El cuento por su autor

En aquella época –a los 90 me refiero– era común que la gente se las rebuscara para llegar a fin de mes. O para poder llevar a su casa algo más de lo que permitía el salario cochambroso. Y en el medio estaba la sensación permanente de que todo se iba al carajo, que nos manteníamos en movimiento para disimular. (¿Pero disimular qué?) Entonces se hacían cosas disparatadas, se emprendían actividades para las que uno no estaba preparado y que tampoco tenían que ver con lo que uno más o menos sabía o, incluso, quería hacer. Abrir una cancha de pádel, de pronto manejar un remís, ofrecerse para cortarle el pasto a un vecino que estuviera apenas mejor. Lo que hoy algunos llaman “emprendedores” no era más que un manojo de gente desesperada. En fin, era otra época. 

“Los vendedores de pollos pequeños” lo escribí hace ya unos cuantos años, por el 2007 habrá sido. Sin embargo me parece que lo hubiera escrito hace muchísimo más. Pero ni siquiera los 90 están tan lejos.

Carlos Busqued escribió en Facebook que para sobrevivir a estos años se refugiará en sus cosas, en sus cartones, sus plásticos... es un capo Busqued, con ese chiste ya hace literatura. Uno se ríe y después se pone solemne, cursi, anacrónico: la literatura no será sólo nuestro refugio. Será nuestra trinchera. Así que tengan cuidado, garcas, que en cualquier momento nos encapuchamos y salimos a cortar cuerocabelludos.

Este cuentito adolescente quizá sirva, mientras tanto, para ir tirando el verano.