Más que un instrumento, para el ideario musical corriente la orquesta aparece como un animal hecho de historia. Una criatura mítica, cuyo sueño es velado por dioses filarmónicos y serafines afinados en un Olimpo silencioso de oyentes atentos. Sin embargo, Gustav Mahler lo sabía: toda orquesta tiene una canción en sus raíces. Es por eso que, cuando la memoria del animal se reincorpora sobre las canciones para ceñirse a sus sentidos y celebrarlos, es posible que el total supere la suma de las partes. Algo de esto pasó el jueves en el Centro Cultural Kircher, en el ciclo Estaciones sinfónicas, que en su segundo capítulo celebró la llegada del verano con la Orquesta Sin Fin, dirigida por Exequiel Mantega, y la cantante Nadia Larcher como invitada.

Para el programa del concierto, Larcher eligió un repertorio de compositoras, una variedad de voces y lenguajes que expresaron la profunda diversidad estilística de un aquí y ahora. Un florilegio de canciones que Mantega trasladó con sensibilidad a la orquesta, en arreglos particularmente atentos a cada carácter y estilo, pero que además aportaron cierta suntuosidad que casi nunca desbordó a sí misma. Una orquesta que además de sus treinta integrantes contó con Pedro Rossi en guitarra, Mario Gusso en percusión, Matías Méndez en bajo eléctrico y Tomás Fares en piano y teclados, como invitados.

Durante casi dos horas, desde distintos lugares del espectro expresivo de la canción actual llegaron muestras de una vitalidad que seguramente tiene más que ver con la convicción y el sentido artístico que con cierta idea de juventud, tan problemática cuanto perecedera. Gabi La Malfa, Silvia Aramayo, Noelia Recalde, Melina Moguilevski, Ana Robles, Luciana Jury, Florencia Ruiz, Juana Molina y Ana Robles, por ejemplo, son creadoras cuyas obras bien podrían sintetizar la savia vital de la canción argentina actual, esa que circula por periferias prodigiosas.

También hubo espacio para referentes: el sentimiento preciso de Teresa Parodi con “Un puente al sol” y la bellísima “Aguafuerte”, un gualambao sobre poema de Elvio Romero; la picardía de “El imposible”, un gato de Marita Londra sobre coplas populares; el sentido de la palabra y el juego de Liliana Felipe con “Soné” y “Pero no te extraño”. Además de ese monumento de prestancia y solidez que es “La diablera”, uno de los momentos más altos de una gran noche. El arreglo que elaboró Mantega sobre la zamba de Hilda Herrera con letra de Antonio Nella Castro dejaba retumbar el acabado mate de las cuerdas. Sobre eso, Larcher abrazaba con sensual firmeza los atractivos contornos melódicos, dándole a su voz el color de cada árbol que iba nombrando la letra. En el punto culminante del estribillo (“mirando las estrellas, ya ni se acordará de cuánto gana...”), el fraseo de la cantante eligió, con ejemplar sentido dramático, alejarse del grito insuficiente y recostarse sobre una media voz redentora, de piadosa belleza. 

Fue un gran momento, de los muchos que Larcher supo conseguir, atenta a cada canción, cada inflexión melódica, cada significado, a cada rasgo estilístico. La naturaleza sombría y el alma luminosa de su voz catamarqueña unificó variedades y demostró ser mucho más que una cantante de folklore, liberándose de ese pellejo que al final de cuentas artísticamente impone más obligaciones que los derechos que otorga. En este sentido, la voz de Larcher es maravillosamente provinciana: la sostiene el gesto austero y moroso de lo que sucede al margen del tiempo, y en su color hay rastros de lejanías. Pero también, por provinciana, la anima la curiosa voracidad del asombro que la proyecta más allá de sus paisajes. Además –y posiblemente por ahí pase el secreto de su diferencia–, Larcher canta con las ideas bien puestas. Están la vida y el mundo en el umbral de su voz, con las rabias y los afectos que terminan de modelarla.

Tras el aplauso del final, el bis llegó con “Los duendes del agua”, de Ana Robles, con Mantega en el piano, y enseguida la repetición del arreglo pop, en el sentido más amplio de la palabra, de “Un día” de Juana Molina, con coros y coreografías de los integrantes de una orquesta desacartonada y eficiente. Que continuará en estas Estaciones sinfónicas recibiendo el otoño, en marzo próximo, dialogando con los Aca Seca.