“¿Por qué escuchamos a Troilo?” La respuesta puede durar las ciento veintitrés páginas que usó Eduardo Berti para publicar un libro que lleva por nombre tal pregunta. O apenas tres líneas, como las que se toma el escritor y periodista para contestarla ante PáginaI12. “Lo escuchamos porque, como decía Italo Calvino sobre los clásicos, su obra está vigente y no ha terminado de decir lo que tenía para decir. Es una obra que nos sigue hablando, que trasciende su época y su género”, resuelve rápido el hombre que también escribió el notable Spinetta, Crónica e iluminaciones, allá lejos y hace tiempo. “Me pareció flor de desafío hacer un libro sobre Pichuco por varias razones: porque es muy difícil dar en el clavo y explicar lo inexplicable –¿por qué un artista nos conmueve, nos asombra, nos parece único?–, porque mi libro iba a ser el primero de una colección y yo no tenía otros libros para tomar como modelo, y también porque me dieron carta libre y al principio me sentí paralizado frente a tantas opciones”, explica Berti, ubicando en su lugar a Leandro Donozo y Oscar Finkelstein, editor y coordinador de la editorial Gourmet, que le tiraron sobre la mesa la idea de inaugurar una saga bajo el título general: “Por qué escuchamos a...”.
–A Troilo, finalmente. ¿Por qué lo eligió a él, habiendo tantos?
–Todavía me lo pregunto. Fue una decisión visceral y sorprendente, incluso para mí. Pensé al principio en otros músicos como Charly García o Chico Buarque, por ejemplo, pero me incliné por Pichuco, que en un momento se me impuso como una necesidad. Supongo que me atrajo la idea de sentarme a escribir sobre un músico que me fascina, sí, pero del que no tenía “sistematizado” en absoluto lo que pensaba sobre él. Me gustó eso, más que sentarme a escribir un libro sobre músicos de los que ya había reflexionado y escrito otras veces. También me pareció interesante abordar a un símbolo del tango desde afuera, no desde el tango mismo.
A diferencia del citado Crónica e iluminaciones, este trabajo no es una biografía basada en un extenso reportaje al protagonista. Tampoco se trata de un libro con participación explícita del sujeto: Berti tenía 10 años cuando murió Troilo. Es, más bien, un cúmulo de intervenciones del autor que no están comandadas por un orden temporal sino por retazos de vida, hechos y sensaciones que, por más que parezcan “escindidos” en ciertos pasajes, configuran un todo compacto hacia el final. Un todo en el que Troilo aparece ligado no solo a personajes esperables tratándose de él (Piazzolla, Gardel, Cobián), sino también a otros bastante sorpresivos. Hemingway y Barthes, por caso. “Pienso que es el resultado natural de un libro que, como decía, no quise escribir desde el tango ni tampoco desde la música solamente”, justifica el autor, también ducho en cuentos, novelas y antologías.
–¿A qué atribuye tal amplitud de mirada?
–A qué sería imposible dado que no soy un tanguero y mi mirada está teñida por Spinetta, los Beatles, Caetano Veloso y los músicos con los que crecí. Ya existen libros que enfocan a Troilo desde la ortodoxia o la tradición del tango, y no tenía mayor sentido sumarme a eso. Otro aspecto es que, al no escribir desde la música solamente, me surgió como una cosa natural. Lo mismo que mezclar capítulos de análisis o ensayo con pequeñas viñetas o textos más “literarios”, si vale el término, como el “retrato japonés” de Pichuco (“si Troilo fuese un X, sería un...”), o esos juegos de preguntas y respuestas en los que mezclo respuestas de Troilo (en viejas entrevistas) con citas de Chesterton, William Blake, Antonio Porcchia o Beethoven que me parecieron dignas de Troilo.
–El personaje más nombrado, de todas formas, es Piazzolla ¿Razones?
–Me interesó mostrar a Troilo como puente entre Gardel y Piazzolla. Y también quise, con todo lo que me gusta Astor, relativizar la idea de que, en su audaz revolución, éste fue una suerte de antítesis de Pichuco. No creo que sea tan así. Creo que Pichuco fue mucho más rupturista, arriesgado y renovador de lo que suele decirse. Y para argumentar esta clase de cosas, la figura de Piazzolla se me hizo necesaria como punto de referencia. Podríamos incluso plantearlo al revés: así como para entender a Troilo hay que conocer y tener presente a Gardel, para entender a Piazzolla hay que conocer y tener en cuenta a Troilo.
–En la página 73 dice que Troilo se vuelve (casi) el director de todo el tango. ¿No será mucho?
–Puede ser. Igual, no deja de ser una metáfora, como cuando pienso en Troilo como el centro (el sol) de un sistema planetario. Pero dejemos que los lectores decidan. Que lean el libro, que vuelvan a escuchar la obra de Pichuco, sobre todo, y que decidan ellos. En cualquier caso, una de las cosas que más me importa con este libro es sacar a Troilo del lugar un tanto simple que se le asigna: el papel de una especie de símbolo bonachón del tango o, en el mejor de los casos, el del “bandoneón mayor de Buenos Aires”. Todo eso es cierto, pero injustamente incompleto si se olvida que además fue un compositor colosal –uno de los máximos compositores argentinos del siglo, me animo a decir–, y que sus criterios como director de orquesta fueron excelsos: al elegir la instrumentación y los ejecutantes, al cooptar arregladores y cantores, etcétera.
–¿En qué sentido su experiencia como cuentista o novelista permea un enfoque como éste que ha hecho, a su manera, sobre Pichuco, y aquel que había hecho, de forma más “ortodoxa” tal vez, sobre Spinetta?
–La diferencia entre los dos libros es inmensa. Cuando escribí Crónica... no tenía experiencia alguna, apenas empezaba a hacer periodismo. Otra diferencia es que Spinetta estaba vivo, y él y yo nos vimos durante semanas. Fue, ante todo, un largo diálogo, una extensa entrevista a la que traté de ir lo mejor preparado posible, y a la que le añadí documentos de archivo, entrevistas con otras personas y lecturas de algunos de los libros que habían inspirado a Luis, desde Castaneda hasta Jung. Este libro sobre Troilo es más bien un monólogo. Pichuco no está presente. Y, además, no lo conocí. Es una mirada, un análisis, una reflexión sobre un objeto y sobre un tema más lejano para mí. Aunque lejano no quiere decir que no tenga gran importancia afectiva.
–¿La diferencia la marcan los años o algo más?
–Son los años, aunque en un sentido que acaso no sea el que usted plantea. Me refiero a que cuando hice el libro con Spinetta, él estaba aún forjando su obra: Luis no tenía ni siquiera 40 años, pese a que yo entonces lo miraba, lleno de admiración, como a una especie de viejo sabio. En cambio, Pichuco murió hace más de cuatro décadas, cuando yo era un pibe de 10. No son datos menores.