La XI cumbre ministerial de la Organización Mundial del Comercio (OMC), se realizó en Buenos Aires del 11 al 13 de diciembre, terminando con lánguidos resultados para los promotores del neoliberalismo y, en lo local, para el macrismo. Una situación creada por las propias contradicciones de los países centrales liderados por Estados Unidos, al exigir levantar las salvaguardias a todos los países pobres y en desarrollo, e imponer leyes de patentes y desregulaciones a favor de las transnacionales, mientras exigen una mayor protección para sus economías con subsidios y otras garantías.
Los delegados de los gobiernos no lograron avanzar en ningún acuerdo sobre los temas propuestos para ampliar el libre comercio, en razón a las tensiones generadas por el mal momento geoeconómico mundial y por las propias condiciones estructurales de la geopolítica. Estados Unidos y la Unión Europea (UE) se encuentran en permanente disputa –contra los países periféricos– por proteger sus economías, mientras que China, India, el G-77 y otros países, reclaman condiciones de igualdad –lo que los lleva a no estar dispuestos a pactar bajo las condiciones desiguales que propone la OMC–. El neoliberalismo está cuestionado y en debate.
Las trabas internas de la OMC para avanzar en su propósito neoliberal no obedecen a un cambio de orientación de las instituciones económicas de la globalización (Banco Mundial, Fondo Monetario Internacional y la misma OMC), sino que son producto de la crisis generada por la capacidad de resistencia de los países no aliados a los intereses comerciales de Estados Unidos, como China, además de la incapacidad de proyectos regionales soberanos para construir un marco de actuación común y favorable a sus intereses –como podría haberlo hecho la UNASUR–, y por la propia orientación proteccionista de Estados Unidos y Gran Bretaña.
La cumbre fue realizada en un contexto de agresión del país anfitrión contra las voces críticas a la globalización y el libre comercio, manifiesto en el uso de la violencia estatal en contra de manifestantes y la prohibición de ingreso a líderes mundiales civiles que cuestionan los mandatos de la OMC. Todo muy parecido a lo vivido durante la III cumbre, realizada en Seattle (EE.UU.) en 1999. Esta fue reprimida con fiereza y fracasada en su agenda. Al parecer, los neoliberales tienen como muleta las balas de goma y los gases lacrimógenos.
Periferia
El doble discurso de los Estados Unidos con respecto al libre comercio (que los demás países liberen sus fronteras, pero ellos no las propias) se enfrenta a la creciente capacidad de China, India, Sudáfrica y Rusia para negociar aspectos comerciales que trascienden el debate de las salvaguardias aduaneras, poniendo como centro el tema del desarrollo de fuerzas productivas y el desarrollo científico—técnico, sin supeditación a patentes o fiscalizaciones de las autoridades estadounidenses o europeas. Los Estados Unidos critican a China porque maneja cerca del 17,8 por ciento de las exportaciones mundiales de mercancías, que, al ponerse en circulación a escala planetaria, desafían su hegemonía sobre el mercado, tanto en las instituciones neoliberales transnacionales, como en la propia economía estadounidense.
El representante comercial de Estados Unidos, Robert Lightlizer, habló en la cumbre corroborando el giro proteccionista del gobierno de Trump y apuntando a posicionar como objetivo principal la disputa contra China, incitando a sus aliados a conformar un bloque frente al gigante asiático. Algunos especialistas señalan que la decisión de Estados Unidos obedece a la intención de retirarse del ámbito de negociación de la OMC, lo que le permitiría seguir tratando los temas comerciales de forma bilateral con Tratados de Libre Comercio, de los que puede obtener mayores ventajas, como ha quedado demostrado a través del TLC con Colombia y el TLCAN, donde Colombia y México se encuentran en clara desventaja ante Estados Unidos, tanto por el desigual poder de injerencia y lobby como por la complacencia de los negociadores de esos países latinoamericanos, quienes han dado vía libre a las pretensiones desiguales de los norteamericanos.
El gobierno de Macri, anfitrión de la cumbre, decidió no dejar entrar al país y deportar a expertos representantes de 43 ONG internacionales, que trabajan por el comercio justo y son críticos de la OMC. Un hecho bochornoso que demostró el déficit democrático para abrir la discusión amplia con diversos sectores de la sociedad global sobre un tema tan crucial como éste. A la vez, el gobierno argentino promovió, muy a su estilo, un foro de empresarios del B20 (una agrupación de empresarios de los países del G20) donde el delegado del mayor grupo económico de la Argentina, Paolo Rocca del grupo Techint, apoyó la tesis de los Estados Unidos en contra de China, al advertir que es imposible seguir tolerando la “desigual” competencia de las empresas chinas que cuentan con el respaldo del Estado o son estatales. En cambio, el empresario guardó silencio sobre la decisión de los Estados Unidos de imponer sendos aranceles al biodiesel argentino y con ello negar su entrada al comercio norteamericano.
Los Estados Unidos tampoco lograron imponer el tema del comercio electrónico, aunque se hicieron acompañar de las grandes empresas transnacionales del sector (Google, Amazon, Alibaba, eBay), para intentar incluir en las negociaciones de la Cumbre el tema de la desregulación del e-commerce. Si bien no lograron poner en negociación el tema, contaron con el apoyo de cuarenta países entre los 169 miembros, dejando abierto e instalado el tema para próximas rondas de negociación. Este asunto es de suma importancia, pues va mucho más allá de la desregulación de la compraventa en páginas electrónicas. Repercute en el manejo de todo el sistema financiero y económico (en mayor medida electrónico), en las desregulaciones sobre seguridad informática, transacciones bancarias, desarrollos y patentes de software. En la línea anti-China, estas corporaciones del e-commerce y los países que respaldaron a Estados Unidos empezaron por atacar las regulaciones del comercio electrónico en países soberanos. No pudieron avanzar más, pero es un tema que se debe sumar a las preocupaciones futuras en el debate de la soberanía y la construcción de economías alternativas.
