Desde San Juan
Durante todo el verano el Museo Franklin Rawson de esta ciudad exhibirá un trío de muestras que resultan elocuentes respecto de las apuestas de la institución, dirigida por Virginia Agote: la antología “Mirada prospectiva”, de Luis Felipe Noé con curaduría de Cecilia Ivanchevich, en la sala 1; la muestra fotográfica “Tres fronteras - Observando de cerca”, de Zulema Maza, en la sala 2 de la planta superior, y la instalación “Inclinaciones”, del joven artista local Jesús Ortiz, en la sala 3 de la planta baja.
La exposición de Noé presenta, a través de 25 obras realizadas entre fines de los años cincuenta y la actualidad, un resumen de la gran exhibición presentada entre julio y septiembre en el Museo Nacional de Bellas Artes porteño, visitada por más de cien mil personas y con muy importantes repercusiones en la crítica y los medios. Pinturas, dibujos e instalaciones recorren la rica trayectoria del artista gracias a un guión curatorial que, interpretando la teoría del caos que el pintor viene formulando y reformulando desde los años sesenta, rompe con la cronología a través de tres constantes: la “conciencia histórica”, la “visión fragmentada” y la “línea vital”. El primer eje explica el modo en que el artista, según la curadora, “captura la historia del arte para apropiársela. Emplea recursos estéticos que remiten a otros artistas y, a veces, a su propia obra. Este mecanismo discursivo visual se complementa con referencias a la historia argentina”. El segundo núcleo da cuenta del modo en que el artista divide y quiebra el plano (de manera real o simbólica) o da vuelta el bastidor, como una manera de trasladar a la forma las fragmentaciones del país, de la sociedad, del mundo. La tercera secuencia (“la línea vital”) hace referencia a los trazos que de manera continua, sobre el papel o la tela, Noé viene realizando en sus obras desde 1957 hasta la fecha, “como marcando la respiración –en palabras de la curadora– de quien lleva adelante esta acción”.
Como en la muestra del MNBA, la obra central de esta exposición sanjuanina es la gran instalación Entreveros (2017), que no sólo condensa, explicita y deja planteados los tres ejes mencionados sino también las múltiples aproximaciones, enfoques, materialidades entrecruzamientos y rupturas de límites entre pintura, dibujo, instalación, escultura, figuración, abstracción, superficie, volumen, temporalidades, etc., que Noé ha venido poniendo en práctica.
Lo que más me interesa de Noé –como escribió quien firma estas líneas cuando, como curador del envío nacional, seleccionó al artista para la Bienal de Venecia de 2009– , no son solamente sus muchos aciertos, sino especialmente sus vacilaciones. Allí es donde para mí aparece el mejor Noé: en ese temblor, en esa inquietante inestabilidad, en ese modo tan aparentemente distraído y expectante, pero en el fondo sumamente atento, de escuchar, mirar, percibir el mundo y tomar al vuelo las ideas, para transformarlas y hacerlas propias. En esas vacilaciones el artista se mueve con total soltura y mayor creatividad. Hay un factor de búsqueda y desarrollo permanente en Noé. Allí surgen abismos a los que se lanza y gracias a los cuales resulta más revelador y artísticamente más pleno. La exposición cuenta con un importante catálogo.
En la sala 2, Zulema Maza exhibe un compendio de Tres fronteras, la muestra homónima que había presentado en el Centro Cultural Recoleta en 2014 (a su vez motivada por otra secuencia realizada en 2012). Se trata de una mirada estetizada y cómplice sobre tres mujeres jóvenes que representan distintas corrientes inmigratorias –Delfina, Nadia y Esteffany (procedentes de la inmigración europea, peruana y paraguaya, respectivamente)– y a quienes la artista busca mostrar, a través de fotografías intervenidas digitalmente y video, en toda su belleza y dignidad.
Como escribe el crítico Julio Sánchez Baroni en el catálogo, “en esta serie hay una pregunta sobre la construcción de la identidad, y a la vez se la plantea como una condición en constante transformación y enriquecimiento. Si bien se parte de individuos específicos y definidos (por más que estén ficcionalizados) hay una enorme proyección a los arquetipos femeninos. La mujer se eleva, o se desdobla y sobre todo se ornamenta, una y otra vez, con una máscara o con un abanico, ambos son como ropajes que sirven para ocultar lo visible y descubrir aspectos invisibles”.
En la sala 3, la propuesta de exposición de Jesús Ortiz fue seleccionada entre treinta proyectos y resultó ganadora de la Beca Estímulo a Jóvenes Artistas Visuales. Se trata de becas organizadas anualmente junto con la Fundación Banco San Juan, para dar impulso a las producciones de artistas locales. El proyecto tiene tutoría del curador e investigador Roberto Amigo.
La instalación de Ortiz evoca y reinterpreta un obra clave del arte argentino: Sin pan y sin trabajo, de Ernesto de la Cárcova.
Como escribe Amigo acerca, en la obra citada “el obrero desocupado mira desde su cuarto miserable la represión al piquete de huelga; no está en la escena de lucha, es aún un espectador. Las herramientas de trabajo –entramos a la visión de la pintura por ellas– en el borde de la mesa son las del obrero de demolición, no las de un trabajador fabril. Están inactivas, ubicadas en la misma línea horizontal que el hijo proletario. Es la solidaridad de clase la que se juega en la representación. Por ello, la ventana es central en la composición: separa el mundo privado de la lucha pública”.
En la instalación del joven artista sanjuanino, la “Inclinación” del título remite a casi todas las acepciones de la palabra y especialmente busca la molestia y la obstrucción del espectador, quien para entrar a la sala debe inclinarse pasando por debajo de la puerta ventana.
Ortiz rescata las herramientas, un mínimo mobiliario invertido (lo que habla de ciertas inversiones del sentido original); la ventana, bajo la cual se invita incómodamente al espectador a pasar cierto umbral, y una larga tela que remite tal vez a la materialidad del cuadro evocado.
Con esta instalación, Ortiz, según escribe Roberto Amigo, “desmonta el lenguaje del artista finisecular a los elementos mínimos, afirma sus contradicciones, devela su estructura. Con claridad percibe que el realismo no se sostiene en el carácter de las figuras sino en la veracidad clasista de los objetos representados. No es el rostro famélico de la madre proletaria ni el puño iracundo del obrero sobre la mesa; son las herramientas que señalan la condición de clase. Por ello, las figuras están ausentes”.
* Hasta el 18 de marzo, en el Museo Franklin Rawson, de San Juan.