• La revistita, impresa en fotocopia, denominada Aguijón... Un pinchazo donde más duele, fue para uno de los incipientes integrantes de la Trova un bautismo de fuego en el periodismo clandestino. Se lo hicieron saber los allanamientos, la cárcel de dos años para uno, el exilio de otro de los realizadores y el posterior devenir de escondites alternativos del futuro músico. La tapa que se mofaba del Mundial '78 con un dibujo a tinta china con jugadores sin una de sus piernas fue suficiente motivo para la requisa y la búsqueda de los subversivos de 18 años, extremadamente peligrosos para el bien de la patria, los valores de la decencia, el buen  gusto, y el respeto por las instituciones. Si alguno hoy la encontrara, cosa que habría de constituir un milagro, hallaría  dentro una poesía que habría de ser con el tiempo una letra conocida del movimiento musical nacido en Rosario, a la luz de los reflectores y los FAL.
     
  • El Topo Carbone es un ser absurdo y querible que suele despertar menos antipatías que adhesiones. Esta última bien la logró con un músico de talla incomensurable a quien conoció, y que el maestro, de algún modo "adoptó".

    -‑Cuando vaya a tocar a Rosario te voy a visitar.

    El tiempo pasó, el capo llegó a esta ciudad y el Topo, advertido por mí de la fecha en ciernes, no le dio mayor importancia a la promesa de visita. Estuvo fuera todo el día. Al regresar, su abuela -sorda como una tapia- y su madre -perdida en nubes lejanas- le anoticiaron que se presentó un muchacho raro, muy amable quien preguntó por él y ellas le dijeron que si quería esperarlo podía hacerlo sentado en la mesa de la cocina. Las acompañó mirando la novela. Le sirvieron un té, unas galletas sospechosas y un poco de jerez con olor a naftalina.

    -‑Tiene pinta de muy buen muchacho, -nos dictaminó la abuela.

    -‑¿Como se llamaba? -repliqué yo, que ya presentía de quien se trataba. Y de la oportunidad perdida. Hizo la abuela un esfuerzo enorme, mientras se pasaba las dedos por la frente...

    -‑Algo de Luis... Luis Alberto... Luis Alberto Espinita, ¿puede ser?
     
  • Manejar un auto prestado, correr llevando sobresaliente de ambos costados una consola de sonido en pleno tráfico de San Martín, donde se abre para Maipú, fue toda una hazaña. Debían llegar antes de que cerrara el teatro. Y más aún cuando fueron detenidos por un control del Ejército que vió como entraba a esa calle un Citroen doblando a una velocidad extrema. Los dos inconscientes vieron como los gendarmnes se parapetaban y apuntaban al vehículo. Se bajaron ambos con las manos arriba y la casualidad angelical que protege a algunos artistas en dictadura se hizo presente. Quien dirigía el operativo era familiar directo de uno de ellos, quien lo apostrofó por si acaso era boludo entrando por ese atajo a tremenda velocidad.

    -‑¿Y usted, que tiene la responsabilidad del auto, no dice nada?

    -‑¡Es que este ‑señaló al conductor‑ es sordomudo y se le está muriendo la madre!", gimoteó el sobrino. Insólitamente, el jefacho creyó el argumento y los dejó pasar sin verificar nada. Milagros en la era del plomo, las desapariciones y los fusilamientos. El milico miró al chofer para interrogarlo, pero al ver como largaba unas lágrimas ficticias de buen actor, aplacó su ira.

    ‑-Llora porque se le muere la madre, tío-. Y huyeron despacito, en puntas de pie.
     
  • Eran los infamantes fines de los años '90, sin un mango y sin trabajo de músicos. Aquellos rosarinos en el exilio porteño se las ingeniaron para sobrellevar con humor el desastre. Un mediodía, dos de ellos con algo de dinero entraron a un comedor chino medio tenebroso. Para divertirse, uno se puso un repasador blanco sobre la cabeza y correspondiéndose con su cara de turco se hizo pasar por un jeque árabe. El otro haría de traductor. La conjunción de la malicia con la inocencia generan chispas intensas. Dieron con un mozo chileno que les creyó todo lo que el turco hablaba y el otro reproducía como lenguaraz. Que estaba en el país de incógnito, que no sabía que hacer con tanto dinero, que tenía muchas plataformas de petróleo en el mar austral y otras pavadas.