Reciclado
América latina asistió a esa Cumbre Ministerial desunida. Aunque en las pasadas conferencias los intereses de la región no coincidían del todo, se dieron acciones con un mayor protagonismo e iniciativa para tratar temas de vital importancia para la región, como los del sector agrícola, la solicitud –ante los Estados Unidos y la UE– de suprimir los aranceles a productos agrícolas del Mercosur o apoyando la posición del G77 liderado por Venezuela, Bolivia y Cuba destinada a garantizar la soberanía alimentaria con protecciones aranceladas donde sea necesario.
El presidente argentino Mauricio Macri, aprovechando su condición de anfitrión, trató de generar un espectáculo que sirviera de galería para las medidas de ajuste económico adelantadas en la política interna, enviando un mensaje muy localista, anotando que su país “llega tarde” a la inserción al mundo globalizado, con una defensa a ultranza del libre comercio y pidiendo ayuda externa para imponer su modelo. Un mensaje que se diluyó con el discurso norteamericano en contra de los sistemas de resolución de diferencias de la OMC, con el cual Macri pretendía acudir para exigir el levantamiento de los aranceles impuestos al biodiesel argentino por parte del gobierno de Trump.
De igual manera, las negociaciones del TLC del Mercosur con la Unión Europea no se concluyeron, como lo pretendían Temer y Macri, postergándose para el 2018. Sin embargo –por la flexibilidad de ambos bloques en la negociación política y técnica en materia arancelaria– es muy probable que lleguen a un acuerdo en el primer semestre, que desgravaría en un 90 por ciento los aranceles a productos europeos y obligaría a los productores del cono sur a ajustarse a las marcas de origen y patentes. Estos son temas sensibles para la región, porque como lo demuestran los tratados firmados por algunos países con la UE y Estados Unidos, las condiciones técnicas y políticas de las cláusulas de los TLC benefician las exigencias de los europeos o los norteamericanos, mientras, a cambio, ellos sólo ofrecen expectativas para ingresar a sus mercados, manteniendo los subsidios a sus productos y condiciones favorables para sus empresas. Tienen controladas las patentes y marcas de origen de muchos productos y rubros como la leche, los vinos, los medicamentos, entre otros, que frustrarán a muchos productores ilusionados con la posibilidad de exportar, pero que no prevén las restricciones generadas por las exigentes condiciones de los acuerdos. El debate está abierto y, ya que comienza el período electoral en Brasil y en Paraguay y en Argentina se expresa una importante resistencia al ajuste y a la apertura desigual de los mercados, aún existen márgenes para que los defensores de la producción nacional disputen sobre sus puntos de vista en el TLC.
Modelo
Más allá de las disputas en la OMC, el modelo de neoliberalismo impulsado por Ronald Reagan y Margaret Thatcher en los años ‘80, ya no es el paradigma de los países del norte. Estados Unidos con sus ataques a la OMC, intenta cambiar las reglas que promueven la liberalización arancelaria y el debate multilateral, inclinándose por generar TLC bilaterales y negociaciones espurias –de imposiciones comerciales inaceptables– con los países periféricos, al tiempo de respaldar desde el Estado la producción nacional made in USA, acompañados por sus socios conservadores británicos, en cabeza de Theresa May, derivados en proteccionistas a partir del proceso de ruptura (brexit) con la Unión Europea.
A contramano de esos cambios, algunos líderes neoconservadores latinoamericanos, como Mauricio Macri o Michael Temer, ostentan un neoliberalismo reciclado, sin las renovaciones anunciadas por las campañas electorales, que muy bien maquilla el marketing político y los medios hegemónicos. El dúo está proponiendo más de lo mismo, con aperturas económicas en condiciones desfavorables para la producción nacional, que tendrán repercusiones laborales, distributivas y culturales. Ya empezaron con las reformas previsionales y las reformas laborales.
Las trabas en las discusiones de la OMC no significan el fin del capitalismo, ni un paso atrás de las poderosas transnacionales, aunque si representan una crisis del modelo neoliberal, que puede convertirse en posibilidad para aquellos sectores de la sociedad mundial que pretenden salir de los estrechos márgenes del libre comercio, porque los temas agrícolas-alimentarios, las disputas por las patentes –especialmente de medicamentos–, sobre la producción industrial soberana y la desregulación de servicios médicos y educativos, siguen siendo fundamentales para las sociedades, y por ello son parte de la agenda política mundial en disputa.
Se suma a esa agenda de discusión, el tema del comercio electrónico, que promete ser la batalla de batallas por el control de mercados, por los software y las monedas digitales, una problemática que debe estar en la retina de investigadores, Estados y organizaciones, para un análisis profundo, sin esperar a que los desreguladores de Google, Amazon, Alibaba y e-Bay, avancen en el control mundial del comercio electrónico, porque el neoliberalismo en los centros de poder mundial se está repensando en esos ámbitos, aunque los neoliberales criollos reciclen la pesada herencia de los 80.
La represión del Estado argentino contra los manifestantes pacíficos que participaron en la contracumbre en la Universidad de Buenos Aires y contra los expertos internacionales de las ONG, a quienes se les negó la entrada al país, son la muestra de la sinergia entre el poder y la violencia, que es la forma de acumulación de riquezas del modelo imperante. No es casualidad el uso de la fuerza desmedida, es la forma de gobernar de las democracias restringidas, propia de los conservadores, nuevos y viejos
* Investigador de Celag.