El 28 de noviembre de 1953, poco después de las 2 de la madrugada, en el Statler Hotel de Nueva York se oyó un estallido de vidrios. Tendido sobre la vereda, en musculosa y calzoncillos, apareció el cadáver de un hombre de unos 40 años, mientras las cortinas de una ventana del décimo piso del hotel se agitaban aún, por el paso del cuerpo o por la brisa nocturna. Había un par de problemas. Antes de atravesar la ventana de la habitación 1018 A, el hombre no estaba solo en esa suite del hotel Statler. Las dos personas que lo acompañaban trabajaban, como él, para la CIA, en investigaciones secretas. La investigación posterior arrojó por resultado suicidio, aunque Eric Olson, hijo del presunto suicida, nunca creyó la versión oficial. Más de medio siglo más tarde. Errol Morris, el más prestigioso documentalista de investigación de los Estados Unidos, reconstruye el caso Olson de la mano de Eric, en la miniserie Wormwood, que Netflix incorporó a su plataforma hace unos pocos días.
“Morris vuelve al mundo de The Thin Blue Line”, dijo el crítico de Vanity Fair unos días atrás, en referencia al documental más aplaudido de este realizador que en poco más de un mes será septuagenario. En The Thin Blue Line (1988), Morris recreó la desgraciada historia de Randall Dale Adams, acusado de un crimen que no cometió. Con esa película, el realizador logró aquello a lo que todo documentalista, todo investigador, cronista y periodista secretamente aspiran: intervenir sobre la realidad, cambiarla, mejorarla. Tras el estreno y a causa de ella, Randall Dale Adams fue liberado de prisión. No es que Morris se haya pasado la vida revisando los placares de las fuerzas de seguridad. Algunos de sus documentales (su ópera prima Gates of Heaven, 1978, sobre los cementerios de mascotas, Fast, Cheap & Out of Control, 1997, sobre toda clase de rarezas) prefieren en cambio catalogar el freakismo yanqui. Otros (Mr. Death, 1999) practican retratos de personajes que parecerían negarse a ellos, como Fred Leuchter, técnico en ejecuciones. The Fog of War (2003) y The Unknown Known (2013) son sendos documentales-entrevista a dos altos referentes de la derecha política estadounidense, Robert McNamara y Donald Rumsfeld. Si hubiera que establecer un rasgo en común de los protagonistas de Morris sería, en tal caso, su condición monstruosa, visible o disimulada.
¿Pero qué clase de documental es éste, que tiene elenco de actores conocidos? Peter Sarsgaard, Tim Blake Nelson, Bob Balaban, Molly Parker. Wormwood es un documental de investigación y reconstrucción. La parte de investigación es representada por un diálogo entre Morris y Eric Olson, cuyo carácter absolutamente convencional (sentados unos frente al otro, hablan a lo largo de los seis episodios de entre 40 y 50 minutos cada uno, moviendo mucho los brazos como para que el diálogo resulte “visualmente más animado”) intenta ser contrarrestado por una reconstrucción ficcional en regla, que circula a lo largo del metraje como un segundo relato en paralelo, viniendo a acudir al rescate de lo que el hijo de la víctima cuenta en palabras y aspavientos de brazos.
Ese relato 2, lleno de trajes y sombreros de la época, está protagonizado por Sarsgaard como Frank Olson (el hombre lanzado o arrojado por la ventana del Hotel Statler), Tim Blake Nelson como uno de sus superiores de la CIA y posible responsable de su muerte, mientras que Bob Balaban hace el papel de un siniestro psiquiatra al servicio de la Agencia y la británica Molly Parker el desteñido rol de la Sra. Olson. Así, si Wormwood es una docuficción no es, como suele suceder en estos casos, porque navegue a media agua entre ambas formas de representación, sino porque es literalmente mitad docu y mitad ficción. Entre paranoica y “trippera”, la ficción de Wormwood –que es, se supone, muy poca o ninguna ficción– transcurre básicamente durante los nueve días que van desde el 19 de noviembre de 1953, cuando Frank Olson, bacteriólogo que trabajaba para la CIA en investigaciones secretas, fue convocado por su superior Vincent Ruwet (Blake Nelson) a un misterioso encuentro que un grupo de empleados de la Agencia celebrarían en una cabaña junto al arroyo Lodge, en el estado de Maryland, hasta aquel infausto 28 de noviembre, cuando su cuerpo atravesó la ventana de la habitación 1018 A.
En la cabaña, a varios de los presentes se les hizo probar LSD, como parte de un experimento de la Agencia para el “control mental” del enemigo, en el marco de la Guerra Fría –por ese entonces en todo su esplendor– y aparentemente Olson habría sido a quien el ácido peor “le pegó”, temiéndose por su salud mental. El científico tenía otro problema con la Compañía: no le gustaban nada las pruebas que ésta venía realizando con armas bacteriológicas en Corea (la guerra se hallaba por entonces en curso) y se lo hizo saber a sus superiores, tal vez con demasiada vehemencia. Todo lo cual –pero especialmente lo último– lo habría convertido en un agente literalmente desechable. Pequeño detalle: existe un Manual de Asesinato (sic) de la CIA, fechado justo en 1953, que indica que la manera más efectiva para una ejecución secreta es… tirar a la víctima por la ventana.
La no ficción, que cuenta con fragmentos de archivo, presenta como material estelar la visita de la familia Olson a la Casa Blanca en 1975, invitados al Salón Oval por el mismísimo Gerald Ford, sucesor de Richard Nixon tras la renuncia de éste por el Caso Watergate. Todo es gentileza, cortesía y sonrisas amables, y el testarudo de Eric, que se pasó medio siglo investigando por su cuenta la muerte de su padre e intentando demostrar que no había sido suicidio, confiesa que el aire de franqueza del Presidente fue más fuerte. Así como los 750 mil dólares abonados por el Estado a la familia, haciéndose cargo de un grado de negligencia de la CIA en la muerte del padre. Una década más tarde, sin embargo, Eric Olson volvió a la carga, visitando la habitación 1018 A y descubriendo dos cosas. Una era que la ventana por la que se arrojó su padre estaba dividida horizontalmente en dos, lo cual hacía prácticamente imposible que alguien se arrojara por alguna de las dos aberturas. Por otra parte, la distancia desde la pared de enfrente hasta ella era demasiado corta para permitir una carrera.
Con nuevo empuje, Olson (h) entrevistó a varios de los superiores de su padre, todos los cuales se caracterizaron tanto por su amabilidad como por su hermetismo. Se reencontró también con Seymour Hersh, coloso del periodismo de investigación en Estados Unidos. Es, para darse una idea, el que hizo pública la célebre matanza de My Lai en 1969, y también quien develó las torturas de la cárcel iraquí de Abu Ghraib, en 2004. Aunque no podía creerse que un tipo tan curtido como él se hubiera tragado semejante caramelo, hasta el momento del reencuentro con Eric Olson Hersh estaba de acuerdo con la teoría del suicidio. Después del reencuentro quedó convencido de lo contrario, y salió en busca de fuentes para confirmarlo. El remate es desesperante: “Eric Olson tiene razón”, reconoce Hersh ante la cámara de Morris. “Pero no puedo admitirlo oficialmente porque comprometería a mi fuente”. Allí parece cerrarse la última puerta para que Wormwood (la palabra que en inglés designa al ajenjo, hierba muy amarga) sea una nueva The Thin Blue Line.