La historia que cuento ocurrió una tarde sofocante de este diciembre navideño en el bar del tano Donato, en San Telmo. Era una reunión de amigos de la universidad, que habíamos compartido no pocas veces aulas y trincheras en el siglo pasado, claro, y cierto rechazo a las estadísticas y las teorías microeconómicas de la mantequilla y los cañones de Samuelson y una empecinada fascinación por la Teoría General de la ocupación, el interés y el dinero de John Maynard Keynes. No recuerdo cómo llegamos a la discusión sobre el nombre de tantas cosas, de los regímenes socialistas, del nuevo tiempo imperial, del nombre de los hijos, de las prosapias familiares y así… en torno a un buen vino Malbec, que como se sabe es el nombre de la cepa que identifica el vino nacional, alguien dejó caer la pregunta.
–¿Cómo se llamarían los militantes de Cambiemos?
El nombre siempre es constitutivo de una identidad. Y al mismo tiempo es un dilema de la identidad. Sabemos que se nace con el nombre puesto por otro. Siempre está “el otro” en el horizonte de la identidad. El otro puede ser la patria o el padre, la novia o el amante, la madre o el cura, algún pariente lejano o cercano, otro múltiple que no se define más que por el efecto que pudo tener sobre la identidad, es decir, la elección del nombre. Se sabe, también, que el nombre hace luego a la identidad. O, mejor, que una identidad hace al nombre. Si se toma el nacimiento de la alianza de gobierno, por ejemplo, el dilema no nos abandona.
–Los llamaría cambistas– dije.
–Nooo… Se llaman cambiemistas– tronó Daniel, un militante oficialista.
–Eso es ridículo– dijo una vieja amiga que cursó conmigo la fatigosa materia de la carrera de Economía, Dinero, crédito y bancos, dictada por el gran Julio Olivera quien solía iniciar sus clases sobre Marx en alemán: “Hoy vemos Das Kapital”.
–Sí, es ridículo– agregó Pepe que trabaja en una agencia de cambios de la City porteña.
–¿Por qué sería ridículo si corresponde gramaticalmente?– dije.
–Bueno, a los carteros no se los llama carteristas… por eso no va “cambiemistas”…
Y ocurrió lo previsible: Juaco, uno de los mejores investigadores de la teoría económica, expulsado del Conicet por la mano invisible de Cambiemos, fundamentó:
–Porque son eso: cambistas que permutan el valor del trabajo por el dinero y la tasa de interés. Porque su identidad económica es el endeudamiento. Porque cambian pesos de Lebacs por dólares. Porque viven timbeando valor patrimonial para evadir impuestos. Porque viven cambiando las reglas de la justicia para beneficio propio. Porque operan sobre la cabeza de la gente como si fuera un campo de batalla a conquistar a cualquier precio. Porque cambian los favores políticos por guita; los favores mediáticos por entrega de empresas que violan las leyes nacionales e internacionales de la competencia; porque cambian los recursos naturales del Estado por acciones en fondos de inversión extranjeros que viven en empresas offshore de las cuales son dueños… Porque cambian la verdad por la posverdad: es decir, mienten. Y porque la identidad hace al nombre y viceversa.
Los gritos no se detuvieron más. El bar del Tano se tornó insalubre. Los argumentos en favor de la gramática a favor de “cambiemistas” que alguien quiso introducir como templanza de la furia del debate, no prosperó.
–La identidad hace al nombre– repitió Pepe. Y la verdad es que sería más adecuado llamarlos cambistas. Por lo de la timba, ¿vieron?
Fue lo último que escuché antes que Daniel y su novia se fueran de la reunión envueltos en furia. Lo que siguió fue un mea culpa de los que se quedaron por haber introducido un tema tan delicado en medio del brindis de Navidad. No pudimos determinar cuál sería el nombre correcto, claro. Pero sí que el debate sobre la identidad de Cambiemos y el nombre de los militantes y funcionarios de la alianza gobernante, está asentado sobre una grieta de imposible sutura, que se alimenta día a día y extiende su profundidad más allá de las fosas Marianas.
Si la identidad hace al nombre ¿cuál será el nombre del fin de la grieta?