El sábado pasado, 16 de diciembre, murió Jorge Gelman, historiador, director del Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. E. Ravignani”, investigador superior del CONICET y profesor titular, por muchos años, de la cátedra Historia Argentina I en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Jorge fue, además, miembro del Comité Editor y director del Boletín del Instituto Ravignani y presidente de la Asociación Argentina de Historia Económica. Formó parte de comités editoriales de otras revistas nacionales y extranjeras y fue becario Guggenheim. A su vez, integró la Junta Departamental de la Carrera de Historia y el Consejo Directivo de la Facultad de Filosofía y Letras. Tenía 61 años y una gran y muy importante producción referida a problemas de historia económica y social argentina; en los últimos años, ubicó la historia de la desigualdad en el centro de su trabajo.
En los datos que acabo de mencionar pueden leerse indicios de la acción de Jorge en varios de los mundos que frecuentó en su vida; me detendré en algunos que no son los vinculados a sus temas de investigación. El primero remite a su tarea docente, en un sentido que no se ciñe sólo al dictado de clases. En estos días, luego de su muerte, resultó sencillo percibir varias actitudes entre quienes, hoy o hace años, fueron dirigidos en sus investigaciones y sus tesis por Jorge, o trabajaron en su cátedra. Sin duda, fue infinita la tristeza y el estupor manifestados ante una muerte que tomó a todos por sorpresa; al mismo tiempo, se hizo evidente el agradecimiento por el modo en que Jorge había trazado con ellos relaciones intelectuales sin condescendencia, a través de la incorporación de jóvenes estudiantes a los espacios de trabajo vinculados a su cátedra y a sus grupos de investigación, de la enseñanza de una práctica rigurosa del oficio, del debate abierto y audaz. El apoyo en circunstancias que están más allá de la vida académica fue también destacado por todos ellos. No recuerdo haber discutido con Jorge acerca de Robin Collingwood, pero me arriesgo a suponer que no le disgustaría que utilizara esta frase para definir su actitud: “mi obligación, después de todo”, decía Collingwood,” no era para con mis colegas, sino para con mis discípulos”. De todas maneras, Jorge también trataba sus colegas y colaboradores con gentileza y ecuanimidad y esa opinión, creo, está muy extendida
El segundo grupo de datos se vincula a su intervención en las instituciones historiográficas, que comenzó en los años posteriores al final de la última dictadura cívico-militar. Es muy probable que aquello que visto desde hoy parece un homogéneo proceso de reconstitución de una historiografía devastada no sólo desde el punto de vista intelectual fuera, en cambio, un conjunto poco articulado de iniciativas más o menos individuales, con cadencias y perfiles diversos en cada institución; en cualquier caso, Jorge participó intensamente de ese proceso desde el Instituto Ravignani y la facultad, en un tiempo en que acordar un reglamento o impulsar la realización de un concurso eran un modo más de disputa con la herencia dictatorial. Más adelante, como indiqué, Jorge fue miembro de la Junta de la carrera de Historia y del Consejo Directivo de la Facultad, mientras desempeñaba varias funciones en CONICET y en el Instituto Ravignani y su Boletín, donde su acción fue decisiva. Dos sucesos de los últimos años se enlazan con esa participación institucional de tanto tiempo: Jorge había concursado –una vez más- su cargo en la facultad hacía pocas semanas; ante los recortes impulsados últimamente en CONICET, se manifestó abierta y públicamente crítico.
Fuera de los datos académicos del comienzo, debe recordarse la actividad plenamente política de Jorge. Militante de la agrupación que entonces se denominaba Política Obrera –hoy Partido Obrero-, fue preso político entre mayo de 1975 y comienzos de 1978, cuando comenzó un exilio que terminaría en 1984; aquella militancia finalizó también hacia esta última fecha. Tres detalles quiero recordar en este plano: por una parte, la discreción, la elegancia y la mesura con la que Jorge evocaba esas experiencias, en unos años en que su exhibición podía generar beneficios en un ámbito como Filosofía y Letras. Por otra, el permanente ejercicio de movilización que Jorge continuó realizando, que nos solía juntar los 24 de marzo. Finalmente su toma de posición ante cuestiones colectivas, que en estos tiempos asumió la forma, por ejemplo, de la participación en la redacción de un documento contra las opiniones que promovían el fin de los juicios por delitos de lesa humanidad, en 2016, junto a su amigo Juan Carlos Garavaglia, y del apoyo al documento crítico de las manifestaciones de xenofobia desatadas por el caso Maldonado, de 2017.
Los asuntos a los que me dedico están muy lejos de los que investigaba Jorge y son de distintos siglos, una fórmula que alguna vez usó. Esa circunstancia no impidió que compartiéramos una visión sobre la función de nuestra disciplina, sobre el tipo de universidad que nos parecía deseable, sobre cuáles eran los males de esta sociedad. Tampoco que emprendiéramos algunas tareas institucionales en conjunto, en particular en el Instituto Ravignani, aunque no sólo allí. Y, finalmente, no impidió que Jorge estuviera a mi lado en ocasiones duras, cariñoso, sereno y solidario, y en otras más felices, también con esos atributos; una presencia reparadora. Me resulta grato suponer que a él le ocurría algo parecido conmigo.
* Instituto Ravignani. UBA-CONICET