Dos horas de avión en vuelo directo cubren los 1167 kilómetros entre Buenos Aires y la capital de La Rioja, fundada por el militar español don Juan Ramírez de Velasco en 1591, durante el reinado de Felipe II. Toda la provincia es un “viaje a los orígenes”, de los pueblos locales por una parte y de la conquista española por otra, con un plus geológico y paleontológico en un valle formado durante el Cretácico, en el cual nidificaban los dinosaurios, a solo 30 kilómetros de la actual ciudad de La Rioja. Y muy cerca del límite con la provincia de San Juan, el imponente Parque Nacional de Talampaya (“río seco del tala”), con cañadones y paredones de tierra roja, zona en la que caminaron dinosaurios.
RUMBO A CHILECITO “Sombra terrible de Facundo, voy a evocarte.” En ruta hacia Chilecito, 192 kilómetros al noroeste de la capital provincial, aparecen los Cerros Colorados y la introducción sarmientina de Civilización y Barbarie es un recuerdo inevitable. Y con Quiroga y Sarmiento, en la tierra natal del Tigre de los Llanos, la historia de luchas, liderazgos y antinomias nos acompaña mientras la carretera avanza hacia la segunda ciudad de la provincia y la naturaleza deleita con su paleta de rojos, verdes, grises y ocres.
Chilecito se encuentra entre los cordones de las sierras de Velasco y las sierras de Famatina, en el Valle Antinaco-Los Colorados. Su nombre actual puede provenir de “chiloe”, que en lengua originaria alude al color rojo, o hacer referencia a un “Chile pequeño” debido a los numerosos operarios que llegaron del país vecino a fines del siglo XIX para trabajar en la minas de oro, plata, hierro, cobre y plomo.
El Cable Carril Chilecito-La Mejicana, de 35 kilómetros, construido en 1904, en funcionamiento hasta 1929 y ahora Monumento Histórico Nacional, es testimonio de ese período de auge de la explotación minera y un atractivo turístico.
La gigantesca obra de ingenieria, un tendido total de 35.128 metros, con 262 torres, nueve estaciones, 650 vagonetas y una diferencia de altura de 3510 metros entre sus puntos extremos, fue realizada para transportar al tren el mineral extraido por la mina de oro La Mejicana, que explotaban ingleses, ubicada en el cerro Famatina a 4600 m.s.n.m.
El Cable Carril, realizado por una empresa alemana, atraviesa valles y abismos y se presta para el turismo aventura o familiar en 4x4, un vehículo que permite adentrarse en el Cañón del Ocre por quebradas estrechas y el lecho del río amarillo.
Entre los impulsores del proyecto se encontraba el intelectual y político riojano Joaquín V. González (1863-1923), fundador de la Universidad de La Plata y del Instituto Superior del Profesorado de Buenos Aires, cuya casa de recreación, Samay Huasi (“casa de descanso”), vale la pena visitar.
La finca-museo, a solo dos kilómetros del centro de Chilecito, es ahora propiedad de la Universidad de La Plata, y refleja la personalidad de González, de ideas liberales, miembro de la masonería, escritor, historiador, jurista, docente, gobernador de La Rioja, diputado y senador nacional.
La casona colonial, los cerros circundantes, y sobre todo las obras en piedra concebidas por su dueño, como el Anfiteatro Griego, la Puerta de Micenas y el Paseo de los Siete Sabios hablan de su mirada hacia la cuna de la civilización occidental.
Ese mensaje recibí en la adolescencia, cuando conocí Samay Huasi y probé por primera vez el patay, un dulce hecho con harina de algarrobo. La magia y el impacto del lugar son siempre fuertes pero ahora, en lugar del patay, me deleito con una copa de torrontés riojano, “variedad insignia de la región” como afirma la Cámara de Turismo chilecitense.
VINOS RIOJANOS “Si usted vino al mundo y no toma vino, ¿a qué c… vino?”, bromea el ingeniero agrónomo José Luis Bellia mientras cenamos al aire libre en Samay Huasi y degustamos un Malbec Santa Florentina.
