¿Cómo lograr cierta autarquía en un contexto superpoblado de miradas ante el mismo sujeto? Martín Graziano, periodista y escritor, seguramente tuvo que vérselas con el desafío de escribir un libro sobre Luis Alberto Spinetta, cuando tal costumbre –sobre todo luego de su muerte– se transformó en algo usual. Exceptuando dos clásicos intocables (Crónica e iluminaciones de Eduardo Berti y el excelente Martopria, de Juan Carlos Diez) el resto de los libros sobre el primus inter pares del rock argentino forma parte de un combo demasiado prolífico, en el que son más las líneas que se cruzan que las que se distancian. Algunos de ellos con el énfasis puesto en las variables estéticas del vate de Arribeños, otros en aspectos biográficos y vivenciales, y una tercera tanda –más tozuda– relacionada con una bastante compleja intervención hermenéutica en la obra de Spinetta ¿Dónde estaría entonces la autonomía de Tigres en la lluvia, el libro de Graziano? Una posible respuesta estaría en el recorte epocal. El autor no va al todo, como la mayoría de los spinnetólogos, sino a la parte. Y desde ahí, despliega su mirada.
Se para, tal como su nombre sugiere, en El jardín de los presentes, tercer disco de Invisible –para muchos la mejor banda del Flaco– y de ahí parte. Primer dato autonómico. Segundo, el hincapié que hace en autor en la música de Spinetta aspecto que, a contracorriente de lo que se sostiene en general, es el mayor aporte que ha hecho este hombre al arte argentino. Una tercera vía autárquica –nobleza obliga, claro– es la que marca el mismo Graziano. “Veamos: los libros de Berti y Diez son esencialmente de conversaciones. El trabajo de Miguel Grinberg (Una vida hermosa) es una suerte de biografía afectiva y los libros de Juan Bautista Duezeide (El lector kamikaze), Sandra Gasparini (Iniciado del Alba) y Mara Favoretto (Mito y mitología) son de corte ensayístico. Tigres en la lluvia, en cambio, es un libro más periodístico y narrativo. Está apoyado, sobre todo, en la investigación y el trabajo de archivo. Si hay ideas, están encapsuladas en los hechos”, sostiene él, ubicándose en tiempo, lugar e intención. “El que más disfruté yo, entre todos los libros sobre el flaco, es Tu tiempo es hoy, de Julián Delgado”, se expide el también autor de Estación imposible. Periodismo y contracultura en los 70: la historia del Expreso Imaginario (2007) y Cancionistas del Río de la Plata (2011)
–¿Por qué razones personales, afectivas o musicales eligió “recortar” el devenir del flaco en El jardín de los presentes?
–No lo pensé, solamente lo dije: es decir que detrás, evidentemente, se agazapaban cuestiones afectivas. Después la razón, que es un detective que siempre llega tarde, intentó darle forma al aparato crítico. Las cosas que sabíamos de antemano: el disco no solo cierra la parábola grupal de Spinetta, sino que se edita en el momento más oscuro de la historia argentina; su publicación significa un salto de popularidad, y a su alrededor orbitan las figuras de Borges y Piazzolla. Ya teníamos el big picture y la punta del ovillo en la mano. Más que suficiente para arrancar. Por otro lado, es esa clase de discos que, aunque tienen status de clásicos, no son exactamente canónicos.
Graziano nació en 1980, justo el año en que Spinetta cumplía 30 y reunía Almendra para publicar El valle interior, y dar los épicos conciertos en Obras, que también fueron disco. Además, el año en que debutaba Jade a través del maravilloso Alma de diamante. “Nací y crecí en Tres Arroyos y durante buena parte de mi educación primaria, recorrí a pie las nueve o diez cuadras que separaban mi casa de la escuela. Es decir que casi todos los días de mi infancia pasé frente a un grafiti que decía así: ‘Mi voz te llegará / mi boca también’. Yo no sabía quién era Spinetta. No tenía Google para rastrear el origen de esos versos. Tampoco tenía a quién preguntarle. Eventualmente llegué a Almendra y, cuando tenía quince años, me dijeron que en la escuela había un pibe que era fanático de Pescado Rabioso”, cuenta el también docente y conductor radial. “Yo nunca había escuchado Pescado, pero había leído el nombre en alguna revista y sabía que era una banda de Spinetta. Obvio, nos hicimos amigos. Antes del atajo de internet, buscar un disco equivalía a hacer un lugar en tu sensibilidad. A modificarla. Cuando la música finalmente llegaba, tenías la experiencia: estabas preparado”
–¿No es la música lo central en la magia de Spinetta?, ¿no es la que precede a la poesía y no al revés? Así, al menos, parece sugerir en el libro...
–Depende del compositor, claro, y de la composición. En todo caso –y creo que hacia allí apunta la pregunta–, creo que la canción no es letra más música o música más letra sino la sinergia que se produce dentro de esa cáscara de nuez. Es un átomo, entonces, que no conviene desmontar. Justamente por esa razón, una de las premisas que me planteé de antemano fue no hacer una exégesis de los versos del disco. Por lo general, cuando se analiza el papel del rock durante la dictadura todo parece circunscribirse a un puñado de letras: “Canción de Alicia”, etc. Pero el rock no solo es una cultura sino que, como apunta Sergio Pujol, es una música “esencialmente performática”. Entonces, una de mis preguntas era: más allá de las letras, ¿de qué manera se manifiesta políticamente un disco?
–¿A través del título, tal vez?
–Yo ya tenía el título antes de escribir una sola palabra. Es un verso que, dentro del disco, funciona simultáneamente como resolución y disolución: la canción (“Los libros de la buena memoria”) encuentra su punctum y, en lugar de terminar, se disgrega en el vacío de la meditación. La imagen es tenue y poderosa. Épica, a su manera. Y sí… puede tener reflejos políticos. Los tiene, de hecho.