La disputa por los espacios para jugar al fútbol debe ser un fenómeno cotidiano en el mundo. Sin embargo, un enfrentamiento particular ocurrido a fines de 2014 se viralizó en Internet: allí se veía a adolescentes de San Francisco disputando una renovada cancha municipal con empleados de Dropbox. El conflicto se produjo porque estos últimos la habían reservado por internet, desconociendo la forma tradicional (y analógica) de jugar a ganador. ¿Por qué tanto interés por un suceso menor? Este conflicto en particular fue otro síntoma de un creciente descontento con las empresas 2.0 que incluyó piquetes a los confortables autobuses con wifi que toman los empleados para ir a la cercana Silicon Valley todos los días.
“La alta concentración de trabajadores de tecnología de San Francisco genera una gran desigualdad en la región. Todas las empresas están ahí y pagan sueldos muy altos”, explica Nicholas D’Avella, doctor en Antropología, especialista en el mercado inmobiliario y vecino de San Franciso, quien también vivió e investigó en Buenos Aires. “Llegan ingenieros que tienen poco más de veinte años y que de repente ganan mucha plata, hasta tres veces más que un trabajador promedio”.
Los casi 140 mil empleados de “ocupaciones informáticas y matemáticas” representan el 2,2 por ciento de todos los empleados de San Francisco, según la Oficina de Estadísticas de Empleo de la ciudad, pero tiene un alto impacto en algunos sectores de la ciudad.
El nuevo Wall Street
Un reciente artículo del diario The Guardian “Avergonzados de trabajar en Silicon Valley: como los ‘techies’ son los nuevos banqueros”, comparaba el creciente descontento actual con empresas 2.0 como Facebook o Google con lo que ocurre con Wall Street desde los ‘90. Las recientes acusaciones contra el ex CEO y creador de UBER, Travis Kalanick, por maltratos y acoso es la frutilla de un postre que incluye acusaciones por la libre circulación de noticias falsas en la Facebook o la millonaria multa a Google por favorecer servicios propios en su buscador, entre otros ingredientes. De a poco la retórica tecno utópica pierde lustre y las nuevas corporaciones se parecen a las viejas.
Los conflictos no solo involucran a sindicatos de taxis que luchan contra UBER o medios que sufren los mordiscones de Facebook y Google a la torta publicitaria global; también se ven afectados quienes deben convivir con los nuevos ricos de la industria: “Estos recién llegados pueden pagar lo que quieren. Para peor, en San Francisco no se construyen viviendas porque hay regulaciones muy fuertes contra la edificación. Su llegada, sobre todo en la parte de alquileres y venta, impacta en los precios”. En los últimos cinco años los alquileres subieron enormemente: “La ley de alquileres permite que te aumenten un 3 o 4 por ciento anual, de acuerdo a la inflación, pero no más mientras seas inquilino. Cuando me fui del monoambiente que alquilaba, lo ofrecieron al doble que hace seis años cuando llegué. Una persona normal no puede pagar eso sin un sueldo ‘techie’”, explica el investigador.
El fenómeno tuvo un auge ya a fines de los ‘90, perdió fuerza luego del estallido de la burbuja “puntocom”, pero se recuperó en la década actual. “Ahora ves gente en Oakland viviendo en carpas debajo de la autopista. El cambio está afectando a los más vulnerables”. Para D’Avella los recién llegados en muchos casos “son fanáticos tecno-evangelistas que creen que el progreso social y el tecnológico son lo mismo. Tienen esa cosa de creer que están salvando el mundo, que UBER está mejorando la vida de la gente, que su negocio mejora a la sociedad. Todo tiene una impronta filosófica, casi de izquierda budista, pero mezclada con tremendas ganancias, de los cuales no se habla tanto. Por el otro lado tenés a la gente de base que marca la fuerte desigualdad que eso produce. Hay organizaciones que están en contra de la gentrificación, por ejemplo. Es que el mercado inmobiliario permite generar ganancia tan rápida que se generan actos cuasicriminales”.
Como las leyes de alquiler de California impiden desalojar a un inquilino hay quienes aprovechan agujeros legales como el que permite recuperar la casa para uso propio o para demolición. Un mapa interactivo (antievictionmappingproject.net) registra más de dieciséis mil desalojos en la ciudad y miles más en los alrededores desde mediados de los 90’. El fenómeno también es estimulado por empresas como Airbnb: “Hay quienes compran un departamento y lo alquilan de manera temporal, algo que permite ganar mucho más. Eso también contribuye a inflar el mercado de vivienda. Hay gente que busca legislar contra AirBnB para evitar que la ciudad se transforme en un hotel”.
El mercado inmobiliario no es lo único afectado: “Culturalmente también se siente el impacto; la ciudad se pone muy blanca, con menos latinos y negros afroamericanos. Y de repente tenés un montón de pibes de veintidós años que usan la ciudad como parque de diversiones”, sintetiza el antropólogo. “A veces se reúnen en las plazas para jugar a ver quién toma más cerveza, algo que está prohibido en lugares públicos. A ellos los dejan, pero multan a negros o pobres por tomar en la calle”.
Recientemente Twitter abrió una gran oficina en el barrio “Tenderloin” que cuenta con fama de marginal. “Ahora tenés una presencia policial mucho más fuerte. Simbólicamente fue importante: sería como poner una oficina enorme de Google en Constitución”, compara D’Avella. “Este tipo de supuesta “revitalización” no beneficia a los que vivían ahí antes. Esa gente tiene que hacer más espacio para los ingenieros de veinte años que llegan.”