Uno. Cuenta la tradición (una de ellas), que Lucifer, al rebelarse contra Dios, tuvo una oportunidad de vencer. Frente al reclamo, el Hacedor le propuso al rebelde que, si era capaz de nombrar a las bestias de la Creación con su nombre verdadero, sería reconocida su jerarquía sobre lo creado. Pero resulta que fue Adán quien logró cumplir el reto, ya que Dios metió la uña y le presentó los animales en orden alfabético (Adán conocía el alfabeto, explican, y aunque parezca mentira, Lucifer no). Entonces Adán fue llamado Nomoteta (el que da el nombre) y el Adversario resultó condenado al Abismo.

Dos. Un chiste popular, devenido en publicidades varias, aduce a la condición de innombrable de una ingente cantidad de mecanismos, dispositivos, repuestos y piezas varias que responden a la clasificación de "coso", "cosito", "pendorcho" "asunto" "eso que va ahí" "lo que se enrosca", e incluso "pituto". La compra de alguno de estos elementos solamente se resuelve con la presentación (una especia de Hábeas Res) del artefacto a la mirada experta del perito ferretero.

Tres. Es innegable la importancia de usar la palabra exacta en el lugar oportuno. De ahí que haya muchos que conocen el idioma, el lenguaje y las leyes gramaticales, pero muy pocos, en comparación, que logran hacerse entender o lograr cierta inmortalidad a través de los textos escritos. O sea: Cualquiera escribe un "¿te falta mucho?", pero solamente una persona escribió "¿Cómo explicar, con palabras de este mundo, que un barco ha partido de mi, llevándome?". Vale lo mismo para el lenguaje hablado. Una verba balbuceante, dudosa, es síntoma de un pensamiento frágil.

Cuatro. Hay quienes afirman que los problemas de la filosofía son problemas del lenguaje, y que los problemas (límites) del lenguaje son los problemas que aborda la filosofía. Es decir que hay un más allá del lenguaje, un territorio intuido y virgen, donde se encontraría la respuesta a la pregunta. Encontrar la Palabra es encontrar la Respuesta. En el barrio le dicen la búsqueda de la Totalidad. Sin Totalidad no hay sentido.

Cinco. Una desviación automática: En "La Guía del viajero intergaláctico" -la novela, no la verdadera Guía, con su tranquilizador "No tenga miedo" en su portada‑ se cuenta la anécdota de una supercivilización pandimensional e hiperinteligente que construye una supercomputadora (la más fafafá de todas en el Universo Mundial) a la que convenientemente nombran Pensamiento Profundo y le preguntan ¿Cuál es el sentido de la vida, el Universo y todo lo demás?. Luego de siete millones y medio de años de meditación, análisis (y coso), la superfafafá computadora responde: "cuarenta y dos". Desconcierto, horror, pánico. La pregunta está mal formulada, y para entender la respuesta es necesario hallar "La Cuestión Última", es decir, la pregunta correcta. Fin de la desviación.

Seis. Entonces, a modo de resumen previo, o pequeño descanso en el clímax (que quiere decir escalera en griego), cuando desconocemos la palabra -el verdadero nombre‑ de algo, lo denominamos como coso, cosa, o cualquiera de sus adyacentes. Y he aquí, ¡oh, musa!, el asunto del coso este que se enrosca en el chirimbolo. La discusión acerca de la pertinencia de la palabra "democracia" para describir el actual sistema‑régimen de gobierno. Existen factores varios para dudar de la veracidad del adjetivo "democrático" para describir el dispositivo que nos sujeta. No alcanza con ejercer el derecho al voto cada cierto tiempo para describir a una democracia. (Acá escribí y borré por excesivamente largo una lista de esas "cosas" que describen una democracia y que hoy asustan por su ausencia. Supongo que el lector conoce de qué hablo, o por lo menos que esta omisión taxonómica causará alguna reflexión al respecto). La "Democracia" suele oponerse, en primera instancia, el concepto de "dictadura" para expresar esta disconformidad. La formalidad del voto alcanza para derribar este argumento, mas no para eliminar la pregunta inicial. En principio, aparecemos atados a este péndulo (con foso y todo) de adversidad conceptual. No tengo razón, pero tampoco estoy equivocado. Sospecho, entonces, que habrá que acuñar una palabra novedosa, o rescatar algún logos olvidado para responder la inquietud sobre qué clase de sistema estamos sosteniendo y sufriendo.

Siete. En mi gobierno, los trabajadores no van a pagar impuesto a las ganancias. Vamos a crear trabajo, cuidando el que tenemos. Tenemos como objetivo económico lograr una Argentina con pobreza cero. Fútbol para Todos va a seguir. No vamos a devaluar. Nosotros creemos que hay que expandir la economía, no vamos a hacer ajustes. Me comprometo a unir a los argentinos.

Vamos a bajar la inflación a un dígito. Vamos a continuar con los avances en el Conicet.

El dólar no va a llegar a 15 pesos. Voy a ser implacable con la corrupción, en especial con mis funcionarios. No va a haber ningún adulto mayor en la pobreza. Vamos a garantizarles un ingreso digno haya o no haya hecho los aportes. Argentina sin Narcotráfico. Yo me comprometo a construir los tres mil jardines de infantes que faltan. Vamos a bajar el déficit fiscal. Vamos a trabajar para que la AUH te llegue sin trabas y con transparencia. Todos los maestros van a ser respetados, cuidados y bien remunerados. Todos los chicos van a recibir apoyo del Estado para que crezcan fuertes, sanos y felices. Justicia independiente y al alcance de cada argentino. Vamos a garantizar la libertad de expresión. No vas a perder nada de lo que ya tenés.

Ocho. Todo es texto, y las imágenes, memes, videos, memorias y olvidos que nos movilizan en la sospecha conforman, creo, una nueva "palabra" o "signo lingüístico" que define ese vocablo esquivo, hoy más allá del horizonte de la escritura. Tal vez solamente sea cuestión de hacer(se) la pregunta correcta. Tal vez: ¿Quién mató a Santiago Maldonado?