas las sombras son mías, de Martín Sancia, una historia que reparte miedo en cantidades de Martín Sancia. Entre tanto que se publicó se destacan otros títulos como Las últimas páginas de mi vida, de Andrea Ferrari (editado por Norma), con una mirada absolutamente original sobre los libros y la lectura; Cuentos de la A a la Z, de Silvia Paglieta (ediciones Abran Cancha); Eso que Lucas se trajo de un sueño, en la clásica colección Los Caminadores de Sudamericana; Banderas negras sobre cielo azul, de Ricardo Mariño o Las magas de Ema Wolf (ambos de Loqueleo).
También marcaron el panorama del año algunas reediciones muy bienvenidas: las de Graciela Montes en Loqueleo, que hicieron posible que clásicos como Irulana y el ogronte y otros cuentos como La verdadera historia del ratón feroz puedan volver a circular entre los pequeños lectores. También la hermosa colección Pequeñas historias, para aquellos que todavía no leen solos pero que ya son lectores. Títulos como Un poquito de arco iris o Buenas noches volvieron a aparecer en algunos casos recuperando las ilustraciones originales, en otros, rehaciendo las de aquella época (como hizo Nora Hilb), y otros con nuevos ilustradores. Otra colección recuperada es la de Lucía y Nicolás (de Margarita Mainé y Hilb), integrada por libros que habían sido condenados al ingrato estante de saldos y que ya no se conseguían. También dirigidos a los muy chiquitos, títulos como Ya no somos bebés vuelven ahora editados por Norma.
El libro álbum (ese que enlaza textos e ilustración al punto de volverlos indisolubles) también mantiene su edición a buen ritmo a nivel local. La aparición en el país hace unos años de Limonero, “un sello editorial independiente dedicado, decidido, y hasta empecinado en publicar y difundir el libro ilustrado”, da una idea de su desarrollo. Este sello publica aquí a autores con cierto reconocimiento internacional, y los últimos son muy bellos: Santa fruta. La historia de un cactus y un gato, de los franceses Delphine Perret y Sébastien Mourrain, y Palabras para la noche. Instrucciones para un buen dormir, de la francesa Annie Agopian y la suiza Albertine. Grandes libros ilustrados siguieron publicando también Fondo de Cultura Económica, Calibroscopio, Libros del Zorro Rojo o Pípala, de Adriana Hidalgo (en esta última colección dijeron mucho libros que no necesitan palabras como Vacío, de la portuguesa Catarina Sobral, o Las palabras, de los franceses Nicolas Bianco-Levrin y Julie Rembauville).
Nuevas maravillas
Será por aquello de que “crisis es oportunidad” (pueden tomarse las variantes a gusto, de sentencia china, de señalador, de autoayuda), que cuando todo se vuelve negro, algunas cosas sorprenden con su brillo. Desde las sierras de Villa Ventana, una pequeña localidad de la provincia de Buenos Aires, tomó vuelo nacional la flamante Editorial Maravilla, con un catálogo exquisito y popular. Roberta Iannamico y Celeste Caporossi, sus creadoras, ganaron por este proyecto el primer concurso de proyectos editoriales del Fondo Nacional de las Artes. Allí anida, por ejemplo, la colección de poesía para personas niñas y jóvenes El Lagarto Obrero, dirigida por David Wapner. Con la antología Un invento de María Hortensia, que rescata la obra poética de María Hortensia Lacau, o Conversación con el pez, una selección de poemas de Juan Carlos Moisés. Y todo un hallazgo: Tizas de colores, que escribió a principios del siglo pasado la educadora, dramaturga y militante anarquista Carmina Burana, de Pigüé, artesanalmente editado con tapa tipográfica de Water Io Uranga sobre cuaderno Rivadavia.
También con un proyecto pequeño pero sostenido en el tiempo, desde Salta la docente y pintora Silvia Katz lleva adelante su Taller Azul, en el que nació Ediciones Laralazul. Este año su más reciente logro, Aquicito, obtuvo el premio Destacado de Alija (de la Asociación Literatura Infantil y Juvenil de la Argentina). En este diccionario autores de 5 a 14 años desaznan con la pluma y la palabra sobre términos y expresiones del lugar en que viven. Y así queda claro qué es opificarse, siestear o chuñear, qué es un perro caschi, qué es estar suri o tinquearse el coto.
Otro proyecto independiente que sobresale es el de Quel Toupet!, la primera editorial infantil bilingüe franco argentina, que ya presentó el quinto libro de su colección Lupita. Este emprendimiento de la escritora y periodista francesa radicada en Argentina Keren Benoliel es una gran apuesta de cuidada edición y planteo conceptual, que crece con las ilustraciones de Cristian Turdera. Cada libro de Lupita -el último es Lupita y su amiga Rubí- aparece simultáneamente editado en español y en francés, y despliega una historia bien resuelta, protagonizada por la tortuga Lupita y diferentes amigos, según los títulos.
