Si el mayor deseo es contemplar el mar, poner pies en la arena, caminar dejándose encantar por los dibujos que se hacen en el cielo, parar para acariciar un perro o comer algo rico, La Pedrera califica muy bien. Todas las casas son bajas y la vista al cielo es tan limpia como hacia el mar. Apreciar los movimientos mínimos de un pueblo pequeño como este resulta gozoso para quienes habitamos la ciudad y estamos acostumbrados al caos. Observar cómo visten para recibir a la gente, cómo llegan las guirnaldas de luces, cómo aparecen mesas y sillas en los bares, encontrar que aún no hay carteles que ofrezcan menús, sentir cómo el ritmo de menos a más comienza a tomar forma. Ver las playas aún desnudas de paradores. Casi parece que los perros también van más cansinamente que en temporada. La Pedrera sin gente invita a leer, caminar, practicar manualidades, meditar y practicar yoga. También a buenas y largas charlas.
JUNTO AL MAR Hay quien le dice “La Perrera”, porque abundan los perros en la calle, de todo tamaño y color. Donde sea están. Parecen los custodias, los verdaderos dueños, silenciosos, tranquilos, un poco salvajes. Muchas veces van en manada y recuerdan lo que eran las jaurías. Algunos van con pañuelos de colores, otros con collares, otros sin nada. Nada importa mucho acá, y a ellos menos que menos.
Una sola calle principal que termina en el mar y que siempre es lindo caminar es la gran protagonista. No tendrá más de 10 cuadras y desde ahí se ramifica la vida del pueblo. Además de muchos lindos lugares para comer y casas de ropa canchera, hay espacios para practicar terapias alternativa, yoga y meditación. Estas propuestas se descubren en papelitos en los supermercados, tiendas de ropa y en postes.
Sobre la principal se destacan, por lo pintoresco, la iglesia del pueblo de un blanco y azul radiante, y la policía que justito está enfrente. Un salpicado de verdulerías, carnicerías, dos supermercados (por los que todos pasan) e innumerables lugares lindos para comer completan el paisaje.
Algún que otro auto bien viejo decora las calles, que se prestan para caminar tranquilo y perderse en pensamientos y sensaciones. A la tarde siempre se puede tomar una Patricia bien helada para despedir el sol que se va. También hay opciones dulces que se volvieron un clásico y bien valen la pena: Casa Dulce, donde scones, panes, y tortas son insuperables, es la mejor elección. Nadie que pase por La Pedrera puede irse sin degustar algo en esta casa que da al mar y ofrece el té para dos como clásico abundante post playa.
ROCHA RUTA 10 La Pedrera está en el departamento de Rocha, en la Ruta 10 kilómetro 228,5. La formación rocosa sobre el mar, donde desemboca la calle principal, da nombre al balneario y es uno de los testimonios geológicos más antiguos del mundo. A cada lado de esta punta rocosa se extienden sus dos playas: al norte El Desplayado, ideal para familias con niños. Al sur la Playa del Barco, preferida por los jóvenes y los surfistas. Año tras año los paradores cambian sus propuestas gastronómicas, y si bien no es la opción más económica suelen ofrecer siempre algo rico para tentarse.
Las piedras que dan nombre a La Pedrera se originaron hace casi mil millones de años en la plataforma continental del océano de nombre Adamastor. Cuatrocientos millones de años después pasaron a formar parte de Gondwana, un continente que al fragmentarse dio origen al océano Atlántico, América del Sur y África. Las mismas formaciones rocosas se encuentran en las costas de Namibia en África. Un dato que suelen no saber quienes pasan por allí, eligen las rocas para sentarse y tomarse fotos o entretienen a sus niños cazando pececitos con el mediomundo que se deposita entre las rocas. Este entretenimiento playero no pasa de moda. Los niños aún se hipnotizan y temen a esos bichos de agua que recién descubren.
No solo las piedras guardan historia: en la costanera también sigue en pie una pared de la que fue la vivienda de los Muzio, primera casa de la zona allá por finales del siglo XIX. Aún se llama “Pozo de Muzio” a una suerte de pileta que se forma entre las rocas en la playa frente a la casa.
La Pedrera también es el lugar elegido para vivir o pasar el verano por muchos artistas rioplatenses, desde Norma Aleandro a Natalia Oreiro, Julio Bocca o Maitena. Algunos de ellos tienen sus casas en la misma costanera. Durante la noche, la calle principal es peatonal y el marco de una feria artesanal. En los puestos se venden piedras de todo tipo, joyería en plata, colgantes varios. El mar no se ve pero sí se escucha.
A LO PRÁCTICO Para los padres con niños, sobre la principal está la rotisería de Lao, que pasa todos los días películas primero para chicos y después obras de autor para adultos. Los asiduos conocen a su dueño porque es bien simpático e invita a todos a pasar. Las películas se anuncian con anticipación sobre un pizarrón en la calle.
La Pedrera tiene una amplia oferta en gastronomía y alojamiento. Entre los muchos lugares para comer rico, una opción para tienen presupuesto es La Pe, con mesas adentro y afuera, una decoración encantadora y un rincón puesto a todo trapo para que los menores de siete años se entretengan jugando.
Petisco es otra opción: enorme, el lugar es muy agradable y se puede comer desde pizza hasta platos más sofisticados. Ay Candela es otro de los clásicos que nunca fallan; se puede comer adentro o afuera y su ambientación también hace al lugar. La comida es muy rica y los chivitos son famosos. Se reconoce porque un auto escarabajo se luce en la puerta como parte de la decoración. Año a año la propuesta gastronómica se supera.
Otro atractivo para quienes buscan paz es que en “La Pedre” no se sigue la moda, todo está bien. Nadie mira, es todo bien relajado. Nada estresa. No se parece a Punta del Este, donde la moda manda. Si la paz de golpe se vuelve abrumadora para algunos, al lado está la vecina La Paloma que promete mucha gente, boliches y más ruido.
Para quienes buscan La Pedrera con gente, desde el comienzo a mediados de febrero encontrarán turistas por doquier. Primero muchos jóvenes y ya en febrero las familias se adueñan del destino. Si se quiere ver juventud y algarabía un momento ideal para ir es Carnaval. La calle principal se vuelve un mundo de gente y la paz se esfuma. En temporada baja se puede disfrutar de sus playas desiertas, y siempre hay algo abierto. En junio se festeja, por ejemplo, el día de San Juan, donde se quema –como dicta la tradición– algún muñeco a cielo abierto, y en entre julio y octubre se puede ver a la querida ballena franca austral.