Lo real maravilloso no es invisible a los ojos. Las personas que caminan por Esmeralda al 800 se detienen asombradas ante la vidriera de la librería anticuaria Helena de Buenos Aires. El pequeño prodigio lo genera El Principito, ese clásico del escritor francés Antoine de Saint-Exupéry en cinco curiosas versiones: 35 7746247486. Texto predictivo T9 para leer con el teléfono celular, El Principito Especular (la escritura en espejo es una forma simple de cifrado que se logra trazando en dirección opuesta a la usada por la mayoría de los calígrafos, de tal manera que el resultado es una imagen invertida de la realidad), El Principito. Texto Borrado, El Principigasito, traducción al rosarigasino; y Pirinsipi Wawa, traducción al aimara del peruano Roger Gonzalo Segura. El responsable de poner en circulación estas bellísimas “rarezas” es el editor, coleccionista y librero Javier Merás, creador de la tienda online y editorial Los Injunables.

Elena Padín Olinik, la reconocida librera anticuaria, define esta iniciativa de exhibir para la venta las ediciones de El Principito publicadas por Los Injunables como “un proyecto de amistad y cooperación”. “Hace tiempo que los libreros anticuarios venimos sumando a nuestros catálogos ediciones curiosas realizadas con dedicación y esmero, en general de tiradas reducidas, cercanas al libro objeto y de colección. Estos Principitos reúnen estas características. Es la primera vez que se ofrecen a la venta en la Argentina y para mí es un orgullo contar con esa primicia”, admite Padín Olinik a PáginaI12. “Haber armado la vidriera fue para mí una aventura. Preparé con ternura el traje del Principito y su planeta, enhebré estrellas una noche hasta entrada la madrugada. Caminé bastante en busca del color azul del cielo para que ‘una bandada de pájaros silvestres’ sirva para la evasión. Es un honor y también un desafío tener estas ediciones en mi librería”. Merás comenta que hay muchas librerías anticuarias en la ciudad, pero Helena de Buenos Aires reúne “lo mejor de cada una de ellas”. “Hay mapas antiguos, miniaturas y objetos expuestos con encanto. Más allá de estos dones, que rara vez se combinan, la auténtica joya es Elena –pondera el editor–. Ella es tan infrecuente en su medio, generosa y rica, que es como esos pajaritos salvajes de nuestro litoral, un yetapá de collar, que la gente se pasa años buscando. Un día ahí está, posado a metros de nosotros. Ligero y sin darse valor. No se parece a ninguno y en unos segundos te cambia la vida para siempre”.

Merás advierte que todos los Principitos son libros pensados para difundir por internet. “Me sorprende que se los tomen en serio. Ahora los veo desde el llano, fuera de ese confort. La gente se para a mirar y se hace selfies desde la calle. El otro día, mientras estaba en la librería, entró una señora con bastón y pidió ‘un principito sin palabras’ para regalarle al nieto. Creí que se iba a arrepentir, pero me equivoqué”, confiesa risueño el ideólogo de este fenómeno de variedad de ediciones de Le Petit Prince. Tal es el título original de la obra que publicó por primera vez la editorial Gallimard en 1946, traducida al castellano por Bonifacio del Carril para Emecé como El Principito, diminutivo que es la marca registrada de esta traducción canónica. “Todos los días aparecen nuevas propuestas, aún quedan idiomas y lenguajes sin representar. Por mi parte, tengo listo hace meses un Principito vertido en tsotsil –una lengua maya hablada en los Altos de Chiapas– por un poeta mexicano llamado Xun Betan. No acaba de entrar a imprenta por falta de medios. La tipografía fue especialmente adaptada para ese idioma por Carolina Giovagnoli, de Huerta Tipográfica, lo cual será un pequeño aporte. Y lleva ilustraciones de esa cultura maya que sustituyen las clásicas de Exupéry”, anticipa Merás (Buenos Aires, 1967) que ha publicado otras joyitas como Don Quijotep Sancho Panzaan nisqasninkuna quichuapi Argentinamanta. Sentencias de don Quijote y Sancho Panza en quichua santiagueño argentino (2011).

“La única vez que me encontré como editor fue cuando coordinamos unos principitos braille hechos desde la cárcel. Era una versión subtitulada, dado que también estaba transcripta puño y letra en bolígrafo, renglón por renglón, como para que se leyera de manera corriente. El trabajo lo hacía una sola persona y tenía los dibujos recreados en goma eva con relieve, lo que permitía leer las ilustraciones palpando con las manos. El material se enviaba en partidas mensuales por correo; también se incluía azúcar, galletas y yerba en cada remesa –recuerda Merás–. Las circunstancias extremas en las que se armaron esos volúmenes nos hizo partícipes de una pequeña historia de redención en la que me siento involucrado”.