    -‑Dice que está pagando 35.000 dólares por mes por servir las comidas, casa, traslado y alimentación aparte -dijo al mozo‑ Pero no consigue personal.

    A los cinco minutos, el mozo angelical se presentó en la mesa sin el uniforme, dispuesto a ser empleado en ese preciso momento. Eran humorísticos pero no crueles. Le dieron una orden para que buscara algo dentro y huyeron levantando campamento. No querían herir a nadie: lo único incorrecto es que se fueron sin pagar.
     
  • Años '70. Dos jovencitos que caen en Buenos Aires a la casa de Luis Borda, guitarrista excepcional de tango, hoy en Alemania. Como se estaba yendo de vacaciones no le quedó otra que dejarles la casa con lo poco que había: yerba, medio tomate y un vacío absoluto en la heladera y la despensa. Los dos rosarinos, que todavía ignoraban que serían artífices de la Trova Rosarina, aún no habían dado el salto de calidad y el único salto era al vacío, sin plata, pura aventura y fe. Como no tenían divisas para moverse pasearon por el barrio o se quedaron viendo tevé. El hambre les empezó a aullar en la panza y al no haber ni divisas ni reservas terminaron comiéndose la comida del perro. Al volver, el dueño encontró a sus ocupantes flacos y contentos de la posada, pero también al perro furioso, ladrador como nunca como si quisiera contarle al dueño el despojo del que había sido víctima por parte de estos dos hambrientos venidos del interior.
     
  • Cuando el llegó a la casa de la dama y entró a su pieza lo primero que le llamó la atención fueron la cantidad y variedad de peluches que ella tenía sobre el lecho. Hizo un chiste acerca de que un día tendría un encuentro íntimo con ellos y se rieron. Los meses pasaron y él, que no vivía en Rosario, pero activaba a la Trova desde Buenos Aires, se quedó una noche en casa de la dama. Por la mañana sintió el ruidito mágico del borde de la tapa de la pava: significaba mates, charla y desayuno. Fue desnudo como estaba hacia la cocina con un conejito bajo la cintura para establecer el chiste acerca de lo sexual de esos muñecotes. Entró con la cabeza baja, sin mirar y profirió:

    -‑Mirá tu conejo, como está enamorado de mí.

    Le siguió un silencio abisal, de esos terribles, que se cortan con un cuchillo. Al levantar la vista distinguió a su chica en camisón con la pava en la mano, gesto de horror, rodeada de su mamá y una tía recién llegadas del campo, quienes sin hablar tomaban su desayuno. El se escondió en el baño, de donde pudo oír como un murmullo: -‑Nena, ¿este es Fulano de tal, el músico? Yo pensé que era más serio.
     
  • Vivía en Baires, trasladado por cuestiones de trabajo musical, y de vez en cuando volvía a Rosario. Una noche, desde la Terminal de Omnibus abordé un taxi. Al instante pasaron un tema mío. El chofer subió el volumen.

    -‑¿Le gusta? -opiné yo, tratando de que no me reconozca. El tipo largó el humo, se rascó la cabeza y respondió: ‑Sí, me gusta, pero con estos tipos nunca se sabe...", dejó la frase inconclusa.

    -‑¿Qué cosa no se sabe?

    -‑Y... este Abonizio, por ejemplo, es un traidor... se fue a Buenos Aires y ahora vaya a saber por donde anda. ¡Debe estar en Europa! Hacen la plata acá y después se olvidan del origen y se llevan la mosca afuera.

    Estábamos llegando: a duras penas extraje el monto de viaje, calculando que con el resto me alcanzaría para la comida del día siguiente.
 
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