La palabra juventud
La llamada literatura juvenil es todo un nuevo territorio de producción y de ventas, que en su prehistoria hizo pie en Harry Potter, y siguió a toda velocidad, motorizada por las sagas. Hoy el público joven aparece claramente delimitado, y a esos que ahora surgen como jóvenes se les dedican ediciones que parecen pensadas por kilo, con abrumadora mayoría de traducciones castizas de baja calidad. En tiempos de Youtubers, estos jóvenes se transforman, además, en autores que escriben para otros jóvenes, por lo general a partir del contenido de sus canales. En la visibilidad que ofrece la Feria Internacional del Libro, por ejemplo, este año las largas colas para la firma de autores fueron para el venezolano radicado en la Argentina Dross, editado por Planeta. Otros que juntaron gente fueron la irlandesa Cecelia Ahern, los norteamericanos Madeleine Roux y Allen Zadoff o la inglesa Jojo Moyes.
Entre tantas ediciones aparecen cada tanto algunas con vueltas de tuerca interesantes, como Erase una vez…, un libro reciente que reúne a cinco booktubers argentinos versionando historias y mitos clásicos. Tres de ellos surgieron como “booktuber de la feria” en el espacio que desde hace unos años les dedica la Feria del Libro en su “Movida Juvenil”, con el “Encuentro internacional de booktubers”. El de los booktubers –y luego el de los bookstagrammers– es todo otro universo en expansión, de chicos y chicas que recomiendan a otros chicos y chicas sus libros y autores favoritos e intercambian información. Así se generó un impensado canal de difusión para el libro en papel, que a priori parecía que llegaba sólo para competir: el digital. Y una también impensada posibilidad de que jóvenes autores noveles publiquen en grandes editoriales. Lo cual, como escenario, resulta de lo más auspicioso.
Y si de tendencias se trata, la invitación de la Feria para el año que viene a la española Elvira Sastre podría marcar toda una veta que aparece con público propio: la de la poesía, en este caso para jóvenes lectoras en su mayoría mujeres. Conocida primero por marcar tendencia en Twitter, Sastre es una escritora millenial con cuatro libros de poemas que primero fue publicando en su blog y difundiendo en las redes sociales, y que hoy recorre las ferias del mundo recitando sus versos en el más absoluto silencio de auditorios repletos de jóvenes. Su éxito -y el de otras como Irene X y Sara Bueno- abre toda una puerta para un género siempre relegado en las ediciones.
En medio de este “fenómeno joven”, crecieron los sellos y colecciones dedicados específicamente a este público. Se destaca entre lo mucho que publicó Numeral Si yo fuera tu chica, un gran relato de la escritora norteamericana trans Meredith Russo –que hace pie en su propia historia, aunque ficcionalizada–. En Destino apareció a principio de año Diferente, de la canadiense Victoria Grondin, de solo veinte años. Lo que fue un trabajo final para su escuela secundaria se transformó en una novela sobre un adolescente que sufre un extraño trastorno autista, bien escrita, sin golpes bajos, y además bien traducida. Y si las historias que abarcan temáticas “difíciles”, marcadas por los contextos sociales actuales, ocupan cada vez más espacio entre las ediciones de este segmento, sobresale sin dudas este año la aparición de Elisa, la rosa inesperada, de Liliana Bodoc. Con la maestría de su pluma, la autora de La saga de los confines se interna en una historia en la que caben la violencia de género y la trata de personas, pero sobre todo la buena literatura.
También editado por Norma en su colección Zona libre, otro buen libro del año es El secreto de la cúpula, de Margarita Mainé. Presentada como una “distopía ambientalista”, esta historia de ciencia ficción imagina un mundo hiper vigilado en el que ya no cabe el sol, porque sus gobernantes lo vendieron, manteniendo engañada a la población. Un futuro lejano al que, de manera perturbadora, se le parece cada vez más el presente cercano. En un punteo necesariamente incompleto, sobresale también la edición de Zimmers, de Mario Méndez (Loqueleo). Protagonizada por un chico adolescente, esta historia va atrapando con los vínculos de ese chico: con su madre, con su abuelo, que es para él una figura paterna, con otros abuelos de un geriátrico, con una chica que está tratando de cortar con un novio violento. Méndez la narra con fresca ternura, y habilita de ese modo un buen sitio para la emoción. Que es uno de los regalos que sabe ofrecer la literatura.