Entre empanadas y buena música surge la importancia del terruño para la actividad vitivinícola, conjunto de condiciones que incluyen altura, suelos y humedad. El torrontés riojano se destaca por sus características únicas, como consecuencia de su origen por segregación genética y la posibilidad de desarrollo de todo su potencial en los Valles del Famatina, por las condiciones óptimas que ofrecen para el cultivo de la vid: más de 1000 m.s.n.m.; suelos aluvionales; baja humedad ambiente; alta luminosidad y una amplitud térmica promedio, en verano, que alcanza más de 35°C durante el día y desciende a 17°C / 18°C por las noches. Más la orientación sur-norte de los cordones montañosos, que evita que los primeros y los últimos rayos incidan directamente sobre las vides, explican los expertos.
La bodega cooperativa La Riojana destaca que en esta provincia la superficie dedicada a la vid (superficie implantada) es de 8046 hectáreas, “que se traduce en una producción de 104.769 kilogramos. La elaboración total de productos vitivinícolas es de 74.438.764 litros de los cuales 61.280.112 litros corresponden a vinos. Chilecito concentra el 71 por ciento de la producción total”.
La historia del torrontés riojano se remonta a la colonización española. En ese sentido, el primer presidente de la Comisión D.O.C. “Valles del Famatina-Torrontés Riojano”, Julio Martínez, a partir de datos del Inca Garcilaso de la Vega, afirmaba que las primeras cepas cultivadas en Perú nacieron de las semillas de las pasas de uva europeas. Desde allí, pasando por Chile y Santiago del Estero, llegaron a La Rioja en donde se distribuyeron como estacas o semillas a las haciendas de Anguinán, Nonogasta, Vichigasta, Sañogasta, Malligasta y Chilecito.
“El vino, declarado en el año 2013 ‘bebida nacional’ con la ley 26870, sufre ahora una oleada ‘no positiva’, reflexiona el presidente de la cooperativa La Riojana, Mario González, y recuerda que, por el contrario, el vino es “antioxidante y vasodilatador”, entre otras propiedades.
Por su parte, Javier Collovati y Mauricio Lorca subrayan en la bodega La Puerta la “genética original” del torrontés riojano. “El equilibrio natural protege el viñedo de esta variedad propia argentina que se remonta a la Conquista”, afirma Lorca, enólogo, diseñador de vinos y empresario. “Si se planta un brote crece rápido y la originalidad de la especie se mantiene”, agrega Collovati sobre estos “clones” que marcan la “diferencia” del vino chilecitense. Sin embargo el consumo del vino está descendiendo, situación preocupante para los productores.
Por su parte, la Cooperativa La Riojana impulsa una filosofía que representa “un valor agregado en un mercado muy competitivo, el Comercio Justo, una forma alternativa de comercio promovida por ONG y movimientos sociales y políticos con orientación pacifista y ecologista”, dice Mario González. En Tilimuqui, pequeña localidad agrícola chilecitense, esa alternativa comercial se concreta en el Colegio Nacional Agrotécnico Ing. Julio César Martínez. Su directora, Luisa Bordón, detalla: “Surgimos del esfuerzo de la Universidad Nacional de Chilecito, la Asociación Comercio Justo y La Riojana Cooperativa. Somos un colegio preuniversitario libre y gratuito, con seis años de estudios, que ahora tiene 458 alumnos”.
Varios recorridos, entre ellos el Corredor Ruta 40, incluyen la zona del torrontés y la espectacular Sierra de Miranda, de 2040 m.s.n.m. “Vino, aceitunas arauco, otra joya riojana, dinosaurios, naturaleza e historia son nuestros puntos fuertes”, comenta Tania Ávila, de la Secretaría de Turismo de La Rioja. El cierre del viaje por la “ruta del torrontés” fue en nuestro caso una cata de los once vinos del Noroeste argentino seleccionados este año por la Organización Internacional de la Viña y el Vino (Evinor) en su XI edición.